[1190]
1190. ‘Algo baja del cielo’ y otros cuentos sin importancia [enero-2021]
1190.1.- En la peluquería
Es un anochecer temprano. En el pueblo, los vecinos se atarean en sus quehaceres. Un hombre vestido de frac negro entra en la peluquería. Aguarda paciente la vez y charla amigable con los vecinos. «Sólo retocar las puntas», le dice al peluquero; al terminar, paga y se marcha. Todos le miran curiosos desde la entrada; pocas veces baja al pueblo. Es el dueño del castillo de la colina. Ninguno de ellos se ha percatado de que el hombre no se reflejó en los espejos del establecimiento.
1190.2.- Tengo mucho que decir
Tengo mucho que decir a la medianoche pues agarrar quisiera la galaxia en mis manos y beber en su honor su elixir portentoso. Lo diré una y otra vez, incluso si estás sorprendida: apunta y dispara (¡pero, por favor, no me des más golpes en el alma!) y prometo besarte el dorso de tu mano y mecerte en brazos por la eternidad y bailar al son del sol. Disperso está el ramo de flores en la superficie del lago, y una manzana cae del árbol como obedeciendo una ley divina y a punto está de darme en la cara mientras duermo tranquilo a su sombra; pues incluso si tienes la garganta seca, ¡tantas veces te lo dije!, cómo quieres que te llegue el calor de la luna llena. ¡Ah!, probablemente era Júpiter; y un dedo enhiesto en un ángulo de 45 grados marca la ruta.
1190.3.- Adiós días correctos
Adiós días correctos, pues sólo importa la temperatura corporal e incluso, si llueve, salir sin paraguas. Mira, esto es algo brillante; es, sin duda, un pobre amor. Y, si te sientes triste, ve a la azotea y mira muchas veces el mar.
1190.4.- Lo siento
La pared que veo en mi espalda está borrosa en la distancia. Por un lado está Shuhi Terayama, que viene en busca de alguien que es viejo, de alguien oculto sin necesidad de que le llamen demonio, y me pregunto si estará expuesto aún de noche; no en vano los músculos abdominales que habían comenzado a agrietarse durante marzo han vuelto a su estado original. Por otro, la familia Yoshino, que está mirando el cuenco vacío junto a los cansados platos de Año Nuevo, observan muertos de risa la niebla que desciende en la gran intersección desde cielo azul hasta alcanzar tus coletas que salvan el mundo, cariño; y no es mentira, pero quisiera aterrizar, quisiera esa familiaridad, pero estoy bromeando; y, en todo caso, quizá sea hora de que digamos adiós a la maldición de la aglomeración inútil de tanta gente cálida sin agallas para decir «lo siento».
1190.5.- Innovando que es gerundio
El siglo XXXI trajo muchos avances técnicos, como la matriz portátil de suspensión antigravitatoria que permitía que los automóviles pudieran circular, como los aviones, a gran altura pero, a diferencia de éstos, con un consumo mínimo y casi constante de combustible independientemente del tamaño del vehículo en el que estuvieran implantados –debido, al parecer, a cuestiones relacionadas con la aplicación del recientemente descubierto Principio de Equivalencia Gravimétrica–, lo cual llevó, por un lado, a considerar obsoletos –y por tanto a su casi desaparición, salvo para tenerlos en museos y así– a los clásicos aviones de propulsión; por otro, a que el tamaño de las nuevas naves antigravitatorias alcanzaran volúmenes como los de los rascacielos y mayores aún; y, por último, y quizá lo más inesperado de todo –ya se sabe que siempre hay a quien le gusta divertirse innovando o haciendo el chorra, según se mire–, a que se extendiera la moda de reutilizar para el transporte aéreo vehículos no diseñados inicialmente para tales menesteres, como, por ejemplo, vagones de trenes –ya fueran sueltos o en convoy–, casas enteras tipo chalet e incluso trasatlánticos.
1190.6.- La última esperanza
―Gramática políglota, filosofía, ética, moral… veo que tiene una biblioteca bien surtida.
En la ciudad fortificada, defensa contra los bárbaros y último reducto de la humanidad superviviente al gran estallido termonuclear, el profesor ha abierto una academia para educar en valores.
