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1195. El presidente

Cuando gané las elecciones a la Presidencia del Gobierno muchos de mis antiguos compañeros del colegio se preguntaban –lo sé, les podía leer el pensamiento– cómo alguien retraído y mal estudiante, como había sido yo, pude haber llegado a tanto en tan poco tiempo. Yo sí lo sabía, claro, y, mientras esperaba a salir al balcón para recibir el aplauso de mis votantes y admiradores, aquellos últimos años se me pasaron por la mente en fugaz flashback.
En lo profundo del espacio explotó una estrella y su onda expansiva fue destruyendo lo que encontraba a su paso: planetas, otras estrellas e infinidad de objetos estelares de menor tamaño; entre ellos un pequeño planetoide habitado por una especie inteligente neuronanométrica –los Slaag, se hacían llamar– de naturaleza mente-colmena-parasitaria. Los restos de aquel planetoide alcanzaron la Tierra como nube de meteoritos y, los que consiguieron atravesar la atmósfera, se estrellaron en un bosque, a las afueras de una pequeña ciudad costera, una mañana soleada de mayo. Allí había nacido yo. Por aquel entonces tenía apenas veinte años y malestudiaba unos cursillos de gestión administrativa. Lo cierto es que, tras abandonar prematuramente los estudios –nunca se me habían dado bien–, estaba sin oficio ni beneficio; y había sido idea de mis padres lo de apuntarme a aquellos cursillos.
A la mañana siguiente de aquella mañana soleada de mayo hice pellas y me fui al bosque con unos amigos a buscar los meteoritos; «¡seguro que valen una pasta!», suponíamos. Allí me picó algo al apoyar la mano en unos matorrales. Pensé que serian unos cardos o algunas avispas o algo así, pero al fijarme en aquello no supe identificarlo: era como… no sé, como una masa informe de partículas tornasoladas y viscosas del tamaño de una rata. La aplasté con el pie y me olvidé de ella. Estuve tres días con fiebre y sudores. Luego se me pasó, pero ya no era el mismo. Ni muchísimo menos. Todo lo retraído que había sido antes se transformó en audacia y decisión; todo lo estúpido, en inteligente; todo lo incapaz, en experimentado; todo lo honrado… Era otro, sin duda, sobre todo por aquella voz interior que me decía lo que tenía que hacer e incluso me impulsaba a hacerlo.
―¿Eres mi conciencia? –le pregunté.
―No, soy Slaag –me contestó.
Y supe quienes eran: «Procedemos de lo profundo del espacio-tiempo. Somos muchos pero somos uno. Pensamos como uno pero actuamos como muchos. Ahora somos tú pues necesitamos un huésped para sobrevivir», me transmitió mentalmente. Y lo que me ofreció no pude… o no quise rechazarlo. Y desde entonces soy él y él soy yo y yo soy ellos y ellos soy yo, no sé, es difícil explicarlo. El caso es que mi vida cambió tanto y en tan poco tiempo que apenas siete años después había ganado las elecciones a la Presidencia del Gobierno. El candidato más joven desde la instauración de la democracia.
Y esa es mi historia y ya llevo unos meses como presidente, ¡cómo pasa el tiempo! Es cierto que dicen –los políticos de la oposición, algunos medios, pero también algunos líderes de mi propio partido– que a veces actúo de forma deshonesta, incluso que soy amoral y corrupto y que sólo busco el poder, y es cierto, pero en mi descargo diré también que no todo es culpa mía, que también está Slaag. Así que aquí estoy, andando por ahí, gobernando un país y con influencia sobre medio mundo, con otra persona dentro de mí.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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