Haiku 1815 – 1819

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Haiku 1815 – 1819

–1815–

Sube la cuesta
un solitario gato;
cayó la nieve.

Sube la cuesta un solitario gato; cayó la nieve.

–1816–

Sólo el silencio
mientras cae la nieve;
la nieve blanca.

Sólo el silencio mientras cae la nieve; la nieve blanca.

–1817–

Un paso más
y luego otro en la nieve
dejando huellas.

Un paso más y luego otro en la nieve dejando huellas.

–1818–

Es Navidad;
en la iglesia cantando
frente al pesebre.

Es Navidad; en la iglesia cantando frente al pesebre.

–1819–

Maúlla el gato
mientras rasca la puerta;
está lloviendo.

Maúlla el gato mientras rasca la puerta; está lloviendo.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1205: Una lección que no olvidaremos

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[1205]

1205. Una lección que no olvidaremos

«Siempre me he preguntado cómo fue que llegamos a eso y no he alcanzado nunca a comprenderlo. No sé, cuando lo pienso es como si el sinsentido de todo aquello no pudiera caber en mi mente».
El viajante iba en un armatoste viejo y oxidado tirado por dos caballos. Utilizaba los restos de lo que en su tiempo, hace ya mil años, llamaban furgoneta y que encontró hace unos seis meses en una de esas vías muertas de cemento y alquitrán… carreteras, las llamaban antes; aunque ya no funcionaba, claro, ya no había electricidad para la batería ni gasolina para el motor, de ahí los caballos. Aunque mejor así, sin motor pesaba menos. En cuanto tuviera suficiente dinero, o algo con lo que poder comerciar, se haría construir uno nuevo, un buen carromato todo de madera; en cuanto llegara a algún pueblo que tuviera una herrería y a alguien que supiera de ingeniería. El hombre –Adán se llamaba–, llegó a un barranco; «¡sooo!», dijo, y los caballos se detuvieron obedientes. Desde allí se veía una ciudad. Bueno, lo que quedaba de ella. Ahora todo eran ruinas y destrucción, y eso que la madre naturaleza la había reclamado para sí y la había cubierto con su manto verde y la frondosa vegetación y los árboles y los animales eran ahora sus dueños. «¡Y pensar que antes la gente vivía allí!», se dijo Adán –antes; antes de la guerra, del acabóse; antes de La Tercera Guerra Mundial, así, con mayúsculas–; en edificios de veinte pisos o incluso más –dicen–, y ahora esas ruinas apenas levantaban unos metros del suelo. ¿Por qué sucedió?, ¿en qué pensaban los antiguos para cometer tamaña felonía?, ¿realmente pensaban que ganarían? Ninguna ciudad se salvó. Todas quedaron reducidas a cenizas. De eso hacía ya mil años. Mil años. La Tierra quedó devastada –el planeta entero asolado–, la radiactividad se comió la vida y la humanidad rozó el borde de la extinción. Sólo algunos sobrevivieron. Los que lograron llegar a los bunkers y los que vivían lejos, muy lejos de las ciudades. Muy pocos, en todo caso. Casi nadie. Y la mayoría eran niños y ancianos –los adultos habían muerto–. Y lo peor fue –sí, aún hay algo peor– que perdimos la sabiduría aprendida, el conocimiento que nos había hecho llegar a dominar la tierra. Cuando desapareció la radiactividad y se pudo salir a respirar a la superficie fue como si la humanidad hubiera regresado a la Edad Media. Las fábricas no funcionaban –y no había nadie que supiera cómo hacerlas funcionar–, no había electricidad ni luz ni nada. Sólo tenían… no tenían nada. Tuvieron que empezar de cero.
Con el tiempo se lograron recuperar algunos libros y documentos hallados entre las ruinas –muy pocos para la ingente tarea que tenían por delante–; se regresó a las escuelas –tanto niños como adultos–; y el saber, en transmisión oral, pasaba de padres a hijos, de maestros a alumnos, y se iba recopilando en nuevos libros. La vida se iba abriendo camino y el saber progresaba.
Empezaba a llover –«tengo que comprarme un paraguas», se dijo Adán–; «¡si tuvieran una cámara de fotos…!»; «les tengo que poner herraduras nuevas a los caballos»… Eran tantas las emociones retenidas… No pudo evitar unas lágrimas. Aquel paisaje era escalofriante, el resultado de una locura. Tanta muerte, tanto sinsentido… Buscó en un bolsillo pero no tenía nada para fumar; a cambio se comió unos arándanos que había cogido esa misma mañana. Tenía ganas de volver a ver a René y a su familia…; «hace ya dos meses desde la última vez que estuve con ellos, ¡cómo pasa el tiempo!»…; «¿qué día es hoy?… sí, viernes… ya queda menos para el equinoccio de primavera»…
Adán dejó atrás las ruinas y llegó a una pequeña aldea. Allí vivían algunos cientos de familias en cabañas, en casas bajas de piedra o en edificios de, a lo sumo, dos o tres alturas.
―¡Ha llegado… mirad, ya está aquí!… –exclamaron unos niños llenos de alegría–; ¡mirad, ha llegado el cuentahistorias! –gritaron al verme llegar.
Me dedico a viajar de pueblo en pueblo, de aldea en aldea, sobre todo entre aquellas más lejanas de la incipiente civilización tecnológica que está surgiendo en las nuevas ciudades, y les cuento historias antiguas que he leído en viejos libros. Historias verídicas de sucesos de antaño de las que debemos aprender para no volver a incurrir en los mismos errores que cometieron los antiguos. Soy como un profesor itinerante. El primero de mi profesión en esta nueva era, al menos mientras no exista la transmisión telemática. Podéis llamarme Adán. Confío en que esta vez la humanidad lo hagamos mejor. Eso sí, al menos hemos aprendido una lección, una lección que no olvidaremos: no más guerras. Año 3021 d.C.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Csi 1204: Se busca gente valiente

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[1204]

1204. Se busca gente valiente

«Se busca gente valiente para construir felicidad», se podía leer en el cartel colocado en la pared del ayuntamiento.
Érase una vez una tierra de gentes honradas, alegres unas, más tristes otras, felices, en todo caso, buscadoras del bien las más, aunque no todas, pues algunas había que, rencorosas y carcomidas por la envidia, anhelaban el mal de sus convecinos. Todo comenzó en las Tierras Recónditas, donde la maldad hizo su nido y el vacío surgió insaciable devorándolo todo a su devenir.
En un principio pasó desapercibido para luego ser sólo un rumor desatendido. «¿Has oído?, dicen que la nada avanza», murmuraban unos. «¡No hagas caso!, seguro que sólo son habladurías; tú a lo tuyo que ya me encargaré yo de ello; seguro que no es nada», respondían los propios secuaces del mal, insidiosos, para así desviar la atención. Y el Mal aprovechaba el tiempo para ir robusteciéndose y tomar consistencia, solidez, espesor… El vacío ganaba terreno corroyendo, horadando, consumiendo las conciencias de las gentes de bien hasta que la nada llegó a las puertas de la ciudad. Entonces fue el llanto y el rechinar de dientes pues ya era tarde para reaccionar. «Sólo veo el resto de mis días como un gran vacío que se extiende ante mí», eso decían, autoconvencidos de que aquella nada ponzoñosa era inevitable. Y el Mal se jactaba de su triunfo.
Hannah tenía doce años y fue la primera en darse cuenta. Siempre había sido muy perspicaz y algo no iba bien; se lo decía su sexto sentido. Tenía el pelo negro, no muy largo, y unos preciosos ojos grises, y mamá y papá la querían mucho y ella a ellos, pero últimamente se les notaba algo cambiados… como apagados, tristes. Hannah se dio cuenta de que aquella nada tras las murallas de la ciudad, aquel vacío que se lo había engullido todo, no podía ser bueno, y no sólo les pasaba a sus padres, no, sino que, todos los que antes habían sido justos y alegres, ahora estaban… no eran ellos. Y Hannah tuvo una idea. «Quizá…, sí, quizá funcione», se dijo. Aún no estaba todo perdido.
A la mañana siguiente se podía leer un cartel colocado en la pared del ayuntamiento que ponía: «Se busca gente valiente para construir felicidad». Lo había colocado Hannah la noche anterior. «Sí, funcionará», se dijo esperanzada. Y un germen del Bien nació en la ciudad.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Haiku 1810 – 1814

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Haiku 1810 – 1814

–1810–

De entre la nieve
asoman la cabeza
ciervos y ratas.

De entre la nieve asoman la cabeza ciervos y ratas.

–1811–

A todos cubre
por igual la nevada;
huellas de un ciervo.

A todos cubre por igual la nevada; huellas de un ciervo.

–1812–

Revolotean
entre las hojas rojas
que caen lentas.

Revolotean entre las hojas rojas que caen lentas.

–1813–

Asoma tímida
de entre la nieve blanca
la ardilla roja.

Asoma tímida de entre la nieve blanca la ardilla roja.

–1814–

Cae la nieve
sobre el paraguas rojo;
la nieva blanca.

Cae la nieve sobre el paraguas rojo; la nieva blanca.

Luis J. Goróstegui
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Csi 1203: Vivencias de probabilidad no nula

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[1203]

1203. Vivencias de probabilidad no nula

―Nuestra vida es una concatenación de decisiones tomadas, ya sean acertadas o equivocadas –sin importar en qué lugar vivamos ni en qué tiempo: ya sea en un pueblecito junto a un prado de trigo verde o en otoño–, pues todas son veraces y sin ellas no seríamos lo que somos. Nuestras elecciones, incluso nuestras renuncias, conforman nuestra existencia, nuestro ser. Eso es lo que he aprendido. Y, sin embargo, por cada opción que descartamos se crea lo que hemos llegado a denominar una vivencia de probabilidad no nula, pues nuestra existencia global la forman tanto nuestra vida vivida como nuestras vidas no vividas –les explica el profesor.
―¿Eso tiene que ver con el principio de incertidumbre de Heisenberg? –le pregunta una alumna.
―Supongamos, por ejemplo, vuestro vecino del 5ºA, al que llamaremos Arturo y al que le encantan… los pingüinos, por poner un ejemplo. Arturo sabe montar en monociclo, domina el dominó y se chifla por los quesos bien curados; tiene una motocicleta deportiva y, todos los veranos, va a un campamento donde juega al rugby y talla corchos con los que hace figuritas que luego vende en un mercadillo –les empieza contando el profesor–. En cierta ocasión, gracias a unos dineros que acaba de ganar en la lotería, se encuentra en la disyuntiva de, por un lado (opción A), pedirle a la vecina del 6ºC, Susana, salir a cenar –al parecer han hablado un par de veces y es posible que surja algo entre ellos–, y, por otro (opción B), comprar un billete para hacer un crucero por el Pacífico [hay murmullos de risas en el aula]. Vale. Arturo opta por la opción A. Pues bien, por esa simple elección –aunque a Arturo le ha costado lo suyo, no vayáis a creer [más risas]– se ha creado en paralelo una vivencia de probabilidad no nula –otro universo, lo llaman algunos–, en donde Arturo realiza dicho crucero (llamémosle universo 2). Y así todo. Arturo le pide salir a Susana, y ahora es Susana la que está en una disyuntiva, pues hay otro chico, Juan, que le hace tilín [más risas], y Susana prefiere a Juan y le dice no a Arturo [¡ooohhh!]. Pues bien, esta nueva disyuntiva ha hecho que, en paralelo a nuestro universo –en donde tenemos un no–, se cree un nuevo universo 3 en donde Susana le dice sí a Arturo y ambos salen juntos. Bien, veamos qué le sucede mientras tanto a Arturo en nuestro universo original: Arturo no sale con Susana, ¿verdad?, pues resulta que eso le causa una grave depresión y, una cosa lleva a la otra, acaba siendo despedido de su trabajo [nuevamente ¡ooohhh!]. Sin embargo, en el universo 3, en el que, recordémoslo, Arturo sí sale con Susana, resulta que es ascendido en su trabajo y, días después, es enviado –con el cargo de jefe de sección– a la nueva oficina que su empresa ha abierto en… Noruega, por ejemplo [aplausos]… aunque, si lo preferís más en clave de ciencia ficción, podría decir que le enviaron al exoplaneta Y’enag en la constelación It’ess [¡eso, eso, como en Star Trek!, se escucha al fondo].
―¿Y qué sucede mientras en el universo 2? –pregunta alguien.
―Veamos. Estábamos en que Arturo se había ido de crucero, ¿no?, pues resulta que, durante el viaje, duda entre montar en parapente (opción C) o hacer submarinismo en una zona de tiburones (opción D) y elije el parapente. Eso significa que se crea un universo 4 en el que hace submarinismo entre tiburones. Durante el parapente conoce a la instructora, Alicia, que está cañón [risas], mientras que durante el submarinismo la jaula de observación no cierra bien y se lo come un tiburón [más ¡ooohhh! y algunas muecas de dolor]. Seguimos. En nuestro universo Arturo se casa con Alicia y, algunos meses después, se le presenta la oportunidad de mejorar profesionalmente –están esperando su primer hijo y no les viene nada mal algo más de ingresos– y, o acepta un nuevo trabajo que le han ofrecido en otra empresa (opción E), o se trasladan a la nueva oficina que su empresa ha abierto en Noruega –o, si lo preferís, al exoplaneta Y’enag en la constelación It’ess (opción F)– [risas]. El caso es que Arturo elije la opción E, lo cual significa…
―…que los universos a veces se entremezclan entre sí, porque lo de irse al exoplaneta ese ya sucedió en el universo 3 –responde un alumno de la tercera fila– y además que se crea el universo 5 en el que Arturo y su familia se trasladan al espacio exterior [risas].
―Exacto. Porque los universos no son estancos, pero eso lo veremos en la próxima clase; y sí, se crea el universo 5… y así cada vez que haya una disyuntiva polivalente hasta llegar al infinito… ¡y más allá! [nuevamente risas]. Y ahora idos a vuestras casas pero no toméis ninguna elección por el camino, ¿queréis?, que ya tenemos suficientes universos por ahí danzando [más risas y aplausos].