―Sí, en estos tiempos postapocalípticos es imprescindible; es la última esperanza que nos queda: instruir, formar personas de provecho, debatir…
1190.7.- El incomprensivismo
―He leído tu último cuento pero siento decirte que no lo he comprendido.
―Eso está bien. No pretendía ser comprendido, sino transmitir sensaciones, emociones; mi relato pertenece a un nuevo estilo que he creado: el incomprensivismo.
1190.8.- En el resplandor de aquel día
Fue en el resplandor de aquel día, en el que te encontré temblando como un cachorro mojado bajo la lluvia, cuando creo que escribí mi mejor poema; si lo lees sentirás su universalidad y concreción. Incluso si lo escuchas ahora podrás sentir la seriedad de su espíritu transformándote –sí, creo que es buena idea cantarlo–, abriendo en tu ser ignoto un cráter que muestre tu alma al día que amanece; y, si abres la cortina, la luz de la luciérnaga en el gimnasio desaparecerá silenciosa, pues ¿sabías que la nieve puede arder durante más de 100 millones de años? Sí, no en vano el plancton cae sobre el fondo marino cimentándonos. No digas que el motivo está en mi corazón, el acusado tiene derecho a callar. Sudoroso, cavando, mojándome, la marea está llena; dejemos de cazar la primera marea.
1190.9.- Conversando con un escritor
―Te achacan que escribes en blanco y negro.
―Puede, pero siempre pienso en color.
―Dame alguna pista, ¿cómo debo leerte?
―No leas lo que he escrito. Trata, más bien, de ver lo que he imaginado para llegar a escribirlo.
1190.10.- Asesinato en Navidad
Navideña, muy navideña, no se me presentó la semana: en principio pretendía cerrar por Navidad mi recién estrenado despacho, pero apareció una joven degollada en un callejón; y su novio –hijo de un famoso político– contrató mis servicios; pero va el comisario jefe y pretendía prohibirme que investigara –«¡esto le sobrepasa, detective Arístides, deje que nos encarguemos los profesionales!», me espetó con ese tono suyo que me sentó como un tiro, la verdad–; y fui y acepté el caso, porque nadie le dice al hijo de mi madre lo que tengo o no tengo que hacer. Soy impulsivo, sí; ¡qué le voy a hacer!, debo sufrir en la cabeza algún desfasaje.
1190.11.- Atravesando el bosque
Es un otoño frío. El frondoso bosque se tiñe de rojo y amarillo y el suelo se cubre de hojarasca y musgo. Un grupo de personas, a lomos de caballos y en carromatos tirados por bueyes, con los rostros bajos y abrigados para afrontar el viento recio y la lluvia, avanzan deprisa rumbo al pequeño pueblo colindante; cuanto menos tiempo permanezcan en el bosque mejor, pues, aunque nadie aceptaría dar crédito a ese tipo de leyendas, hay quien dice que allí habitan monstruos. El caso es que, al salir a terreno abierto y ver a lo lejos las primeras casas, todos respiran más tranquilos. Mientras, camuflados entre los arbustos y desde lo alto de los árboles, los ogros o’endcer de ojos rojos y garras de marfil les observan.
1190.12.- Arcadia
Adrede escapamos de nuestro hogar, por eso llevábamos tiempo estudiando las cartas estelares; y adrede emprendimos viaje al exoplaneta P103 –un clase Ohmnium, la mejor opción para sobrevivir–. Lamentablemente la Tierra ya no era viable; culpa nuestra, lo admito, pero ya era tarde para lamentarse. Sólo podíamos huir. Lo que vimos al llegar sobrepasó todas nuestras previsiones; ni en nuestras más optimistas utopías hubiéramos pretendido encontrar un lugar mejor: atmósfera respirable, agua, vegetación abundante e inocua, gran biodiversidad animal, campo magnético de alta viabilidad… Incluso los nativos nos acogieron pacíficamente; y debo reconocer que lo más extraordinario de aquellos seres inteligentes no era, ni por asomo, que escribieran en bustrófedon.
1190.13.- Llega una noche larga
Llega una noche larga como la cola de un pájaro de la montaña. La primavera desbordada es verano, y una misteriosa prenda blanca ondea insigne de un provenir promiscuo; mirando los tomates de Karihoan en el campo de otoño, mi ropa se está mojando de rocío.
