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1071. El soñar eterno. [Agosto-2019]
1071.1.- Historia familiar
Año 1907. Cada mañana, en un pequeño pueblo costero, los hombres salían a faenar. Mientras, en una isla cercana, un joven marinero trabajaba de farero. Una mañana encontró a una joven desmayada en la playa, toda desnuda. El caso es que se enamoraron y tuvieron una hija. La pequeña tenía unos hermosos ojos azules y, cuando se metía en el mar, sus piernas se convertían en aletas de pez: al igual que su madre, pues también era una sirena. Ah, se me olvidaba contaros que esa niña fue mi abuela.
1071.2.- Soy una copia de mí mismo
―Soy una copia de mí mismo.
―Y tu yo original, ¿dónde está?
―Por ahí, dándose la vida padre.
1071.3.- Desconocemos cómo consiguieron sobrevivir
―Desconocemos cómo consiguieron sobrevivir, Suma Alteza Hat’h. Han declararon al Alto Consejo que sólo se metieron en el sótano a besarse; luego llegó el estallido.
Después del final del mundo, llegaron a un lugar extraño: las cucarachas hat’h dominaban la Tierra.
• [Nota: Microcuento publicado en la revista digital «Submarino de hojalata», nº6, septiembre 2019 (pág. 7): https://submarinodehojalata.com/2019/09/29/revista-submarino-de-hojalata-numero-6/]
1071.4.- El soñar eterno
En lo más remoto del bosque, en un tiempo de magia y conjuros ya olvidados, en la abrupta ladera de un risco inaccesible –salvo que se tenga el salvoconducto para transitar por el sendero secreto–, una antigua construcción de cristal y jade custodia la nostalgia imperecedera que mantiene el vital impulso del soñar eterno. Un edificio que se extiende por el interior de la montaña de piedra, donde el jardín del bien perenne defiende –como un banco sus intereses– las flores mágicas que un día donó un anciano eremita, forastero de aquellas tierras, natal de otras estrellas. Sólo unos ventanales cóncavos de jade translúcido consienten que la luz del sol ilumine tímida su interior sagrado. Allí, el Concilio de la Sapiencia Sacrosanta habita en loor de alabanza y gratitud en bien de la humanidad incipiente. Tiempos vendrán en que sólo ellos sobrevivirán, está escrito.
1071.5.- En el fin de la tierra
―Dicen que en el fin de la tierra habitan sirenas.
―¿Buscas el fin de la tierra?
―No, busco sirenas.
1071.6.- ¿Has conocido sirenas?
―Abuelo, ¿has conocido sirenas?
―No.
―¿Y cómo sabes que existen?
―Me lo imagino.
1071.7.- Exclusiva de ultratumba
«Pues sí, en mis viajes por lo profundo he escuchado visiones de ultratumba, sin haberlo pretendido; desde mi tránsito he sentido canciones de un tacto áspero que me han hecho llorar de alegría y reír de tristeza, como ecos lejanos de un mundo prohibido; he percibido el aroma a vibraciones agudas, como la sinestesia de otro mundo reflejada en éste; ha sido una epifanía sobrenatural, sí», me contó mi amigo… bueno, amigo sería mucho decir. Le conocí en el mausoleo de la familia Remansonoble; en concreto me dijo ser uno de los tatarabuelos, por rama materna, del actual descendiente vivo de la familia.
Veréis, al parecer unos vecinos habían denunciado a la policía unos extraños ruidos nocturnos y unos gritos inhumanos. La policía no encontró nada extraño, era un cementerio de lo más tranquilo, pero aún así mi periódico me envió a cubrir la noticia –trabajo para un tabloide especializado en espíritus, espectros y demás apariciones fantasmagóricas–. Yo tampoco encontré nada, así que saqué algunas fotos y entonces, justo cuando me iba, se abrió la puerta del mausoleo y se me apareció. Me quedé de piedra, claro: me ganaba la vida escribiendo noticias sobre fantasmas pero no creía en ellos, ni hablar… hasta entonces, claro, cuando se me apareció él; me dijo que se llamaba Arturo, Arturo Remansonoble García. Acabé haciéndole una entrevista, por supuesto, la ocasión lo requería. Fue cuando me contó sus experiencias de ultratumba. Fue la exclusiva de mi vida.
1071.8.- ¿Y qué pasó, abuelo?
―¿Y qué pasó, abuelo?
―Veréis, en la última prueba, todo se complicó. Lancé la bomba pero no destruyó el portal. Ahí estaban, los vi surgiendo; eran un enjambre rabioso. ¡Fue horrible!:
«―Bravo1 a Base. Bomba lanzada, repito, bomba lanzada. Sobrevuelo ZONA CERO. Visibilidad nula. Niveles críticos de radiación. Esperen, ya se está despejando. ¡Oh, Dios mío!
―Aquí Base. Describa lo que ve, Bravo1.
―Bravo1 a Base. El portal transdimensional sigue abierto. Repito: sigue abierto. Las naves alienígenas siguen surgiendo de su interior. La invasión continúa, repito, la invasión continúa. No hemos destruido el portal. ¡Que Dios nos proteja!… Me han visto. ¡Me atacan!…
―¡Bravo1!, ¡Bravo1!, ¡Conteste, Bravo1!…»
―¿Y qué hicisteis entonces, abu?
―Hicimos uso del plan B: los que sobrevivimos huimos a este planeta, hijo, huimos.
1071.9.- Ahí es donde yo soy
Dicen que al atardecer, cuando el último rayo de sol acaricia la cúspide de la escarpada cima del monte más alto de la cordillera blanca, una radiación surge de la mente del eremita que en ella mora; un hermoso pensamiento circunvala el cálido regazo del efímero remanso de paz de todo aquello vivido y resucitado por el anciano sabio, como subterfugio rebelde de un tiempo ya pasado y aún por vivir, donde la fuerza de una sonrisa acapara sin pudor todo aquel tesoro que aguarda ser regalado, cuando nada resulta inimaginable y todo contiene la esencia de lo imposible. Un jardín, un paraíso, un recoleto rincón donde encontrar el sincero silencio de la verdad. Ahí es donde existo, ahí es donde yo soy.
1071.10.- En otro baile
En un mundo de otra dimensión, en una noche con otra luna, en otro silencio, en otro tiempo, suena un murmullo distinto, una melodía de sinuosos acordes de difícil comprensión para nuestro saber interno. Cuentan que sucedió en una playa de arenas blancas, donde el reflejo de la mirada de ella acariciaba suave la silueta de él, donde el camino llano, sincero, rememoraba en hechos la valentía de sus tiernas palabras. Es en otro espacio, en otro baile, donde el cerrar de ojos te transporta a otro lugar, a otro amor sin igual, es casi… no, casi no, es realmente un nuevo vivir, un nuevo ser.
1071.11.- Vivencias
Miro al cielo y recuerdo memorias que no viví, vivencias que vivieron mis antepasados y me transmiten los vientos celestiales, las auroras boreales, las estrellas fugaces. La tormenta de antaño despierta, el olor de la hoja fluye etéreo; el renacer de un sentimiento nuevo remueve conciencias viejas, ancestrales, eternas, de cuando el tiempo era joven. En lo profundo del bosque canta el eco truenos de una vida noble. En lo hondo de los río surcan sirenas, jueces de la naturaleza. Sobre las nubes, ángeles; bajo la tierra, demonios. La ley de la vida. Justicia y honor.
[FIN]
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
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