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Csi 1202: Más de cien vidas en una

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[1202]

1202. Más de cien vidas en una

En busca del sol abrasador, como exquisito fruto a las más de cien vidas que me han tocado vivir, he gritado ¡Absalom, Absalom! rastreando los límites del conocimiento humano. En 1984, así, sin ir más lejos, sobreviví a la habitación 101 del Ministerio de la Verdad. He subido al faro entre almas muertas, yo, descendiente de Ana Karenina, ‘beloved’ de un mundo esclavizado, he vivido en Berlin Alexanderplatz en busca de mi futuro; he reflexionado y he cosechado frutos en el huerto de mi vida –‘bostan’ lo llamaba el poeta– y me he ganado el sustento construyendo más de una casa de muñecas en mis cien años de soledad, no como crimen y castigo a los cuentos góticos de Poe o a los infantiles del Andersen inmortal, sino como recompensa merecida al ascenso a las cumbres borrascosas que, cual decamerón o diario de un loco, alcancé en la divina comedia en que convertí mi querer equipararme al sin par don Quijote de la Mancha. No he buscado, no obstante, ser cual Edipo Rey, pues el amor en los tiempos del cólera que sufrí sin buscarlo fue mazmorra suficiente en el castillo al que fui condenado. En mis penurias y alegrías siempre me acompañó el cuaderno dorado que usaba como registro fidedigno de mis avatares y que el extranjero sabio –el hombre invisible, el hombre sin atributos, incluso el idiota, como fue llamado– me regaló al salir absuelto tras el proceso al que, cual rey Lear entre el ruido y la furia, fui sometido injustamente. El sonido de la montaña habló, el tambor de hojalata dictó sentencia. Con el viejo y el mar, en busca del tiempo perdido, cual eneida portentosa inimaginable, cumplí lo prescrito en aquel ensayo sobre la ceguera que ni el mismísimo Montaigne se hubiera atrevido a profetizar al pactar con el Fausto desalmado. Ideé ficciones que hice realidad; luché contra Gargantúa y Pantagruel y, como ayuda de cámara, fui testigo fiel del ‘Genji Monogatari’ principesco. Viví una temporada entre gente independiente, allá por Islandia, y por el Gran Sertón: veredas transité, guerras combatí con grandes esperanzas de victoria y anhelos invoqué contra múltiples tormentos psicológicos de indudables fierezas sobrellevadas. Fue una guerra y paz de hambre insaciable, una hecatombe sideral, un ultimátum siniestro. Contra mi propio Hamlet combatí en dos ejércitos: por un lado los hijos de la medianoche, por otro los hijos de nuestro barrio, como hijos y amantes renegados inundados de hojas de hierba ya marchitas. Ilíada feroz con Jacques el fatalista como maestro de ceremonias, impropio siquiera de la conciencia de Zeno, pues, aunque la educación sentimental recogida en la historia insigne de la montaña mágica resultara acaso inverosímil, la muerte de Iván Ilich que la señora Dalloway presenció no encarecía ni un ápice las aventuras de Huckleberry Finn tras las metamorfosis de las mil y una noches subyugantes. Recuerdo que, meditando el libro de Job –libro de desasosiego y sufrimiento, conflicto entre el hombre bueno que sufre y del malo feliz– aquellos días en que conocí a Lolita en casa de los Buddenbrook, fui peregrino, cual los cuentos de Canterbury, y testigo de la contienda entre los endemoniados y los hermanos Karamazov. Aunque los inicié, no pude concluir los viajes de Gulliver ni visitar a madame Bovary, aunque me contaron sus cuitas –terribles, sin duda–. Reviví la epopeya Mahabhárata del legendario Viasa, el Masnavi de Rumi y la Medea de Eurípides. ¡Soberbios! De las memorias de Adriano busqué aquella melancolía del mundo antiguo ya perdida, si no desestimada; del Middlemarch, su ritmo pausado y ese tono ligeramente didáctico. Perseguí a Moby Dick con la locura de Ahab. En Molloy, Malone muere y con el innombrable hallé la desnudez de la conciencia. Trabajé de nostromo y conocí el molde en el que me había fundido al sentirme condenado por la decepción y por mi dañado orgullo. Mi vida ha sido, sin duda, toda una odisea de orgullo y prejuicio, y yo un Otelo con aroma a papá Goriot e ínfulas de Pedro Páramo venido a menos. Conocí a Pippi Calzaslargas y me enamoré de su libertad. Quise emular el poema de Gilgamesh pero me pudo el gigante Humbaba aunque toreé al toro del cielo; con la diosa Inanna hice buenas migas. En un interludio ocasional, charlando con unos entendidos, comparamos los poemas de Celan con los de Leopardi pero no alcanzamos consenso. Con el Ramayana alcancé la mediación divina y el beneplácito de Rama. Reconozco que me perdí entre los cuentos de Chéjov y los de Kafka, pero hallé mi norte con Rojo y Negro. Siempre he sido un buen alumno. En mi viaje hice noche en el romancero gitano. De nuevo por el norte fui aliado de la saga de Njál y juré venganza en más de una ocasión. El sabio Nial es un buen tipo. Conocí a Shakuntalá y la ayudé en lo que pude. Eso fue antes de que llegara el tiempo de migrar al norte, de nuevo –sí, fue un tiempo de subidas y bajadas; norte va, sur viene–. Al llegar a África pensé «¡todo se desmorona!», pero reconozco que me precipité, pues no fue para tanto. Fue entonces cuando conocía a Ulises, el irlandés. Aquello fue el no va más. Aún estoy como en estado de shock, intentando comprender lo que viví aquellos tremebundos días. Fue como un viaje al fin de la noche. Gracias a que me topé con la vida y opiniones del caballero Tristam Shandy y su intrincado, humorístico y desarreglado talento. Aunque nada comparable a Zorba, el griego, sin duda; eso fue el acabóse. Pero esa es otra historia.
Sí, esa ha sido mi vida y esa sigue siendo. ¿Qué me deparará el futuro? No lo sé, ni quiero saberlo, la verdad. Ya llegará lo de deba llegar. En todo caso, como dijo Belli*, «tal vez, todos podemos vivir muchas vidas». Eso es lo que importa, y eso es todo (hasta el siguiente libro, por el momento al menos).

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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[* Laura Martínez Belli (Por si no te vuelvo a ver)]

Haiku 1805 – 1809

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Haiku 1805 – 1809

–1805–

Alfombra de hojas
anaranjadas, ¡mira!
las nubes grises.

Alfombra de hojas anaranjadas, ¡mira! las nubes grises.

–1806–

Indiferente
aquel gorrión sobre un
espantapájaros.

Indiferente aquel gorrión sobre un espantapájaros.

–1807–

Falta una rana
entre las hojas verdes;
llueve en otoño.

Falta una rana entre las hojas verdes; llueve en otoño.

–1808–

Viento de otoño;
se lleva por los aires
hojas y niños.

Viento de otoño; se lleva por los aires hojas y niños.

–1809–

Con esta nieve
no se ve el cielo azul
ni todo el pueblo.

Con esta nieve no se ve el cielo azul ni todo el pueblo.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1201: Para toda la vida

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[1201]