Este día ya está gritando… Está la luna inclinada… ¡Oh, debería haber dormido más! Te dije que vinieras pronto… ¡te estaba esperando!; ya no hay tiempo, ya apareció la luna! Moshiki y los antiguos aleros Shinobu también tienen muchos viejos tiempos por vivir.
El atardecer de un arroyo en la brisa puede ser un signo de verano.
1190.14.- De una idea, un tesoro
―Pletórico, homérico; se merece la recompensa ofrecida, sin duda –dijo el rey.
Tiempo atrás, el rey había ofrecido un tesoro a quien acabara con el nido de dragones que habitaban bajo la montaña. Caballeros y gente de bien de todo el valle se habían adentrado en las cuevas para matarlos, pero todos fueron derrotados.
―Yo tengo una idea –dijo un anciano.
E, inundando las cuevas al desviar el cauce de un lejano río, todos los dragones murieron ahogados.
―¡Qué cierto es que más vale maña que fuerza! –dijo la reina.
―Y, además, ha abierto un manantial en la montaña y, de un páramo seco, ha conseguido un valle de cosecha ubérrima.
1190.15.- En reguero abandonado
Parece que hay un pantano, en reguero abandonado, por donde un niño entra de soslayo en la habitación de al lado y la atraviesa gritando entre sueños o pesadillas acaso; y, sin pretenderlo –y mojado por la nevada imprevista–, descubro mi cabello húmedo y bello, y que la nieve, transformada en aguanieve y ésta en lluvia, me escucha cuando le discurro de la vida y paseo entre ella con paso superfluo y esquivo. Sin embargo, cuanto más me concentro en este hermoso día, más noto cosas que no encajan. Y tú, que parece que disimulas pero que estás mirando la visión nocturna de todas las flores esparcidas, no te demores en recoger las frutas podridas y los cuerpos viejos, pues la duda está tocando ya el piano en la habitación en la parte de atrás de mi cabeza izquierda y la canción que ella arrastra a ritmo demente no es una arabesca fugaz de filigrana y oro, sino un locuaz guijarro de farándula loca.
1190.16.- Con lágrimas
Agendar acaso se propuso el arqueólogo la insondable belleza incólume de las sombras efímeras de aquellas ruinas enterradas de otros tiempos; mas, obnubilado por tanta magnificencia eterna –con las manos aún temblorosas y la mirada borrosa por la emoción, incapaz ni siquiera de agarrar firme su lápiz de mina negra para plasmar en trazos fugaces aquellas sublimes piedras–, sólo con las lágrimas que de sus ojos se desprendían alcanzaba a expresar en su justa medida la gratitud que sentía al haber hallado tal yacimiento maya.
1190.17.- Nuestro hijo
―Mamá, ¿qué es eso blanco que cubre todo el suelo?
―Es nieve, cariño. Cae del cielo como la lluvia pero es más fría; anoche estuvo nevando. Si quieres, luego salimos a la calle a jugar con ella.
―Me gustaría, sí, mamá.
Arturo mira asombrado por la ventana. Es la primera vez que ve la nieve. Hace dos semanas lo encontramos acurrucado en un vertedero de electrodomésticos, medio deshecho, y nos lo trajimos a casa. Hemos hecho lo que pudimos y, aunque recuperamos satisfactoriamente la servomecánica de su cuerpo, no hemos podido hacer lo mismo con su sistema cognitivo y no nos ha quedado más remedio que resetearlo. Antonio y yo tenemos una tienda-taller de electrónica y robótica así que nos ha sido relativamente sencillo repararle. Ha despertado esta mañana y desde que nos ha visto nos trata como si fuéramos sus padres –incluso nos llama mamá y papá; supongo que viene así en su placa base–. Mañana le instalaremos en su módulo neuronal una base integral de datos. Lo cierto es que el hecho de que no podamos tener hijos nos hace que consideremos a Arturo como nuestro hijo, a pesar de que sea un robot de dos metros de altura.
1190.18.- Conversaciones de salón
―¡Zopilote!… querida, ¡¿tú te crees?!… ¡tuvieron la insolente desfachatez de llamarnos zopilote!… ¡¡a nosotros!!
Lady Calrissian, la señora del castillo, hacía esfuerzos por contener su más que justificada cólera.
―Ya no sé dónde vamos a ir a parar, Eleanor; ¡se lo merecían, sin duda! –asentía apesadumbrada, a su lado, milady de Norfolk.
―¡Ya lo creo!… ¡unos jóvenes insolentes, eso es lo que eran!, burlándose de nuestra noble alcurnia… ¡y tirándonos huevos a las ventanas!… ¡gamberros!…
―¿Y teníais espacio suficiente en la nevera para los tres?
―Oh, por supuesto… aunque vamos a estar comiendo carne de vecino entrometido el resto del mes… con lo divertido que es cazarlos, ¡uf!
1190.19.- A la luz de las antorchas
A la luz de las antorchas la esperanza da su último suspiro cual latido del corazón moribundo de generosa forja de espadas de héroes de antaño; pues, al son de un desfile marcial, marcha solemne la tropa mientras, despacio, la incandescencia eminente de la sublimidad ostensoria redime inmisericorde, cual elevada cúspide de agrietados peñascos, la eterna gratificación de los hijos de los mil ángeles.
1190.20.- ¡Cataclismo en el embalse!
―«”Fantoche”, “energúmeno”, “troglodita”, “subnormal” y “escafoides desquiciado” fueron algunos de los despectivos apelativos con los que maese castor padre abroncó a maese oso hijo al paso de éste a todo galope sobre el embalse helado provocando grandes desperfectos en la presa construida por el clan castor». Aquí Mapache Gris, desde el Bosque Ruiseñor, informando en exclusiva de las últimas noticias tras la gran helada. Seguiremos indagando… ¡Atención, nos llega un último boletín!: «Afortunadamente no ha habido que lamentar ninguna víctima castoril, pues, en un espectacular giro de los acontecimiento, maese oso hijo pudo desviar su alocado galope al hacer palanca con un tronco viejo y tomar in extremis una ruta tangencial».
1190.21.- Extinción
El día amaneció como cualquier otro, con los postes de la luz con sus líneas amarradas a los discos aisladores, sus fusibles, sus transformadores, sus cables neutros con sus aisladores de cerámica y sus correspondientes acometidas, inmóviles junto a los edificios y sus sombras dibujando filigranas en las fachadas y el suelo; y, en las casas, los electrodomésticos; y, en los edificios gubernamentales, los compresores, transformadores industriales y todos los instrumentos que proporcionan luz y electricidad a las ciudades…; nada hacía presagiar el horror que estaba por venir. Y el día prosiguió y atardeció y anocheció, pero aquella noche el sol explotó, no como para destruirse pero sí como para que una ola de plasma solar arrasara la Tierra provocando una tormenta geomagnética de proporciones nunca vistas que no sólo dañó los satélites, los transformadores eléctricos –dejando bloqueadas y a oscuras las ciudades– y las radiocomunicaciones –incomunicándolas entre ellas–, no, sino que, y lo que fue más extraordinario de todo, afectó a las mismísimas entrañas cuánticas de toda la electrónica del planeta, de modo que, al amanecer del día siguiente, ésta había cobrado vida, vida electrónica, pero vida al fin y al cabo, y nos atacaron. Fue como si los electrodomésticos y cualquier dispositivo eléctrico sufrieran una mutación genética en su infraestructura cuántica; y, así, las cafeteras, los microondas, los secadores de pelo, las lavadoras y lavaplatos, incluso los postes de la luz o los transformadores industriales y demás objetos de las ciudades generaron su propia inteligencia, sus propias extremidades móviles y… no puedo seguir… todo es horroroso… Dejo este biolog para que cuando esta guerra acabe, si hay supervivientes, sepan qué pasó y porqué. Cada vez quedamos menos… Es la extinción… ¡Dios, ayúdanos!… Ahora tengo que huir, un grupo compresores me están acorralando y quieren matarme…
1190.22.- Europrohibición
―Mamá, ¿me aumentas la paga?
―No puedo, es que Bruselas no me deja.
1190.23.- Una vez en la vida
―Canelones rellenos de cecina de chivo lechal malagueño, con bechamel, espuma de manzana reineta del bierzo y crujiente con ensalada, de primero; una pieza de ternera asturiana con verduras encurtidas, de segundo; y de beber, un rioja voché –fermentado en barrica; 70% Viura, 30% Chardonay–… todo excelente.
―No te digo que no, ¡pero a qué precios!
―¡Hombre, una vez en la vida…! Ya sabes lo que dicen: «Carpe diem, quam minimim credula postero*».