1201. Para toda la vida

Hacía veintiséis años que la Tierra había entrado a formar parte de la Federación de Planetas Unidos. Gracias a ello habíamos entablado contacto con seis civilizaciones galácticas a lo largo y ancho de siete sistemas, quince exoplanetas, una veintena de lunas e infinidad de asteroides, mineros la mayoría. Aquel día –viernes, según el calendario terráqueo por el que me rijo en mi nave; y es que con tanto viaje espacial y tanto calendario local de los planetas que visito me hago un lio, ¿sabéis?, por eso sigo el de mi hogar en la Tierra–… bueno, el caso es que aquel día aterricé temprano en el planeta Ineen (sistema Raydiss; civilización Aldeen). En mi nave de carga –la Proteo– transportaba armamento, piezas de recambio para propulsores translumínicos y algunos ejemplares de animales salvajes procedentes de las lunas Ohnes y Tinis (civilización L’esskim). Sí, me dedico al transporte interplanetario. Llamadme Isaías.
―¡Menudo viajecito que me han dado!… Descargad con cuidado las jaulas, que aún no han comido las fieras –les dije a los encargados del zoo–. Son dos temibles raaks adultos, grandes como osos, de diez tentáculos engarfiados… cada uno… y no les gustan los zarandeos.
―Pero Isaías… ¡aquí hay también dos crías!, ¿qué hacemos con ellas?… a nosotros sólo nos encargaron llevar dos adultos al zoo.
―¿Y qué quieres que haga con ellas?… van en el lote… No me fastidiéis, ¿queréis?, que aún me queda un largo día por delante; ¡echadles la culpa a los dos raaks… que se pusieron juguetones durante el viaje!…
Con el armamento no tuve pegas; en eso la comandancia del ejército aldeeniano siempre es una garantía.
―¿Dónde es esta vez la guerra? –les pregunté.
―En la nube de asteroides Oldoo, tras la nebulosa Eleëre.
―¿Y es por el gas o por los metales nobles?
―¡Oh, nada de eso!; esta vez es mucho mejor… pero es secreto –me dijo el sargento haciéndome una mueca cómplice.
Media hora después aterrizaba la Proteo en el puerto espacial del otro extremo del planeta. Allí descargué las piezas de los translumínicos y me hice cargo de trescientas toneladas de residuos radiactivos con destino al reciclador nuclear del megasteroide Iss’gha.
Cuando regresé a Ineen, tras entregar los residuos y desinfectar mi nave, ya atardecía en la capital, Uatha. Miré el reloj y, como aún era temprano para cenar, aproveché para dar una vuelta por la ciudad en busca de algo de sosiego y libertad. En un recoleto jardín conversé con un anciano expiloto que me contó sus cuitas aquella vez que tuvo que amartizar de emergencia en territorio hostil. «Fue una erupción de emociones, se lo aseguro», me dijo emocionado. Llegué a la plaza central y un abogado –o eso me dijo que era– quiso venderme, con ademán inquietante, un tónico contra el alzheimer. Ayudé a una niña a bajar de un árbol a su gato siamés. Unas damas de mal vivir se me insinuaron al cruzar por un callejón. En un cartel anunciaban la actuación del gran mago E’yerém, alias El Milagroso. En un puesto ambulante le compré a un vagabundo un tazón de chinchulín en su salsa. Luego entré en un café-librería a tomar algo. Nada me hacía presagiar que sucedería. Dicen que hay momentos en los que un aliento invisible nos empuja a desafiar incluso el código moral de conducta que cumplimos en la vida diaria. No lo esperaba, pero sucedió. Allí la vi, sentada leyendo un libro de ecuaciones vibracionales.
―Dicen que, para obtener las frecuencias naturales de las placas romboidales, se aplica una variante subrogada del método del Elemento Completo con el que analizar las vibraciones transversales libres de las placas vórtice en aceleración crítica –le dije sin más.
Ella me miró y sonrió.
―Eso siempre que la minimización del funcional no precise de secuencias convergentes, supongo –me respondió.
―Naturalmente –le dije.
Fue lo que se dice un flechazo en toda regla. Por si no lo sabéis, os aclararé que los aldeeniano se parecen mucho a los humanos. Tenemos nuestras diferencias, claro; están sus capacidades psíquicas… pero, comparándolos con otras especies galácticas, son pequeños detalles… Ellos tienen los ojos grandes –mucho más que los nuestros–, y ella tiene la piel moteada, es alta y atlética, ¡y tiene una sonrisa!… Se llama Inaa. El caso es que acabamos en mi nave y la noche se nos hizo pasión, como se suele decir. Lo demás es privado, aunque os podéis hacer una idea. Fue una noche inolvidable. Nos casamos dos meses después. De eso hace ya cinco años. Sus padres pusieron algunos reparos. Los míos también. Supongo que para ellos era difícil aceptar que nos pudiéramos enamorar de un alienígena. Pero ya se sabe: el amor es universal. Al final comprendieron que nos queríamos de verdad, para toda la vida: nuestra hija Einä es prueba de ello. Y sí, los humanos y los aldeenianos somos sexualmente compatibles. Plenamente.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Csi 1200: ‘Un trabajo con vistas’ y otros cuentos sin importancia [febrero-2021]

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[1200]

1200. ‘Un trabajo con vistas’ y otros cuentos sin importancia [febrero-2021]

1200.1.- Los amores de Poly’sh y Est’ieë
En un recodo del bosque Poly’sh –un elfo– y Est’ieë –una hada– proclaman sus cuitas.
―En la comedia de la vida hallamos el llanto; en la tragedia del vivir, la alegría. ¡Ser o amar, he ahí la cuestión, oh, Est’ieë! –dice Poly’sh con hondo sentir.
―¡No desesperes, mi amado, que la aurora vengará nuestra afrenta! –le responde Est’ieë.
Y, muriendo, cae el telón; y, con un atronador aplauso, toda la clase de 2ºB del colegio feérico les felicita su magnífica interpretación teatral.

1200.2.- El Arca, una sembradora de bioguerra
―¡Órale, que me aspen si sé lo que es eso!, será mejor que vengas tú misma a verlo –exclamó el centinela fronterizo cuando avisó a Tetera Ma, la gerente de aquel antro, de mi llegada.
Era la segunda vez que anclaba en aquel hormiguero –La Colmena, la megaestación espacial sita en el asteroide Galímedes II de la nebulosa Osetia–, pero esta vez lo hacía a bordo de una nave mucho… mucho más grande.
―Es El Arca, una sembradora de bioguerra del Cuerpo de Ingeniería Ecológica del viejo Imperio Federal, de unos treinta kas de largo –le expliqué a mi vieja amiga.
―¿Una de esas que podían fabricar cualquier tipo de catástrofe ecológica a medida?, ¿pero no fueron destruidas todas tras La Caída? –me preguntó Ma.
―Sí. Tuve suerte, la encontré a la deriva en el Cuadrante 3K9; y además funciona a pleno rendimiento.
―¿Y qué haces por estos lares, capitán?
Y mientras saboreábamos una delicatesen en su suite privada, le fui explicando mis últimas andanzas.
―Me contrataron para solventar un conflicto territorial entre los dos países del planetas Endoit’e.
―¿Lo resolverías, verdad?
―Ya me conoces, incluso logré que se unieran en un solo país. Por eso he venido a esconderme aquí una temporada: de entre mis enemigos, ahora el planeta Endoit’e –todo él– es mi más acérrimo.

1200.3.- Ocaso de nubes desgarradas
Ocaso de nubes desgarradas y silencio envolvente como bandada de estorninos de moldura ahormada deambulando de aquí para allá en filigranas sin final; el sol rasurando el horizonte escarpado en un cielo rosicler en conjunción simétrica al vector elipsoidal de poniente que, despidiéndose del día, da la bienvenida a la dama nocturna; la brisa se torna recia, la luz se ahoga y un rayo esmeralda cruza el firmamento rumbo a lo desconocido en un eco de agónico rugir como rúbrica testimonial en un manuscrito de un gigante enamorado. Y, para concluir, como secuencia cumbre de una película inmortal, tres escenas se muestran ante el observador eterno para su deleite: sea la primera una dama guerrera que, entre nubes de niebla baja, extiende su brazo y grita y expulsa su lanza con la férrea intención de atravesar el corazón del rugiente dragón; sea la segunda un demonio alado surgiendo del inframundo y que, aunque oculta con el casco su pérfida mirada, muestra, no obstante, su brutal sonrisa; y tercera sea una criatura ciclópea que, descendiendo de entre las tormentosas nubes, anhela devorar el ígneo navío de mil púas. Sea esta, pues, la descomunal sentencia y declaro: «que todo lo que es, sea; y, que lo que no, fuese –amén– en el extremo opuesto a Júpiter».

1200.4.- Carmen Irina Mihalca de Dolha y Petrova
Carmen Irina Mihalca de Dolha y Petrova nació en una remota comarca en el corazón de los montes Cárpatos en el seno de una familia de rancio abolengo, aunque para ella eso ya no significaba mucho. Sabe que en tiempos antiguos sus antepasados –que habían sido los condes del lugar– habían habitado en un soberbio castillo, allá en la cima desde donde dominaban el valle, en lo que ahora sólo son ruinas, y que hubo un tiempo en el que habían sido respetados, incluso temidos. Las cosas ya no son lo que fueron, claro, y, en la actualidad, Carmen, una joven vivaracha de cabello pelirrojo y mirada incisiva, vive en un coqueto apartamento en la pequeña ciudad surgida en la falda de aquellos montes y trabaja de bibliotecaria. No obstante Carmen se sabe distinta pues aún conserva en su interior un no sé qué fugaz y siniestro que en cierto modo le conecta aún con sus ancestros, pues, en ocasiones, se transforma y, como impulsada por un estremecimiento vital, se convierte en otro ser y vuela; pues dicen que sus antepasados también poseían dicho don aunque ellos se tornaban en murciélagos y en lobos negros, y, mientras su familia aullaba en las noches de luna llena –pues se dice que eran vampiros–, ella se tiene que conformar, cual paloma torcaz, con zurear.

1200.5.- De una flor surge el abismo
De una flor surge el abismo; de un PAISAJE, la LUNA; del FRÍO EMBELESO, la PASIÓN desbordada; del fuego, el hielo; de la niebla, el universo; y del caos, la vida, cual ave fénix que remontara sublime la fosa ininterrumpida a la que fuimos enviados al tomar la salida o cual prosista poético en actitud eucarística. Pues ¿acaso no es meritoria la victoria que nos forjará el alma?, ¿no es retribuida la recompensa prometida? Dicen que una puerta se cierra y se abre una ventana cual universo infinito de finitud engañosa, y, sin embargo, va y viene la marea promovida por una fuerza invisible mas ponderable. No aguardemos a que la luz se nos apague y mantengamos, pues, viva la llama y, ojo avizor, sustentemos la esperanza en la vida por venir. Así sea.

1200.6.- Poco
—A veces escribo poco, muy poco.
—¿Cómo de poco?
—Como un punto y coma; con eso me basta.

1200.7.- Secretos inconfesables
―Alfombra, moqueta, tapiz, tapete, estera, esterilla, felpudo, llámalo como quieras, el caso es que volaba.
―¿Y la lámpara mágica?… ¿y el Genio?… ¿hablaste con Aladino?…
―¿Qué te crees?, eso sólo es un cuento de hadas.
―¿Y la alfombra voladora no?
―¡Pues claro que no!, pareces tonto; la alfombra voladora junto a la capa de levitación del doctor Strange y la capa de invisibilidad de Harry Potter forman El Trío Místico y es tan real como el Área 51 o Hellboy.
―¿Y volaste?
―Volé.
―¿Me puedes dar una vuelta en ella?
―Pero no ahora. Se la han llevado Hansel y Gretel para capturar brujas en los montes Cárpatos.
―Hansel y Gretel. Brujas.
―Hansel y Gretel. Brujas. Sí.
―Las brujas no existen, ni Hansel ni Gretel; ellos sí que son un cuento de hadas.
―Sí, esa es la idea: hacer creer que no existen; es la táctica de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal.
―Ya.
―No son trolas, créeme; y te lo cuento a ti precisamente porque nos conocemos hace mucho, y porque si no se lo cuento a alguien reviento. Déjame que te enseñe algo; mira aquí.
Y un fugaz flash iluminó su cara y, guardando el neuralizador, dejé a mi amigo en el parque; no sin antes recordarle que le llevara –hoy era su cumpleaños– unas flores a su mujer, Rocío.

1200.8.- Eneidadas I
―Fue el torvo Abante, jefe etrusco, un aliado de Eneas, muerto por Lauso al hacerle frente.
―Y hubo un soldado griego de escudo de cavo bronce de ídem nombre: Abante también.
―Lo sé; y, en su poderosa nave, otro llamóse así mismo Abante, compañero igualmente de Eneas.
―Y, no obstante, fue Abaris un rútulo muerto por Euríalo.
―¿En Abela, ciudad aliada de Turno?
―No, en campo troyano.
―¿Quién lo diría, no?; soplaría el ábrego, desde África, supongo.
―Es de suponer; así es la vida, sin duda.

1200.9.- Fogonazos de arcoíris
Era un duende y vivía camuflado entre los humanos, en un acogedor piso de la ciudad. Al no encontrar ningún bosquecillo donde pudiera ocultar sus ollas mágicas llenas de monedas de oro –el cemento de la ciudad lo engullía todo– el leprechaun las escondía en su casa, bajo su cama o en un armario o bajo la alfombra del salón. Ninguno de sus vecino, sin embargo, solían percatarse de aquellos fogonazos de arcoíris –los humanos ya no solían mirar al cielo– que, en ciertas ocasiones, emanaban desde su casa –sita en el ático de una torre de quince pisos– y buscaban alcanzar el cielo; y, quien lo hacía, sólo lo consideraba una simple irregularidad atmosférica sin asociarlo, naturalmente, a ningún fenómeno mágico –los humanos, sobre todo los adultos, tampoco creían en esas cosas–.

1200.10.- Junta vecinal a la deriva
―Invertir la potencia del vórtice, eso fue suficiente.
―Mira por dónde.
Todo se fraguó en la última reunión de vecinos de mi comunidad. Ya sabéis cómo son estas cosas: se propone algo simple, no sé, reparar las calderas, por ejemplo, y alguien sugiere instalar un modelo de condensación que, al parecer, es barato y fiable; «parece una buena idea», dicen algunos. Pero el del 10ºC prefiere que sea de compresor no binario, que le han dicho que, aunque más caro, a la larga sale mejor de precio percápita; y entonces surge la discusión entre la vecina del 7ºA y el del 9ºB, y alguien exige que se cumpla el reglamento y que el ajuste tangencial sea termonuclear trifásico, y una cosa lleva a otra y cada propuesta sobrepasa la anterior –y es más cara, naturalmente– y, al final, lo que se aprueba instalar es un compresión geomagnético que obtenga el gas de una bolsa de magma de la astenosfera.
―O sea, la releche.
―Sí. Y lo peor es que, en la prueba de prospección, casi hacemos explotar media ciudad. Menos mal que logramos invertir la potencia del vórtice. Pero tranquilo, al final lo conseguimos.
―¿Alcanzasteis magma?
―No. Finalmente instalamos el modelo de condensación; me empeñé y ¡vive Dios que conseguí convencer a la junta vecinal, que para eso soy aragonés!

1200.11.- La primera comida de la noche
La luna asoma lúgubre y la noche se abre paso entre la niebla fría. En la lejanía se escucha el aullar quejumbroso de unos lobos.
―Ámame –le susurró deseosa Marishka.
―Sedúceme –le imploró voraz Aleera.
―Quiéreme, amor mío –le pidió Verona con ademán escabroso.
―Mírame y hazme tuya –le suplicó ardiente Aleera, de nuevo.
―Bésame, demonio mío –le rogó insistente Verona.
―Muérdeme, príncipe de la oscuridad –le impetró Marishka con ansias desbordadas.
―Oh, queridas, sois insaciables; dejadme al menos que vuele hasta el pueblo y desayune antes la sangre tibia de algún aldeano; ya sabéis que la primera comida de la noche es la más importante –les dijo Drácula a sus novias con una sonrisa maliciosa.

1200.12.- A la desesperada
―¡Teclado, escribe! –le ordené.
Esperé impaciente, pero el teclado no escribía. Esto tampoco funcionaba. Ya no sabía qué hacer. Lo había probado todo y seguía in albis. No se me ocurría nada interesante que escribir: mi mente no daba más de sí; mi imaginación ya no funcionaba; mi musa debía haberse ido de vacaciones; el genio de la lámpara que había comprado en un mercadillo de Bagdag seguía ilocalizable; y algo debía estar haciendo mal con el hechizo ‘piertotum locomotor’ para dar vida a los objetos –que acababa de utilizar con la máquina de escribir de mi abuelo– porque tampoco, ¡ni con esas! Empezaba a impacientarme. Sólo me quedaba una opción. Era actuar a la desesperada, lo sabía, pero no había otro remedio. Tenía sólo tres horas para entregar en la redacción del periódico mi cuento de ficción semanal, así que me puse manos a la obra y empecé a escribir sin ton ni son lo primero que se me pasaba por la mente; «¡que sea lo que Dios quiera!», pensé al enviarlo a la rotativa. A la mañana siguiente, cuando llegué a la redacción, me topé con mi jefe: «¡chaval!», me dijo, «¿qué es eso de escribir sobre un hechicero que se queda sin inspiración para elaborar nuevos conjuros?; ¡enhorabuena!, ¿de dónde sacas esas geniales ideas de historietista?»

1200.13.- Innumerables
Innumerables esperan el juicio. Siento la velocidad de desplazamiento, estoy acostumbrado; soy uno con el sistema y acelero. Se escucha llegar un camión de bomberos. ¡Fuego! Hoy es el aniversario del emperador; ¿escuchas?, suena la melodía como una anacrusa.

1200.14.- Negociación en el planeta Y’emunt
Partitura a cien bandas intercaladas con resonancia marcial y ritmo subyugante y el eco de un millón de voces polifónicas como recibimiento solemne a las dos comitivas.
La reunión tuvo lugar en el planeta Y’emunt pues aún se consideraba territorio neutral. Imaginad: un planeta desierto y sólo un edificio construido en él; pero un edificio imponente, grandioso, cíclope, con forma hipercúbica de trescientos kas de flanco, y, en su núcleo, un paraninfo de diez kas de lado y mil milikas de altura sostenido con soberbias columnas y decorado con inefable magnificencia.
Por un lado, el séquito del Dios-Emperador Eneav’rr, sumo gobernante del planeta Ar’ene; por otro, la cohorte del Altísimo y Excelso Señor del planeta Iss’gha. Eran tiempos prebélicos, donde la apariencia lo significaba todo. Y allí estaban. Frente a frente. Con sonrisa amable e intención deshonesta. El objetivo: repartirse un nuevo planeta recién descubierto; un planeta rico en agua y en campo magnético; todo lo que les faltaba a ellos en sus respectivos imperios –un pequeño planeta llamado por sus aborígenes: Tierra–. Y allí se declararon la guerra, pues ambas comitivas no lograron ponerse de acuerdo en el reparto. Imaginad: toda una guerra galáctica por causa de un porcentaje.

1200.15.- El silencio oxida
El silencio oxida la cúpula cubierta por el cielo azul y la deslumbrante orilla del río mira hacia la ventana desde el fondo de la noche cuando toda la gente insomne se reúne.

1200.16.- Don Teodorato y Meditativo
Don Teodorato Garagarza von Richthofen se compró un robot de aleación y fibra de vidrio para que fuera su mayordomo. Le llamó Meditativo porque decía que le recordaba al semáforo de la esquina. Lo cierto es que nadie salvo él comprendía la semejanza.
―Meditativo –le preguntó un día don Teodorato–, ¿qué te parece la idea de la existencia del más allá?
―No sabría qué decirle, señor… ¿allí también tendría que servirle, señor?
Don Teodorato se quedó pensativo.
―No, supongo que no, Meditativo.
―Pues entonces sí me gustaría que existiera, señor.

1200.17.- Una cita en el museo
La semana pasada fui de compras acompañado de mi robot-mayordomo y a la vuelta entramos a ver el museo de arte. Desde entonces todas las tardes, con la excusa de tener que salir a comprar algo en el mercado de la esquina, mi robot entra en el museo. Al enterarme, le pregunté:
―¿Por qué vas todos los días al museo?
―Es que he quedado prendado de la estatua en mármol de una bella doncella –me respondió– y voy allí a visitarla, señor.

1200.18.- El niño travieso
Vladislao Odonic, duque de Dworzaczek, científico de gran renombre y fama donde los haya –inventor del propulsor estelar Odonic y descubridor del Principio de Aceleración Supralumínica–, siempre había sido muy previsor y ordenado en sus costumbres. Una de ellas, quizá la que más ha llamado la atención entre aquellos que se dedican a estudiar su vida y su obra, concierne a sus hábitos de lectura. Su biblioteca era legendaria; desde su más tierna infancia guardaba todo lo que había leído, que había sido mucho. Al parecer, a partir del día en que cumplió los cincuenta decidió volver a releerse, pero en orden inverso, las novelas, las obras de teatro, las poesías y los cuentos que ya había leído a lo largo de su vida –«ya he leído suficiente; ha llegado el momento de disfrutar del placer de la relectura», decía–, de modo que entre los 50 y los 60 releyó los libros que había leído entre los 40 y los 50; entre los 60 y los 70 releyó los que había leído entre los 30 y los 40; entre los 70 y los 80, los que había leído entre los 20 y los 30; entre los 90 y los 100, los leídos entre los 10 y los 20; y a partir de los 100 regresó a los tebeos. Murió a los 103 de un ataque de risa mientras leía «El niño travieso», de Hans Christian Andersen.

1200.19.- Érase una vez un asesinato
―…y dicen que también estuvo presente sir Duncan Granwell, y que fue una de sus incontenibles peroratas de costumbre donde habló de todo un poco: de pintura sumi-e japonesa, de las cerámicas de Albacete, de los tapices de la Real Fábrica de Madrid, de los pintores impresionistas alemanes, de jazz y de las teorías de Schrödinger… o de las de Maxwell, no recuerdo bien; ¡uf, fue agotador! Dicen que también contó un cuento…
―¿Un cuento?
―Sí, «Érase una vez…», comenzó a decir, «que se celebraba una fastuosa cena en el vetusto castillo de un lord inglés, y uno de los invitados se percató, ya a los postres, de que “fuimos trece a la cena porque alguien faltó”, dijo después en el interrogatorio. “¿Quién será, pues, el primero que se irá al otro mundo?”, recuerdo que le preguntó aquel invitado.» Dicen que sir Duncan soltó una risita nerviosa y que contestó: «yo»; y ahí estuvo lo extraño.
―¿Por qué?
―Pues porque a la mañana siguiente le encontraron muerto en su casa, acribillado a balazos.

1200.20.- Tras una vida de muerte
Silenciar los pasos recorridos aún sin remordimiento de culpa pero consciente de los errores que he cometido –alcanzada ya la edad de la prudencia–, ese es el resultado al que dedico ahora mi tiempo tras una vida de muerte. Me reclutaron joven recién salido del orfanato, inocente de mí –si sirve de disculpa–, primero con pequeños hurtos, sisas y timos; luego aprovecharon mis ansias de venganza por el asesinato de mi maestro para hacerme entrar en la nebulosidad del crimen sin falta; y, al final, convertido en un freelance del asesinato a sueldo, obtuve fama de infalible en el mundillo del delito. Fueron años que navegué sin prejuicios y del que obtuve pingües beneficios, sin duda, pero todo tiene un límite en esta vida y llegó el día en que dije basta. Ahora obtengo de mis canas, y de mi dinero bien invertido, el anonimato buscado; y, en la paz de mi refugio, paso los días leyendo, cuidando de mis abejas y, en mi huerto, de mis moras y tomates.

1200.21.- Estrategia de marketing
«¡Camaleónico cual felino al acecho en pos de una presa, sigiloso, implacable, sutil, disciplinado, respetuoso, obediente, eficaz!», así le vendían a la opinión pública los beneficios de las nuevas legiones de robot-soldados clase ADR-9 destinadas a los planetas fronterizos del cuadrante Sigma, donde la guerra contra los che’age’ab del sistema Dena’p alcanzaba ya los tres años y cinco meses terrestres.
Finalmente, y siguiendo derroteros no del todo claros –valga el eufemismo–, se alcanzó un acuerdo de paz humano-che’age’abiano, y los que habían sido acérrimos enemigos se dieron un apretón de manos –bueno, o lo que sea que tuvieran aquellos extraterrestres–. Siete meses más tarde llegaron a la Tierra las tropas ADR y la empresa fabricante de aquellos eficientes robots se encontró con el problema de qué hacer con el stock sobrante. Tras un exhaustivo análisis en busca de una estrategia de marketing favorable, y ciertos cambios en el uniforme y en la matriz neurológica, encontraron una muy rentable solución.
«¡Servicial cual fiel mayordomo en pos de un servicio eficaz, discreto, preciso, inteligente, disciplinado, respetuoso, obediente!», así le vendían a la población el nuevo robot-mayordomo ADRIAN. Los primeros en comprarlo fueron un anciano matrimonio.

1200.22.- Adiós, palabras
Parece sólo un árbol, lo sé, un árbol solo, con la luna que se asoma a través de los espacios vacíos, infinitos, entre otros árboles con hojas caídas, sin pasión, con la mirada en lo intangible, al son de la brisa, eco de lo sublime. Y ahora lo siento, pues desperté a un sueño tras dormir en el espacio de un beso, entre las sombras de Fuyukawa. Adiós, palabras, adiós, conjuntos vacíos que han extraviado su correspondencia con el viento amable que una vez fuera esencia del todo y ahora son nada. Adiós.

1200.23.- Filigranas
¿Ves la sombra del árbol hecha de filigranas por la luz del sol recortada sobre el suelo? Pues así son las palabras que escribo, así los intrincados recovecos de la trama imaginada y plasmada sobre el papel.