―Sí, que la vida siempre asombra.
―Es ley de ídem.
[*«Carpe diem, quam minimim credula postero», que podemos traducir como: «Aprovecha el día de hoy; confía lo menos posible en el mañana».]
1190.24.- Te vi mañana
En mis recuerdos –o en mis sueños, no sé– te vi mañana nadando entre los rayos entrecruzados de dos soles de mermelada encurtida fermentada en barrica y bañada en rioja voché; mientras, el murmullo del eco escribía letras perdidas en orillas olvidadas.
1190.25.- Los zombis no se vacunan
Los zombis no se vacunan; ya están muertos.
1190.26.- El colmo de la publicidad
Animan a leer un libro aduciendo que es el libro de cabecera del personaje principal de la serie de ficción con más renombre de la TV.
1190.27.- El clan Dascălu
―¿Abuelo, estos de la foto son el clan Dascălu del que nos hablaste; el que ayudaste a escapar de la cárcel en Transilvania?
―¿Eh?… ¡ah, sí!… los veintitrés.
―¿Pero aquí sólo se ven catorce?
―Sí, los que no eran vampiros; ¡menuda familia!
1190.28.- Algo baja del cielo
―La experiencia es un grado.
―Sí, la vida es una prueba. Somos como los astronautas que exploran por primera vez un nuevo planeta; de hecho es así literalmente, pues ¿qué es si no la Tierra? No sabemos lo que nos vamos a encontrar y, sin embargo, seguimos caminando; por eso quien disfruta de más tiempo para indagar tiene mejor perspectiva para decidir el camino que quiere tomar.
―No puedo estar más de acuerdo contigo. Además, a poco que hayas aprendido te das cuenta de que los obstáculos que encontrarás difieren poco de los ya superados.
―Por eso yo ya no pido lo que sé que no se me puede dar, ¿para qué amargarme la vida?
―Yo, como San Francisco de Asís, necesito pocas cosas y, las pocas que necesito, las necesito poco.
―Acertada decisión, sin duda.
Los dos ancianos caminan despacio por el malecón del puerto. Amanece y el sol refulgente ilumina el horizonte como quien da la bienvenida a un miembro querido de su familia.
―Mira, algo baja del cielo –dice uno de ellos señalando a las nubes.
―¿Crees que es lo que creo que es?
―Sin duda. ¿Se lo decimos al alcalde?
―Na, ya se dará cuenta si atacan.
―¿Atacarán?
―Ni idea. Puede que no, pero tampoco podemos hacer nada para evitarlo; ya veremos.
―Se te ve tranquilo.
―Es que he vivido mucho.
―Bien decías tú que la experiencia es un grado.
―Bueno, vamos a desayunar.
―Vamos, que hoy dan en la residencia ensaimadas de cabello de ángel.
1190.29.- La granja
Subrogar la granja haciéndome cargo del negocio familiar, a eso me dedico. No, no me quejo, al contrario; de pequeño siempre había querido criarlos cuando fuera mayor. Mi abuela Marta –tenía visión de futuro, sin duda– fue la que los cazó siendo aún unas revoltosas crías; y, aunque en un principio no le veíamos futuro, el negocio resultó ser francamente rentable. El caso es que les conozco por su nombre y ellos, aunque os resulte increíble, me consideran como su jefe de manada, o algo así –ahora tenemos ya treinta y tres enormes cocodrilos, ¿quién lo diría?–; incluso tengo con cada uno de ellos un selfi.
1190.30.- Meme dar’ho de alabastro
Meme dar’ho de alabastro, así los llamamos; y, aunque de alabastro, ni por asomo podían ser un meme, pero así suceden las cosas, qué le vamos a hacer. En el 3173 d.C. detectamos un satélite en rumbo 4316,10637 y decelerando; evidentemente era alienígena y fuimos a ver. Era ciclópeo, repleto de túneles como un gruyer y en cada una de las que supusimos habitaciones encontramos un objeto de aquellos –el hijo del comodoro los vio y dijo: «mira, papá, parece un meme», y con ese nombre se quedó–. A los aliens les llamamos Dar’ho, como el alienólogo que los descubrió. Finalmente descubrimos que los extraterrestres los usaban como radiodespertador.