1200.24.- Cuando el ocaso se despereza
Cuando el ocaso se despereza y el manto de niebla se tiende sobre el prado verde, los florales aqua’lyea y los alados y’nyques centelleantes salen de entre los pétalos de las flores y los troncos de los árboles y juguetean con las luciérnagas al son del murmullo del riachuelo.

1200.25.- El horror surge
Rayos destellando en el cielo borrascoso; truenos, uno tras otro en sucesión infinita, retumbando con indecible potencia hasta hacer retemblar el pavimento empapado por la incesante lluvia, resquebrajándolo, como queriendo perforar el suelo, alcanzar el infierno y dejar libre a la bestia. Era el ambiente propicio para mi estado de ánimo, sin duda. Atardecía, y allí estaba yo corriendo bajo la lluvia, desesperado, con el ansia rota, la mirada malherida y el corazón desgarrado.
Dicen que existe un lugar perdido de la mano de Dios, en lo profundo de un bosque negro, donde habitan monstruos, donde las sombras proclaman su reinado eterno. Pues allí preferiría estar y no experimentar la zozobra que atraviesa mi alma como espada lacerante. Pues, por muy horrible que sea, nunca será más terrible que lo que acabo de descubrir.
Trabajo en una prospección minera a las afueras de la ciudad. Tras una explosión –fortuita, quiero pensar– les vi surgiendo del infierno. Una legión de… ¡es tan horrible! Sólo pude salir corriendo. Pero me detuve. Tenía que avisar a la policía, a los bomberos, al ejército… Y, haciendo de tripas corazón, regresé a la puerta del abismo, y, enfocando la cámara de mi móvil, llamé a Emergencias y les mostré el horror por videollamada.

1200.26.- En busca de la libertad perdida
―¿Bandada lo llama usted?… curioso apelativo, comisionado; ¡válgame el cielo, si sólo ha sido un pequeño convoy con unos cuantos conciudadanos suyos en viaje de turismo! ¿Acaso su Gobierno no alienta el intercambio cultural y no promueve la libertad, y cito su último discurso en la sede de la Federación de Planetas Unidos, «con objeto de demostrar cuan equivocados están aquellos que acusan falsamente a mi insigne Gobierno de impedir a nuestros conciudadanos ejercer plenamente su derecho a la libertad de conciencia así como de movimientos con el resto de la galaxia»? –dijo el presidente de la FPU.
El comisionado, representante plenipotenciario del planeta Libertad ante la propia Federación, no pudo reprimir un gesto de disgusto al escuchar aquellas palabras, pues si bien es cierto que era de sobra sabido por todos la flagrante ausencia de democracia implantada por el recientemente impuesto gobierno despótico de aquel planeta –cuyo nombre original, E’hatkin, de grato recuerdo, fue oportunamente sustituido por el eufemístico de Libertad–, no era menos cierto que aquel ‘pequeño convoy’ fue de hecho una multitudinaria fuga de ciudadanos e’hatkinianos, auspiciada por la propia FPU, en busca de la libertad perdida, la verdadera y tradicional.

1200.27.- Los detalles importan
―¿Por qué tardaste tanto en terminar de escribir ese cuento?
―Porque me costó más tiempo decidir quitar una coma que lo que tardé en sí en escribir el cuento entero.

1200.28.- Aguinaldo el excelso
Aguinaldo (en om’shyniano antiguo Akinaldw, que significa ‘honor de Akin’) o Dádiva (en la mitología a’uskurniana) fue un héroe de la mitología tad’esca. Era hijo de Irys’c (emperador del planeta Ya’umi; uno de los inmortales) y de Ard’samis (reina mortal de los tres sistemas pentasolares os’tanianos). Llegó a formar parte del panteón terráqueo en el 10590 de la Era Nueva cuando la post-humanidad conquistó el planeta Tad’es (heredero cultural primero del planeta Om’shy y posteriormente de la eminente civilización del planeta A’uskurn) y formó parte del Conglomerado Planetario del cuadrante galáctico T’honon (también llamado ‘el de las setecientas nebulosas o’aldshyanas’). [Datos obtenidos de la Enciclopedia Galáctica T’honon, 835ª edición, del año 15152 de la Era Nueva]. De carácter férreo, a Aguinaldo se le atribuyen numerosas proezas de naturaleza portentosa, pero, sobre todo, es conocido y venerado por su valentía y arrojo sin igual al conseguir salvar in extremis de una muerte segura y trágica al primogénito del rey I’issroth, regente del sistema planetario Et’engo (de ahí que se le conozca como Aguinaldo el Excelso), al lanzarse al abismo de Rh’asath desde un resbalín.

1200.29.- Alcanzando la imposibilidad posible
―No existe ejercicio más estimulante –ni más peligroso, sin duda– que pensar en cinco palabras efímeras de imposibilidad inequívoca y ponerlas en práctica en la mañana precoz de un amanecer vehemente.
―Mas maese búho… si son imposibles… ¿cómo?…
―¿Dudas de mi sabiduría acaso, joven hurón?
―No, venerable maestro; insinúo un inconveniente, sólo eso.
―Escucha, aprendiz, y aprende, pues no hay frontera que no pueda ser cruzada ni imposibilidad que no sea posible.
―¿Y cómo se alcanza la habilidad específica que abre la puerta que conduce a la realidad innata donde se cumple tal milagro latente, maestro?
―Recuerda que los pasos son cortos y muchos los necesarios que hay que andar para avanzar poco en la senda; pero no se llegará al final con las manos vacías, pues la humildad del aprendiz se verá recompensada y la habilidad en ella cultivada obtendrá sus merecidos laureles.
―Sí, maestro.
―Y, ahora, sigue practicando, joven hurón; aún te faltan cincuenta flexiones invertidas… y no te ayudes con las manos.

1200.30.- El germen del mal
Vino de lo profundo, de lo insondable del cosmos, de un planeta innombrable incluso para los que lo conocían. Huía de una guerra originada entre los suyos; de un enfrentamiento fratricida que había convertido su hogar en un infierno. Resultaba paradójico cómo en un cuadrante galáctico como aquel, poblado por civilizaciones pacíficas y sabias, había surgido una especie como la suya, tan sanguinaria, tan depravada… Y lo peor es que, con el tiempo, el germen del odio se extendió a otros planetas. Él, sin embargo, no era como ellos. Afortunadamente. Él no. Por eso, al darse cuenta de que el mal se extendía como un virus sin visos de ser vencido, decidió escapar; no quería ser testigo de cómo el mal destrozaba irremediablemente a gentes buenas. ¿Era aquel, acaso, el destino del universo? Por eso, cuando llegó a la Tierra creyó encontrar un paraíso. Y allí hizo su hogar. Un día, sin embargo, la guerra y la destrucción hicieron también acto de presencia en aquel pequeño planeta azul, y comprendió la verdad y constató que el germen de la desolación era connatural a la vida. Por eso lloró, lloró amargamente, y, en busca de la paz que debía existir en algún lugar –sin llegar a comprender que él era el portador de germen del mal–, volvió a darse a la fuga.

1200.31.- Sólo pesadillas
El pueblo tembló; y la gente, asustada, corrió a protegerse.
―¡Corra, abuelo, corra! –le gritó un vecino.
―No, hasta dentro de 300 años no se vuelve a despertar el gigante –le respondió sentado a la puerta del bar–; lo de hoy sólo son pesadillas que tiene.

1200.32.- El peluquero
―¿Liebre para desayunar?, desde luego que es usted un extravagante, don Nikolay –le dice el peluquero mientras le rasura la nuca con la navaja.
―¡No crea, don Jaime… en su salsa y con un vasito de moscatel es un soberbio estimulante, pruébelo! –le contesta don Nikolay soltando una carcajada, recostado en la butaca de una de las salas de la embajada.
Don Jaime Salvatierra es un afamado peluquero de Madrid. Es educado, de carácter tímido y muy reservado, en quien se puede confiar, por eso se ha ganado la confianza de don Nikolay Lébedev, el embajador ruso, y ha sido elegido como su peluquero personal teniendo acceso a las dependencias privadas de la embajada. Su prestigio alcanza a las más altas esferas sociales, económicas y políticas del país, y quien se considere alguien en el panorama VIP es cliente suyo. Don Jaime tiene la agenda llena y cada día recorre mansiones, embajadas y periódicos y allí charla de todo un poco con sus anfitriones y se entera de cosas y consigue información sensible de alto secreto que de otro modo sería imposible obtener, y todo ello luego se lo transmite a quien le reclutó para ser espía. Hoy, por ejemplo, ha dejado disimuladamente en un cajón de la embajada rusa unos nanomicrófonos ocultos en unos bolígrafos.

1200.33.- Miedo verde
―…pizza…
―Perdona… ¿decías?
―Que esta noche he soñado que me comía una pizza.
―¿De qué?
―No lo recuerdo, pero volaba en un dirigible rumbo a Marte.
―¿Y por qué?
―No lo sé, era un sueño.
―¿Y llegaste?
―Eso creo, recuerdo pisar suelo y decir algo como que «he recuperado mi vida de antaño; ahora, ya de muerto», o algo así.
―¿Llegaste muerto?
―No, claro que no, ¡qué cosas tienes!
―Entonces ¿a qué vino eso?
―¿Qué quieres?, es lo que soñé.
―¿Y qué tal en Marte?
―Vi a un marciano.
―¡Hostia!, ¿y te habló?
―Pues sí, y en español.
―Sería políglota; ahora el español está muy de moda, dicen. ¿Y qué te dijo?
―Me miró con sus tres ojos…
―¡No fastidies!, ¿tres ojos?
―Sí, tres, ¿pasa algo?
―No, nada, perdona; continúa.
―Me miró con sus tres ojos… y con voz de barítono me dijo: «sólo en el escribir sosegado se alcanza la perfección vehemente».
―¿No sería al revés? No sé, me suena mejor al revés.
―Pues no, lo dijo como te lo he dicho.
―Mola.
―Pues me asusté.
―¿Era feo?, ¿tenía brazopiernas?, ¿se le veía el cerebro como en Mars Attacks!?
―No… pero no era rojo.
―¿Y por qué tenía que ser rojo?
―Hombre, como Marte es el planeta rojo…
―¡Bobadas! Bueno, ¿y por qué te asustaste?
―No lo sé, entonces desperté; pero como en las pelis de miedo el monstruo siempre es verde…

1200.34.- Un trabajo con vistas
―¿Qué tal es tu trabajo?
―No está mal. Lo mejor son las vistas –le respondió el astronauta.

[FIN]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia

Haiku 1800 – 1804

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Haiku 1800 – 1804

–1800–

Ya no se ven
abejas en las flores;
llueve en otoño.

Ya no se ven abejas en las flores; llueve en otoño.

–1801–

De norte a sur
una gaviota vuela;
el cielo gris.

De norte a sur una gaviota vuela; el cielo gris.

–1802–

Rayos y truenos
retumban en la noche;
llueve en otoño.

Rayos y truenos retumban en la noche; llueve en otoño.

–1803–

Llega el otoño;
el suelo se recubre
de hojas de ginkgo.

Llega el otoño; el suelo se recubre de hojas de ginkgo.

–1804–

El árbol verde
se ha quedado sin hojas;
suelo alfombrado.

El árbol verde se ha quedado sin hojas; suelo alfombrado.