1190.31.- Un mundo insospechado
Aquel mundo era insospechado. Algunos puntos geográficos permanecían perennes cubiertos con sólo un metro de mar oceánica –incluso lo que antaño fuera tierra adentro– de modo que en las estaciones los tiburones deambulaban en lugar de los trenes del pasado. En otros, la gravedad jugaba con la gente y les permitían caminar levitando centenares de metros sobre la superficie del planeta de modo que los pasos de cebra de antes, que alternaban el tránsito de vehículos y personas, eran ahora vías por las que circulaban únicamente seres humanos, mientras que, bajo ellos, buceaban ballenas, tigres acuáticos e infinidad de criaturas submarinas de nombres imposibles. Como signo indecible se daba también, por ejemplo, la paradoja de que junto a lagos sin fin en cuyas profundidades yacían gigantes de piedra como custodios de tesoros sacros, de una sola amapola, fruto de técnicas policrómicas obtenidas de seres de otros mundos, surgían, cual fuente de manantial milagroso, prados multicolores de seres florales en otros tiempos considerados hadas o duendes; o que la ciudad fuera un concepto obsoleto y el dinero innecesario –y no estoy mintiendo–. A simple vista podía parecer que la vida se rebelaba y que la felicidad fuera por fin una realidad alcanzada –como antaño había sido un espejismo idealizado–; pero nada más lejos de la realidad, pues nunca como ahora los espantapájaros habían llegado a ser eco glorioso de valles portentosos. Sí, así era ahora la Tierra, y en ella vivíamos la nueva humanidad.
1190.32.- Conversaciones conyugales
―Isoflavona U’tiahin es una famosa diva del bel canto. Dicen los entendidos que su voz es capaz de provocar el arrobamiento del cuerpo astral del que la escucha.
―No he oído hablar de ella.
―Incluso es capaz de cantar en frecuencias inaudibles para el oído humano.
―Pues si no la podemos oír, ¿para qué ir a verla?
―Es que también canta en otras frecuencias.
―Ah, bueno. ¿Y de dónde es?
―No es humana. Tiene seis brazopiernas y es natural del planeta Mos’ad’eyt, en el sistema Atad’ii, a 103 años luz de distancia.
―Pues nos pilla algo lejos. ¿Y de qué la conoces?
―De nada, cariño; lo estoy leyendo en un libro.
1190.33.- Desescalada contractual
Desescalada contractual, lo llamaron; un eufemismo como otro cualquiera, pues un gobierno progresista «nunca promueve el conflicto social». ¡Ja! De hecho la guerra continuaba al mismo ritmo, o incluso mayor. Las bombas caían sin descanso, ora aquí, ora allá, mientras el enemigo, inmisericorde, permanecía invisible… bueno, hasta aquella mañana en que me topé con uno de ellos –entonces comprendí la amarga verdad: que las bombas eran ‘fuego amigo’ y que nuestro gobierno mantenía la guerra con un enemigo ficticio sólo por ambición política y rédito económico; ya sabemos cómo se las gastan, ¿verdad?–. Todo eso lo supe al comprender la súplica de paz que emanaba de su mirada.
1190.34.- Un son nostálgico
Las copas desnudas de los árboles saludan osadas al sol que amanece y el invierno avanza; al atardecer se escuchan voces de niños jugando en el parque y la tarde se hace noche; el sonido del fondo de la oscuridad evoca un son nostálgico, como un rumor que vaga entre las hojas.
1190.35.- Saboreando un té
Saboreando un té que no puedo parar y se enfría en mis manos, con el llanto que pensé que estaba gritando y fue interrumpido por una tos repentina, ese sentimiento; y los pétalos que se muestran marchitos mientras florecen, ríen, pues moriré pronto.
1190.36.- Cotilleando con famosos
Año 3021. La ciencia ha avanzado que es una barbaridad y gracias al éxito en la conservación en formol de la cabeza –registros neuro-cerebrales incluidos–, los realitis de celébritis en holo-TV siguen contando con los mejores invitados, aún tras su muerte.
1190.37.- La tienda de la esquina
Coroto sobre coroto, ¡sí, hombre!… ¿no recordáis aquella tienda de la esquina de escaparate mohoso y fachada de madera labrada con filigranas amenazadoras? Se amontonaban objetos extravagantes de todo tipo: dragones escupefuego de piedra policromada aún calientes al tacto; la cabeza disecada de un tiranosaurio rex colgando sobre la chimenea de la tienda, al fondo; viejos tarros de cristal turbio conteniendo embriones muertos en formol de criaturas desconocidas para la ciencia que juraría que se movían al tocarlos; calaveras de afilados colmillos; el ataúd egipcio de un faraón maldito, según me aseguró el anciano dueño de la tienda… Pues bien, ha desaparecido, cimientos incluidos. ¡Lástima, le tenía una afición!
1190.38.- Requisitos de misión
Resiliencia en grado sumo al 103,5% era el requisito imprescindible que debían alcanzar los candidatos en la varianza transmimética para solventar con éxito la misión T130R, a costa, si no, de morir de forma atroz en el intento si el escudo personal Om’shy de vacío no mantenía dicha catalogación al menos ¾ de ciclo. Por tanto sólo los agentes excepcionales serían seleccionados. El viaje en sí era peligroso –aunque para ello se había escogido una nave clase Sch’osund por lo que por esa vertiente no debía haber problema ninguno–. Sin embargo lo más arriesgado era, sin duda, la permanencia en el entorno hostil de aquel inhóspito planeta el tiempo concertado para recopilar las muestras autóctonas de biodata requeridas para dar por satisfecha la misión encomendada; así como defenderse de un más que posible ataque por parte de la salvaje población nativa en caso –Os’tan no lo quiera– de ser descubiertos. Era por ello que el camuflaje biosimbiótico necesario para pasar desapercibido entre la población aborigen –de cara a la futura recolección del ganado humano en su pequeño planeta marino– requería un temerario nivel 394 en la escala de sostenibilidad epidérmica lívida.
1190.39.- Como si al alba
Como si al alba el sol gritara tras su cíclico viaje
de un escalofrío el verso clama
y del lago la dama bruja surge en calma
mas no en quietud se desvela.
En la neblina se oculta en sigilo
la amarga hiel que en su corazón habita,
senda inquieta de rumbo efímero
cual ofidio ígneo de intención inconfesa.
¡Atrás, leviatán inmundo!, grité al verla;
¡retrocede, Belcebú de mil rostros a cual más oprobioso!, insistí espada en ristre;
y ella, en ademán inquietante, rióse desvergonzada,
y, dándome la espalda, se hundió, ruin, en sus aguas negras.
Mas, en el último suspiro
de mis ansias resurgiendo,
lancela un dardo y a su corazón herí de mortal herida.
¡Aaahhh!, gritó ella,
y en su retorcida mueca se desangró toda ella.
Muerta estaba la dama bruja,
muerta –la maté, sí–, muerta estaba,
y una fiesta de consuelo celebramos en la ciudad,
¡pues muerta, muerta está!, gritamos a una.
1190.40.- Acorazado Potemkin
―¿Alcoholímetro cenital?
―Marcación 0,374 ciclos, capitán, y estable a 70 pics.
―Activen vórtice de gravitación y’emunt y ajusten cinturón de iones al 63%. Plasma en fusión. Agujeros de gusano en posición tangencial. Vacío positrónico.
―Capitán, desajuste matricial al 5%.
―Disminuyan compresores de tugsteno 3,5 marcas; abran válvulas de escape; cierren clavijas thern.
―Recuperados niveles de varianza subsónica, capitán.
―Bien. Ajusten coordenadas del objetivo.
―Asteroide en visor en 14 segundos.
―A mi orden.
―Sí, capitán. En posición en 3, 2, 1…
―¡Fuego!
El cañón disparó el rayo de gravitación.
―Asteroide volatilizado, capitán.
―Comprueben calibrado de residuos.
―Sólo quedan escombros, capitán; nube de asteroides densidad 0,347 o’omas.
―Perfecto. Nuevo rumbo; destino: planeta Eleëre.
―Nuevo objetivo en 107 ciclos, capitán.
La prueba de tiro había sido un éxito. El cañón de gravitación del acorazado espacial Potemkin VII era el arma definitiva. El planeta Eleëre, guarida de los rebeldes opuestos al tiránico poder del señor feudal Cha’kel’ar, duque de Em’ler, señor del cuadrante galáctico Umyd-37, sería volatilizado de igual modo. Satisfecho, el capitán se detuvo unos segundos ante el mapa estelar y marcó la posición del planeta Eleëre con un premonitorio doble asterisco.