Luis J. Goróstegui
#haiku

Csi 1199: Quiero verte, ¿sabes?, quiero verte

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[1199]

1199. Quiero verte, ¿sabes?, quiero verte

Quiero verte, ¿sabes?, quiero verte, por eso te hablo y derrito tu ausencia en esta noche extraña; y es que estoy netamente herido al quererte. En ocasiones escribo –¡y con una espada láser en ristre!– cosas del corazón sangrante; seguro que algún día incluso conseguiré afilar mi fuego con un sacapuntas cuántico; o puede que me olvide, no sé, como olvidé cómo florecer. Quiero convocar a la primavera hasta que la rosa se abra azul en la noche blanca. Olvídate, amor, del satélite que me dejó ir y me convirtió en una estrella, pues el agua del chōzuya es fulminada por la fría piedra azul celeste. Sí, así es. ¿Pido imposibles?, puede, pero sólo quiero dormir ligero a tu lado brillando intensamente. Eternamente. Estoy confundido frente al espejo esta mañana porque no hay afuera como atributo. Despierto. Disperso el ramo en la superficie del lago lo más lejos posible de las ondas. ¡Allá va refulgente, cual astro!, pues el cielo y el mar azul también son un solo fuego en forma de estrella; y la luz y la oscuridad, en un pequeño corazón inerte, es un sueño cambiante. ¡Wow, me hiciste dividir por cero!, ¿no es cierto?, lo percibo, pues la sensación de pasar –después de la medianoche– del cielo al cielo es como sostener en carne viva un fuego enterrado. Eres una hermosa voz cantante que baila detrás de la escena pública.
He encontrado trazos rotos que antaño escribí en pinceladas deshilvanadas. Mirad –leed– el cielo de verano, sus grandes flores que invitan a las lágrimas en un azul nublado como la superficie del agua. Llueve. Pero no puedo moverme de aquí. Nadie necesita un día como éste –al Este– y la lluvia simplemente me moja. Nadie se dará cuenta… Oh, perdona, sólo tú lo notarás. Para mí que es tan inútil… «Mamá, el tendedero parece estar solo», dice el niño. «No comas arroz tan temprano», le dice su madre. El perfil del viento acariciando la hortensia descolorida. El olor residual del verano. «Moriré antes de los sesenta», me dice el viento en lenguaje olvidado. Escucho su traducción y me sorprende. Según el veredicto se decidió que la cantidad de latidos que golpearon en mi vida será de dos mil millones de veces, y que la esperanza de vida calculada tomando el pulso de anoche será de cincuenta y ocho coma cinco cuatro uno uno cinco cuatro cuatro. «Voy a vivir mucho, así que moriré primero» «¿Estás seguro?» «Sí», añade el eco. «¿Estás hablando de la propuesta de ayer?» «Ja, ja, ja». Justo aquí el obturador parpadea y el reloj se detiene, aunque no estoy en la imagen. En el fondo del agua limpia, profunda y profunda… «Levántate», me susurra amablemente el mar y siento como si estuviera mirando hacia arriba, fuera de la superficie del agua. Sólo estoy mirando hacia arriba. Años, décadas. No hagas mil pequeños movimientos, haz uno para siempre. Muy tranquilo, todo está lejos. Algo como eso… La punta de la manzana enrollada… Tú. Colmillos de troyanos, pasadizos estrechos, veneno. Garras y orejas de conejo reforzadas. El hierro de la moto que guardé. La noche. Huellas de neumáticos y huesos que se compartieron. Los bordes y los arañazos de las gafas. Elefantes. La frente tranquila adornada con una dalia. «¡Aaaooo!», canta el alba. El brillo y la oscuridad de una serie de telas como banda sonora de una vida.
Quiero cambiar, pero lo odio, y no puedo atar mi pasado pues es fiera rugiente. Indomado. Me abrazas en una noche cálida como la piel primaveral del sakura que ya ha florecido. Alguien dijo que el ácido carbónico es un detonador sentimental. Evocador. Y es que soy débil; así que, si sales en mi sueño y me aprietas, lloraré. Por eso «dichosos» –dijo la escritora*– «los que pueden amar y odiar sin disimulos, sin vacilaciones, sin matices».

[* Irene Némirovsky (Suite Francesa)]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Csi 1198: Conflicto diplomático

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[1198]

1198. Conflicto diplomático

―¡Abuelo, cuéntanos cómo son los aliens!
Sus dos nietas gemelas, Riäl y Äthi, se arremolinaron a su lado riendo y gritando de expectación. El abuelo Otonë las miró complacido.
―¡No os colguéis de mí que me vais a tirar! –les dijo mientras se desembarazaba de ellas–; además, quien les ha visto en persona ha sido vuestro padre, yo sólo he visto holografías. Pero sí os diré que… ¡son tan distintos a nosotros!, ¡tan extraños!, ¡tan…! Cuando llegaron les hicimos pasar la cuarentena en una de las deshabitadas islas del archipiélago Quä’b… Sus dos ojos… ¡Ënm, cuéntaselo tú!…
―¿Es verdad, papá?, ¿cómo son?
―El abuelo dice bien: tienen sólo dos ojos, dos brazos y dos piernas, pero ningún tentáculo, y se comportan raro, es cierto, pero no parecen peligrosos. Algunos tienen pelo en la cara, bajo la nariz –bigote, lo llaman–, y con el tiempo les crece pelo por toda la cara, y, aunque se lo corten, les vuelve a crecer, ¡increíble! Tienen la piel carnosa, ¡y no es verde! Llegaron en dos enormes y extrañas naves. Dicen que huyeron de su planeta porque estaban en guerra, o algo así; y son unos cinco mil, aunque se reproducen rápidos. Ah, llaman a su planeta Tierra y ellos se autodenominan humanos. En las naves traían vacas, ovejas… cabras… gallinas, gallos, alguna liebre… así les llaman; según ellos es para tener comida fresca a bordo –¿os lo imagináis?, ¡comida fresca!–; y plantas –también tienen nombres raros: rosa, tulipán, seta, champiñón, aguinaldo, y… dejadme que busque… drosera capensis, creo que lo llaman… y lechuga, coliflor… y otras por el estilo–. Escriben –por llamarlo de algún modo– sobre un material fino y flexible –papel, lo llaman– con unos objetos puntiagudos –bolígrafos– que manchan; y en otros lugares que no manchan –placa madre, matriz neuronal, ordenador–, pero aún no sabemos qué son. Además de agua, como nosotros, beben alcohol procesado, cerveza y vino, dicen; aún estamos analizándolos. Hablan un idioma muy raro, lleno de trabalenguas, y nos costó casi un año idear un incipiente traductor para poder medio entenderles. Para darse a la fuga de su planeta usaron un resbalín ígneo, nos han asegurado –no, no me preguntéis, hijas, aún estamos intentando comprenderlo nosotros también–. Parecen encantados de mostrarnos sus cosas, incluso nos han enseñado cómo hacer una pizza suya –para comer, ¿sabéis?–, pero nuestro cocinero no lo ve claro, por ser benévolos con los aliens. Y tocan instrumentos –en eso, al menos, coinciden con nosotros–, pero son instrumentos muy raros: la guitarra, por ejemplo; y a quien la toca le llaman guitarrista… ¡están locos, sin duda! Precisamente este fin de semana, coincidiendo con el cuarto aniversario de su llegada, hay previsto un encuentro diplomático con ellos en donde…
En eso sonó el teléfono de la línea fija de la casa. Ënm atendió la llamada. Riäl y Äthi regresaron con su abuelo que les empezó a contar cosas sobrecogedoras de los humanos. A Ënm se le veía preocupado, escuchaba pero no decía una palabra. Al otro extremo de la línea le hablaba su jefe, E’quënal, el recientemente elegido embajador de todo el planeta Einäi ante los aliens.
―…sí, te lo digo muy en serio, Ënm, me temo que va a ser imposible todo entendimiento con esos bichos. Los humanos tiene la obscena costumbre de cerrar los acuerdos con un apretón de manos, ¡eso no es decente!; y se niegan a firmar ningún acuerdo con nosotros mediante nuestro rito de conformidad, el sacrosanto e irrenunciable Daäldreëb; dicen que ellos nunca meterán su lengua en nuestro chrïl. ¡Eso es inaceptable!
Cuando Ënm colgó el teléfono anduvo taciturno por la casa. Su esposa, Queëz, se le acercó temiéndose lo peor.
―¿Qué ha pasado, Ënm? –le pregunto el abuelo.
―Problemas, Otonë. Se ha cancelado el concilio con los humanos hasta nuevo aviso.
Queëz gruñó. Ënm sabía sin necesidad de hablar lo que ella estaba pensando: «¡Si ya te lo dije!…; ¿lo ves?, primero que sí, luego que no, ¿te lo dije o no?; ¿qué se podía esperar de unos bichos como esos humanos?; ¿y quién se empeñó en entablar lazos diplomáticos con ellos?… ¿Y ahora qué hacemos?, ¡ya no podemos volver a reservar billete para ir al asteroide Bänl!… ¡y era nuestro aniversario de boda!…». Ënm le contestó con un gesto: «¡Pero, Queëz!, ¿qué culpa tengo yo?, ¡la reunión era una orden de arriba!». Sí, se leían el pensamiento; la telepatía tiene estas cosas.
―Lo siento, Riäl, Äthi, pero ya no hay reunión con los aliens –les dijo su padre.
Las gemelas se cogieron un berrinche.
―¡Pero, papá, yo quería ver a los aliens; jo, me lo prometiste! –le gritó Riäl.
―¡No, me lo prometió a mí! –gritó Äthi.
―¡Bueno, bueno, no os peleéis!… ¡Äthi, no le tires de los tentáculos a tu hermana!… ¡Riäl!… Además no tenéis motivo para quejaros, hijas, ayer mismo os llevamos al zoo.
―¡Pero no hay ningún humano en el zoo, papá!
―Tampoco os perdéis nada, hijas, son las criaturas más horrendas de la galaxia.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Haiku 1795 – 1799

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Haiku 1795 – 1799

–1795–

Un caracol
cuando llega la lluvia
alza los ojos.

Un caracol cuando llega la lluvia alza los ojos.

–1796–

El viento arrastra
las nubes en otoño;
caen las hojas.

El viento arrastra las nubes en otoño; caen las hojas.

–1797–

La fronda verde
se vuelve anaranjada
aunque no cae.

La fronda verde se vuelve anaranjada aunque no cae.

–1798–

El perro ladra
al ver caer las hojas;
el viento sopla.

El perro ladra al ver caer las hojas; el viento sopla.

–1799–

El viento deja
sin hojas a los árboles;
¡mira, una allí!

El viento deja sin hojas a los árboles; ¡mira, una allí!

Luis J. Goróstegui
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Csi 1197: De guerra y paz

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[1197]

1197. De guerra y paz

Yo nací predestinado a ser carne de presidio, lo admito, y, sin embargo, acabé siendo galardonado; ¿tuve suerte?, no lo sé, no creo en la suerte, prefiero pensar, en todo caso, en que la Divina Providencia tenía previsto que mi vida discurriera por otros… derroteros.

«A todas las unidades, a todas las unidades: cierren todos los accesos; sospechoso huyendo por vía 35 perdiéndose entre la población; va armado. Orden de captura… vivo o muerto. Preciso recuperar matriz robado. A todas las unidades…»
―¿Dónde estabas?… ¿Lo has conseguido?
―Sí, aquí está; unos agentes me han entretenido más de la cuenta –le dije, aún resoplando por la carrera, mostrándole la matriz cartográfica.
―¡Jo, tío, eres la hostia!

Hacía ya cinco años que el Sumo Gobernante Ray’dan había alcanzado el poder en el planeta Om’mos –mi hogar– dando un golpe de estado, y el consiguiente alzamiento popular que provocó su tiránico gobierno no tenía visos de alcanzar el noble objetivo de restablecer la democracia perdida. «Necesitan una ayuda», pensé. Por eso acabé apuntándome a la resistencia –sin duda la Divina Providencia, que intervenía en mi vida–. No es que sea un valiente, es que odio la tiranía. Me llamo Nowa y soy lo que se podría llamar un freelance del contrabando espacial, un mercenario, un mercader… bueno, lo era hasta que me metí en asuntos más… «trascendentes para la estabilidad de la galaxia», como diría quien yo me sé. Lo cierto es que el tal Ray’dan es un tipejo de lo peorcito: déspota, arrogante, egoísta, soberbio, corrupto, un mala pieza… y así podría seguir hasta el infinito. Debe tener algún trauma que arrastra desde su infancia porque, si no, no se explica; y, naturalmente, tiene su propio ejército –impresionante, la verdad–, por eso está donde está, porque físicamente no tiene ni medio sopapo. Bueno, a lo que iba. Había llegado la hora de poner en marcha la ofensiva definitiva. No se podía esperar más tiempo. Teníamos que conocer la ubicación de sus instalaciones estratégicas, por dónde acceder a ellas y qué dispositivos neutralizar y cómo, y, para eso, era imprescindible entrar en su cuartel general y hacernos con la información de su matriz cartográfica.

La misión no fue un simple veni, vidi, vici*, desde luego, y costó lo suyo –incluyendo vidas de valientes compañeros de armas–, y, a pesar de los inesperados obstáculos que tuvimos que solventar, sin duda la mayor sorpresa estuvo en que fuera yo quien lograra hacerse con el preciado objeto –de nuevo, la Divina Providencia–. Yo sólo era un peón más en esa compleja maquinaria bélica, pero las cosas vienen como vienen sin saber el porqué o el porqué no y, tras escabullirme de unos soldados enemigos que nos disparaban a matar, acabé dándome de bruces con la matriz cartográfica. Tuve que desencriptar la clave de acceso, claro está, pero, dada mi experiencia en tales asuntos, lo conseguí en pocos minutos –de algo me tenía que servir mi habilidad como contrabandista–. El caso es que, a los pocos días, fui uno de los galardonados por el éxito de la misión. Sin duda fue un gran paso en nuestra estrategia de cara a derribar al despótico Ray’dan y a mí me hizo ganar puntos en mi reciente relación con la teniente A’era –recordáis a ‘quien yo me sé’, ¿verdad?–. Y en esas estamos: la guerra avanza bien, me han ascendido a Jefe de Comando y el Sumo Gobernante Ray’dan empieza a notar la presión. Si todo sigue igual pronto gritaremos ¡victoria! Así están las cosas. Pero… ¿mi vida discurre por derroteros insospechados –la Divina Providencia lo sabe, quizá– y yo sólo puedo dejarme guiar?; no lo sé, aunque, como me ha dicho A’era en alguna ocasión, «ya lo dijo un hombre sabio: “se nace siempre bajo el signo equivocado y vivir con dignidad significa corregir día a día el propio horóscopo”».

[* Veni, vidi, vici: Vine, vi, vencí]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Csi 1196: De procedencia desconocida

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[1196]

1196. De procedencia desconocida

―¡Marta… Alfredo, Ana, Juan!… ¿dónde estáis?… ¡Ainhoa, Ester, Pedro!… ¡vamos… si es una broma no le veo la gracia, y lo digo en serio!… ¿dónde estáis?…

«…Sintonizan Radio Resistencia. Son las 11:45 horas. Boletín de urgencia: Atención. La Tierra ha sido invadida por extraterrestres. Repetimos: la Tierra ha sido invadida por extraterrestres. Ayer noche, alrededor de las 23:30, hora española, diversos observatorios astronómicos a lo largo y ancho del planeta detectaron la entrada en la atmósfera terrestre de una batería de naves espaciales de procedencia desconocida. Las naves de guerra alienígenas –suponemos que se trata de la primera ola de una más que previsible futura invasión a escala global– se dispersaron por todo el planeta y atacaron sin previo aviso las grandes ciudades provocando a su paso el caos y la destrucción. Bajo el mando de la ONU, una fuerza multinacional aeroterrestre se está desplegando en orden de ataque con el fin de contrarrestar la ofensiva enemiga. Se conmina a la población civil a que busquen refugio seguro en sus casas o en los distintos bunkers habilitados. Permanezcan fuera del alcance de esos seres y, sobre todo, no les miren a los ojos; repetimos: no miren a los ojos a los alienígenas, pues, al igual que en la mitología griega Medusa convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos, los alienígenas, según informes del Alto Mando, consiguen abducir la psique a sus víctimas convirtiendo a quien les miran en uno de los suyos. Al parecer las personas abducidos mantienen su apariencia humana pero adquieren una extraña forma de andar, cojeando de la pierna izquierda, y, aun a falta de un informe oficial que lo ratifique, al hablar, arrastran las erres y las eses. Seguiremos informando. Resistiremos.»

―Son las 12:07. Sábado. Me llamo Alejandro. Soy ciego y estoy solo. Acabo de escuchar el boletín de urgencia de la emisora Radio Resistencia y no salgo de mi asombro. Estoy registrando esto en mi móvil para que quede constancia por si me pasara algo y muriera. Miro al cielo… ¡y pensar que entre las estrellas amigas, por así decir, también las hay… asesinas!… Pero me estoy yendo por las ramas… Vinimos –mi esposa Marta y yo; mis hermanas Ana y Ester con sus esposos Juan y Pedro; y un matrimonio amigo: Ainhoa y su esposo Alfredo– a pasar el fin de semana a la cabaña que tienen Ester y Pedro a las afueras de la ciudad, en medio de ningún sitio en las montañas. Llegamos ayer tarde… Estoy tan nervioso que me cuesta hasta pensar… Llegamos ayer tarde y, tras la cena –yo sólo cené unos tomates con queso–, salimos al jardín a celebrar… no sé… simplemente a pasar un buen rato, charlar y ver las estrellas. Un par de rayos cayeron lejos. Yo estaba cansado de toda la semana en la oficina, aguantando carros y carretas, así que me fui temprano a dormir. Los demás se quedaron en el jardín. Mientras me dormía les pude escuchar hablar y reírse. Me puse unos tapones en los oídos para silenciar el runrún de fondo. Al despertar esta mañana no he encontrado a nadie. He recorrido toda la cabaña y todas sus cosas parecen estar en su lugar, incluso los vehículos están en el garaje –unos modelos de lo más tradicional aunque muy fiables, tengo que decir–. He estado un buen rato gritando sus nombres pero nada. Con eso de que soy ciego a veces me gastan bromas y se esconden, y al principio no me preocupé –sobre todo mi hermana Ana… ya estoy acostumbrado a su… camuflaje camaleónico–; luego les llamé al móvil, pero no contestaron. Algo les ha pasado y tengo miedo. La bandada de aliens debe haber destruido las comunicaciones pues he hecho una videollamada a la policía pero no va ni siquiera la línea para emergencias. He puesto la radio y ha sido cuando me he enterado de la invasión. ¡Dios, ampáranos! Resulta increíble… y además eso de que controlan las mentes con la mirada… El hecho de que sea ciego me protege, creo… pero ahora que lo pienso puede que sea peor: si descubren que soy ciego y que no pueden abducirme con la mirada… me matarán… Pero… Oigo ruidos… Qué raro, parecen una psicofonía. Alguien se acerca… Sí, parece… ¡Uf, menos mal, son ellos!… No debía haberme preocupado tanto… ¡Hola, hola, estoy en la cocina!… ¿dónde demonios estabais?, os he estado llamando… ¡menudo susto me habéis dado!… NO DEBÍAS HABERTE ASUSTADO, ALEJANDRO, NOS HABÍAMOS ACERCADO AL PUEBLO MÁS CERCANO A COMPRAR ALGO PARA EL DESAYUNO… ¿Por qué no me habéis contestado al móvil?… YA SABES LO QUE SON ESAS COSAS, POR AQUÍ LA COBERTURA VA COMO QUIERE… ¿Habéis oído las noticias?, ¡nos han invadido los aliens!… ¿LOS ALIENS?, BROMEAS… ¡No, es cierto, lo han dicho por la radio!… Dicen que abducen a las personas y que los abducidos cojean de la pierna izquierda y arrastran las erres y las eses al hablar… ¡NO DIGAS TONTERÍAS!… ¡Que sí!… BUENO, DÉJALO YA, AL MENOS A NOSOTROS NO NOS HAN ABDUCIDO… DESPUÉS DE TODO ESO NO DEBE SER CIERTO… HABLAMOS BIEN, ¿VES?… BROMAS APARTE, ¿EH?… SIN ARRASTRAR LAS ERRES NI LAS ESES, JA, JA, JA… ANDA, VAMOS A PREPARAR LA COMIDA, HEMOS TRAÍDO UNOS QUESOS, UNOS CHORIZOS Y UNAS CHULETAS PARA HACER A LA BRASA. ¿Estáis acatarrados?, os oigo hablar como con un tonillo raro… ¡BAH, IMAGINACIONES TUYAS, HERMANITO!

Y Alejandro, desechando locas ideas de alienígenas y abducciones, les acompaña confiado… sin percatarse, claro está, pues es ciego, de que sus acompañantes –los siete– cojean de la pierna izquierda.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Haiku 1790 – 1794

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Haiku 1790 – 1794

–1790–

La nieve blanca;
las huellas escondidas
bajo la nieve.

La nieve blanca; las huellas escondidas bajo la nieve.

–1791–

Por donde cae
la nieve abren camino
huellas recientes.

Por donde cae la nieve abren camino huellas recientes.

–1792–

Entre las ramas
se acicalan los pájaros;
lluvia en otoño.

Entre las ramas se acicalan los pájaros; lluvia en otoño.

–1793–

La niebla cubre
los bajos de los árboles;
noviembre frío.

La niebla cubre los bajos de los árboles; noviembre frío.

–1794–

El cierzo nunca
llega tarde en otoño
y trae lluvias.

El cierzo nunca llega tarde en otoño y trae lluvias.

Luis J. Goróstegui
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Csi 1195: El presidente

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[1195]

1195. El presidente

Cuando gané las elecciones a la Presidencia del Gobierno muchos de mis antiguos compañeros del colegio se preguntaban –lo sé, les podía leer el pensamiento– cómo alguien retraído y mal estudiante, como había sido yo, pude haber llegado a tanto en tan poco tiempo. Yo sí lo sabía, claro, y, mientras esperaba a salir al balcón para recibir el aplauso de mis votantes y admiradores, aquellos últimos años se me pasaron por la mente en fugaz flashback.
En lo profundo del espacio explotó una estrella y su onda expansiva fue destruyendo lo que encontraba a su paso: planetas, otras estrellas e infinidad de objetos estelares de menor tamaño; entre ellos un pequeño planetoide habitado por una especie inteligente neuronanométrica –los Slaag, se hacían llamar– de naturaleza mente-colmena-parasitaria. Los restos de aquel planetoide alcanzaron la Tierra como nube de meteoritos y, los que consiguieron atravesar la atmósfera, se estrellaron en un bosque, a las afueras de una pequeña ciudad costera, una mañana soleada de mayo. Allí había nacido yo. Por aquel entonces tenía apenas veinte años y malestudiaba unos cursillos de gestión administrativa. Lo cierto es que, tras abandonar prematuramente los estudios –nunca se me habían dado bien–, estaba sin oficio ni beneficio; y había sido idea de mis padres lo de apuntarme a aquellos cursillos.
A la mañana siguiente de aquella mañana soleada de mayo hice pellas y me fui al bosque con unos amigos a buscar los meteoritos; «¡seguro que valen una pasta!», suponíamos. Allí me picó algo al apoyar la mano en unos matorrales. Pensé que serian unos cardos o algunas avispas o algo así, pero al fijarme en aquello no supe identificarlo: era como… no sé, como una masa informe de partículas tornasoladas y viscosas del tamaño de una rata. La aplasté con el pie y me olvidé de ella. Estuve tres días con fiebre y sudores. Luego se me pasó, pero ya no era el mismo. Ni muchísimo menos. Todo lo retraído que había sido antes se transformó en audacia y decisión; todo lo estúpido, en inteligente; todo lo incapaz, en experimentado; todo lo honrado… Era otro, sin duda, sobre todo por aquella voz interior que me decía lo que tenía que hacer e incluso me impulsaba a hacerlo.
―¿Eres mi conciencia? –le pregunté.
―No, soy Slaag –me contestó.
Y supe quienes eran: «Procedemos de lo profundo del espacio-tiempo. Somos muchos pero somos uno. Pensamos como uno pero actuamos como muchos. Ahora somos tú pues necesitamos un huésped para sobrevivir», me transmitió mentalmente. Y lo que me ofreció no pude… o no quise rechazarlo. Y desde entonces soy él y él soy yo y yo soy ellos y ellos soy yo, no sé, es difícil explicarlo. El caso es que mi vida cambió tanto y en tan poco tiempo que apenas siete años después había ganado las elecciones a la Presidencia del Gobierno. El candidato más joven desde la instauración de la democracia.
Y esa es mi historia y ya llevo unos meses como presidente, ¡cómo pasa el tiempo! Es cierto que dicen –los políticos de la oposición, algunos medios, pero también algunos líderes de mi propio partido– que a veces actúo de forma deshonesta, incluso que soy amoral y corrupto y que sólo busco el poder, y es cierto, pero en mi descargo diré también que no todo es culpa mía, que también está Slaag. Así que aquí estoy, andando por ahí, gobernando un país y con influencia sobre medio mundo, con otra persona dentro de mí.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Csi 1194: Un nuevo mundo

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[1194]

1194. Un nuevo mundo

Una noche oscura y fría de invierno inunda la ciudad. Las fábricas –estén automatizadas o no– mantienen ininterrumpidamente su frenética actividad productiva de baja calidad. Los comercios 24horas colman las calles con la sagrada misión de satisfacer el irrefrenable deseo consumista de la población –deseo implantado, promovido y alentado en la nueva sociedad (a base de drogas, cursos de reeducación y sanciones) por orden de las autoridades con la sacrosanta finalidad de construir la nueva humanidad–. Todas aquellas personas no asignadas a algún turno laboral de noche cumplen con las cinco horas de sueño REM decretadas para su bien. Quien no obedece es castigado. Quien obedece es recompensado con doble ración de alimentos y drogas.
Alguien llama. Los tremendos golpes en la puerta despiertan a Alicia de un sobresalto. Mira el despertador. Son las tres de la madrugada. No, no ha sonado su alarma. «Aún no es mi turno de trabajo, ¿quién será?», se dice medio aturdida a causa de la dosis de hipnóticos que se tomó para que le ayudaran a biendormir. Un temblor le sacude el cuerpo. ¿Será que le ha pasado algo a su hija Ainhoa? Se había ido a una fiesta con una amiga y pasaría la noche en su casa. Con el miedo en el cuerpo salta de la cama y corre a la puerta. La abre pero no hay nadie; sólo una caja de cartón a sus pies. En el silencio nocturno escucha un leve gimoteo que hace temblequear aquella caja gris. Al abrirla ve un bebé dentro, desnudo y envuelto en un trapo; por su aspecto apenas tiene unas horas de vida. Hay también una nota. Coge la caja pero aún con los nervios a flor de piel sólo se fija en unas pocas palabras escritas en la nota que dicen: «…el padre es tu marido…».
Alicia mira a un lado y a otro pero no ve a nadie; la calle está solitaria. Ya algo más tranquila entra en casa y cierra la puerta. «¿Y tú quién eres, pequeñín?», le dice al bebé haciéndole arrumacos. Y entonces se percata. «No… no puede ser», se dice entre sorprendida y espantada. «A no ser que…», piensa, y, mientras le prepara al niño un poco de leche tibia, se pone a leer con detenimiento la nota.
Alicia y Eduardo, su marido, viven en un pequeño chalé en un barrio periférico de la ciudad. Es una casa algo vieja de paredes color turrón blando de almendra y está colindante a una ruidosa fábrica de barriles y envases. Ella es historietista para un periódico local y gana un porcentaje de la tirada mensual; él es comercial de implantes genéticos y casi siempre está viajando. No es que ganen mucho, pero les da para vivir y aún les sobra para tener unos ahorros, por eso habían pensado en invertir algo en aquello. Al fin y al cabo a ambos se les da bien cuidar niños –casi se podía decir que tenían un don–, y eso no es algo que abunde últimamente, ellos lo saben; no es tan difícil hilvanar dos más dos. De eso hace ya casi nueve meses. Por eso fueron a El Buen Doctor Aragonés, una clínica especializada. Tuvieron que pedir un permiso al ministerio, y rellenar un mar de impresos, es verdad, pero aún estaban dentro de la cuota. Se pasaron tres días enteros dándole al teclado del ordenador rellenando informes. Luego escribieron una alegre partitura –a Eduardo se le daba bien componer música– para celebrarlo cuando llegara el día.
Tras beberse la leche el niño se ha quedado dormido, pero Alicia ya no tiene sueño y sigue nerviosa. Necesita contárselo a alguien y llama a una amiga que sabe que tiene turno de noche.
―Sí, Hanna, lo que te cuento… ¡un niño!… No, Eduardo aún no lo sabe… no, no puedo hablar con él, aún tardará una hora en llegar; según el plan de vuelo ahora debe estar en la cara oculta de Saturno, sí… Saturno, por eso no van las comunicaciones. ¡Menuda sorpresa se va a llevar!… No, es que lo esperábamos para dentro de una semana… Sí, sí, se ha adelantado. Sí, muy felices. Incluso Ainhoa está impaciente. Va a ser toda una sorpresa, sí… También lo ha sido para mí, no creas… Sí, claro que pedimos permiso, no somos ningunos subversivos, ja, ja, ja… pero no hubo ningún problema, ya sabes que la cuota por pareja está en dos hijos… Sí, debía ser horroroso, no me lo puedo ni imaginar, querida… Los antiguos eran muy raritos, sí, ¡mira que copular para tener hijos!… Naturalmente, ahora con las técnicas exouterinas modernas todo es más sencillo y aséptico… Claro, querida, claro. Escucha, escucha, es la nota que venía con el bebé; dice así: «Según normativa 103.55, apartado 7bis, del reglamento de reproducción exouterina G934/3021, te hacemos entrega del ser humano X947 solicitado. Por la presente te confirmamos legalmente que la madre eres tú y que el padre es tu marido. Atentamente, el Ministerio de Salud Pública.»… ¡No te parece maravilloso!… Espera, están llamando a la puerta, debe ser Eduardo… Te dejo… Sí, luego hablamos…
Son tiempos de irremediable y estricta asepsia, de confortable reproducción artificial asexuada exouterina y de férrea reeducación social. Estamos en pleno siglo XXIX y los Nuevos Planes Reeducativos ideados por Los Superiores están inmersos en una ciclópea tarea: reestructurar la humanidad para construir un nuevo mundo más feliz.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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Haiku 1785 – 1789

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Haiku 1785 – 1789

–1785–

Tres flores blancas;
una, una mariposa
con alas blancas.

Tres flores blancas; una, una mariposa con alas blancas.

–1786–

Duerme el anciano
bajo el cerezo en flor;
aroma dulce.

Duerme el anciano bajo el cerezo en flor; aroma dulce.

–1787–

Llega el otoño;
se vuelven amarillas
las hojas verdes.

Llega el otoño; se vuelven amarillas las hojas verdes.

–1788–

Senda otoñal;
por entre árboles viejos
camina el viejo.

Senda otoñal; por entre árboles viejos camina el viejo.

–1789–

Mar otoñal;
entre las olas altas
van las gaviotas.

Mar otoñal; entre las olas altas van las gaviotas.

Luis J. Goróstegui
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Csi 1193: Un berrinche

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[1193]

1193. Un berrinche

Hilvanar palabra tras palabra ad infinitum quizá sea una exageración, lo admito, pero mientras escuchaba su interminable perorata me parecía estar dando vuelvas y vuelvas en una de esas norias de antaño sin poder salir de ella. Y no es que le recrimine nada a la pobre señora, Dios me libre de tamaña injusticia, a ella se la veía sinceramente preocupada, no, la culpa la tenía la jaqueca que aún conservaba yo de aquella mañana, consecuencia del caso anterior y que no terminó… bien, digamos, pero me estoy yendo por las ramas. Me centraré.
La señora llegó al atardecer y nada más verme comenzó a hablar sin parar ni dejarme a mí intervenir. No tuve más remedio que cortarla, claro. Debía tener unos treinta y tantos y vestía una de esas insoportables mezcolanzas –al menos para mí– que tan de moda estaban últimamente: en esta ocasión un vestido posmoderno de licra inteligente de color indefinido, botas militares con plataforma a juego con una capa de piel sintética de oso polar, y ambientadas, se suponía, en la guerra de Crimea del siglo XIX. Todo muy chic, también se suponía. Dicen que vivimos en la mejor época de la historia, pero os aseguro que este siglo XXXI difiere, y mucho, de cómo lo imaginaron los antiguos del XXI. Bien, continuaré: la señora vino a mi despacho porque su hija –Natalia, de quince años– había desaparecido.
―Mi marido, Adrián, y yo hemos ido esta mañana a dar el parte a la policía y ahora él está en casa, por si volviera; por eso no ha podido venir conmigo.
―¿Y por qué no esperan a que lo resuelva la policía?
―Cuatro ojos ven más que dos.
―Bien. Cuénteme, ¿cuándo desapareció?
―Ayer fue su cumpleaños. Discutimos. Bueno, ella cogió una rabieta por una tontería y se acostó refunfuñando. Esta mañana, al ir a despertarla, no estaba. Tiene mucho genio; ha salido a mí, me temo.
―¿Es la primera vez?
―¿Que se va de casa? Sí, pero no la primera vez que discutimos.
―¿A qué se dedican usted y su marido, señora…?
Madame d’Aguesseau de Fresnes. Puede llamarme Isabel. Soy cirujana plástica. Mi marido es comercial de implantes neuronales. Ambos viajamos mucho. Tenemos institutriz.
―Entiendo. ¿Y por qué discutieron ayer?
―No la dejé repetir de dulces.
No pude evitar una sonrisa. Conocía bien los casos como aquel: unos padres snob, que están más tiempo fuera que en casa, y que malcrían a sus hijos en lugar de jugar con ellos y educarles. Luego los niños se encierran en su mundo, en la web o en sus amigotes y así salen: respondones… o algo peor. Al parecer Natalia iba por ese camino.
―Bien, me encargaré; y no se preocupe, su hija es aún demasiado joven como para hacer algo irreversible.
Esa misma tarde acompañé a madame d’Aguesseau a su casa, pero antes pasé por la mía para recoger a Milú, mi fox terrier.
―¿Es natural? –me preguntó Isabel, sorprendida al verlo.
Con los nuevos modelos biorrobóticos ya casi nadie tenía una mascota natural.
―Sí. Como el de Tintin. Para casos como este es mi mejor ayudante.
―¿Tintin?
―Un personaje de comic de antes.
―¡Pero se hace pis en cualquier sitio! –me recriminó ofendida.
―No, si se le enseña bien–le respondí con tono seco.
Madame d’Aguesseau captó la indirecta y no me respondió.
Llegamos a su casa y fuimos a la habitación de Natalia.
―¡Vamos, Milú, husmea! –le dije mostrándole algunas ropas– ¡Vamos, también en la cama!
―¿Qué hace? –preguntó monsieur Adrián.
―Su trabajo. Es el mejor rastreando, créanme. Ningún biorrobot se le equipara –no es que fuese del todo cierta esa aseveración, pero es que siempre he sido más partidario de lo natural que de lo sintético o artificial–.
Un par de horas después encontramos a Natalia, al otro extremo de la ciudad, acurrucada en un rincón del callejón trasero de una pastelería de esas que abren las 24 horas. Aún tenía los ojos llorosos. Se estaba comiendo una tableta de turrón.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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closeup of a tray with different turron, polvorones and mantecados, typical christmas confections in Spain ID:78315986