1190.41.- Café con bollos
―¿Café? –preguntó el camarero al atender al cliente.
―ⱦ₩₡₲⃝₪₮Ⅎₔ₇⅟ⱦ –repitió el turista intentando vocalizar mejor.
El extranjero vestía y actuaba raro, pero el camarero no quería echarlo del bar, para un cliente que entraba a consumir…; con lo de la pandemia no estaban como para desperdiciar clientes, así que insistió.
―¡Manolo, échame un cable, a ver si le entiendes tú que sabes idiomas!
―Good morning, bonjour, buenos días, caballero, ¿qué desea tomar el señor? –preguntó Manolo con su mejor sonrisa.
El turista levantó la mano como pidiendo paciencia, y, leyendo en lo que parecía ser una tablet, dijo vocalizando lentamente: «Watashi no sen’yō no ionka purazumakyaburetā wa arimasu ka?»
―¿Eso es japonés? –se dijeron alucinados los dos camareros.
El extranjero sonreía bobalicón.
―¡Esto, España; nosotros no japonés! –dijo Manolo elevando el volumen de voz.
El cliente volvió a pedir paciencia y tecleó en su tablet.
―Disculpen, soy… perdido. ¿Tener… vos… carburador de plasma ionizado para nave? –dijo esta vez el cliente en español señalando al cielo.
―¡Eso quizá en una gasolinera… ga-so-li-ne-ra!… ¡a-quí-no!
Y el extranjero hizo una mueca y se marchó. Manolo, decepcionado, tachó de su libreta el «café con bollos» que había apuntado con un lapicero.
1190.42.- Invitados de la niebla
En el silencio de una noche profunda, caminando juntos, levitando quizá, o corriendo o andando acaso, detenidos aquí o allá rastreando las pistas que el ayer nos dejaba, llegamos al lugar que se nos ocultaba –como invitados secretos de la niebla de la mañana–, y que el camino nos apuntaba; un lugar deslumbrante y hermoso y con una luz que desvelaba el alma dormida. «¿Qué ilumina la luz de la luna redonda y plateada que flota en el viento frío del cielo?», escuchamos a la voz decirnos. «Más allá de las letras que escribís mirad y veréis la reacción de un ser querido, y escucharéis un sonido de piano y el mar rompiente que os invita a hundiros en él», añadió el susurro. «Pero ya es tarde en la noche, debo dejarlo aquí, pues no en vano estáis un poco más cerca que antes de conseguirlo, cuando sólo hablabais de cosas casuales y apenas veíais el amanecer en el fondo del agua. Con Dios», y el sol del amanecer nos deslumbró y nos hizo volver a esas mañanas de respirar de a poquitos.
1190.43.- Aquelarre nocturno
En un maizal quejumbroso, una noche somnolienta, al compás de un quejío arrabalero, un susurro malicioso rompe la serenidad de un recoleto lugar apartado del bullicio, y tres gatos negros de maullido tenebroso deambulan acechantes alrededor de un espantapájaros de sonrisa macabra y mirada siniestra. «¡Que el velo pudoroso, que la niebla criminal oculta a sabiendas, rasgue por ventura el azar del siniestro huracán que nos convoca!», grita el primero de los gatos transformado en dama bruja tuerta; «¡que la esencia de lo profundo agriete sin reparo la crucial concurrencia que el hado concupiscente anhela alcanzar con nuestra pérfida brujería!», se desgañita la segunda arpía de felinos ojos; «¡que el relámpago furioso, de maléfico encanto y afilado filo, cual semblante espectral de reflejo efímero y mortal, retumbe lúgubre y funesto en nuestro ser inmortal y nos haga llaves de la puerta del destino!», chilla y se retuerce la tercera alimaña. «Es la hora, hermanas», se dicen al unísono las tres con su voz aguarrentosa y su sibilina mirada, y, con funestos gestos y palabras arcanas, pronuncian el conjuro al son de los truenos sin lluvia que retumban portentosos. Las tres son jóvenes a pesar de sus arrugas y sus canas; las tres fueron hermosas, mas las tres se aficionaron a las artes oscuras y se dislocaron la conciencia y el alma, pues, de todos es sabido que sin remedio se cumple que, cuando el hechizo entra por la puerta, el sentido común sale por la ventana.
[FIN]
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia