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Como ya sabéis los que visitáis con cierta frecuencia este blog, de vez en cuando me da por escribir algún relato de ficción, que yo llamo “Hipótesis”. Hoy publico la siguiente. La número 35. Se titula “El fabricante de autómatas”, y espero que os guste. ¿Me acompañáis?… ¿Sí?… Pues vamos…
… ¿Para qué sirve un autómata?… ¿Qué clase de asombrosa historia puede contar un robot?… ¿Cómo se juega al Snorhin de Ikala?…
Durante el invierno del año 17.364 d.C., mi abuelo construyó un robot. No un robot sofisticado ni ultratecnológico…, no. Era un sencillo robot. Es más, ni siquiera era uno de esos robot último modelo que venden en las tiendas. No… Solo lo quería para que le hiciera compañía… Mi abuelo se había jubilado hacía un año, aproximadamente, y se aburría en casa sin nada que hacer. Tenía 87 años y durante los últimos 50 se había dedicado a fabricar y vender autómatas que él mismo construía en su taller, que, por cierto, estaba situado en el sótano de su tienda. Ahora la tienda la llevan mis padres… Ya no era necesario que mi abuelo construyera más autómatas… Ya no… Os lo explicaré…
Cuando mi abuelo era joven, fabricaba los mejores autómatas del planeta. Entre otras razones porque era el único frabricante de autómatas del planeta. A nadie le interesaba fabricar autómatas habiendo robots. Mi abuelo se ganaba la vida vendiendolos, y eso porque los anunciaba como “Juguetes Clásicos”. A los niños si les gustaban los autómatas. Por eso algunos padres los compraban. Como juguetes para sus hijos.
Tengo que aclarar que los autómatas que fabricaba mi abuelo no eran juguetes… ¡No señor!… ¡Eran autómatas!… Por eso a mi abuelo no le gustaba mucho tener que vender autómatas como si fueran juguetes… Era como rebajar la categoría del autómata… ¿Qué cual es la diferencia entre un autómata y un juguete?…. Como explicarlo… Es como si me preguntáis cual es la diferencia entre un robot y un autómata… No se… Una vez se lo preguntarón a mi abuelo, y respondió:
– ¡Como si no fuese evidente la diferencia!… Un juguete es… ¡un juguete!… y un autómata es… ¡una obra de arte!… ¡demonios!…
Mi abuelo estaba muy orgulloso de sus autómatas… ¿Que qué hace un autómata?… Pues nada… y todo… no se como explicarlo… ¡veréis!… Un autómata no habla…, al menos no voluntariamente. Un autómata no anda…, al menos no voluntariamente. Un autómata… no hace nada, al menos no voluntariamente. Sin embargo un autómata es capaz de vencer a un Dragón Aküwarô en un combate cuerpo a cuerpo… Un autómata es capaz de recorrer todo el fondo marino buceando sin respirar y vencer en cruel enfrentamiento a un megatiburón clase Umayu, con sus cuatro filas de afilados dientes sierra del tamaño de navajas… Un autómata es capaz de lanzarse en picado a un volcan en salvaje erupción sísmica y resurgir victorioso… En fin…, un autómata lo puede hacer todo… siempre que su dueño tenga una gran imaginación. Todo depende de la imaginación de su dueño. Técnicamente un autómata es un muñeco compuesto, en su interior, por un complejo mecanismo de relojería, que permite que el autómata pueda moverse, de forma que puede andar, cuando su dueño hace que ande…, puede inclinar la cabeza, cuando su dueño hace que la incline…, puede coger objetos con las manos, cuando su dueño hace que los coja… Un autómata dispone, incluso, de un procesador de sonido de forma que puede hablar cuando su dueño activa el dispositivo de voz del autómata. En dicho dispositivo de voz hay grabadas ciertas frases que el autómata emite correctamente cuando su dueño así lo desea… Exteriormente, un autómata puede ser lo que imagine su fabricante. Incluso puede ser todo lo que imagine su dueño. He ahí la grandiosidad de un autómata. La diferencia entre un autómata y un juguete es que el autómata tiene corazón… Dejadme que me explique. Un juguete es un muñeco de plástico que no se mueve, y con el que los niños pueden jugar ¿verdad?… sin embargo un autómata es mucho más… es, como decía mi abuelo, una obra de arte. ¿Por qué?… Veréis…
Mi abuelo aprendió todo sobre los autómatas cuando era joven. Su padre le llevaba con frecuencia a la biblioteca de la ciudad. Allí se encontró con un libro en que se hablaba de los tiempos antiguos… aquellos en los que aun no había robots…. ¡De verdad!… hace mucho tiempo, ¡no existían robots!… Incluso hubo un tiempo en el que no existía la electricidad… En aquellos tiempos, los adultos se entretenían conversando entre ellos y jugando con autómatas… ¡cierto como 2 y 2 son 4!… Mi abuelo encontró libros que explicaban cómo eran los autómatas de entonces. Tras leerlos detenidamente, mi abuelo se enamoró de los autómatas y empezó a construirlos. Al principio eran muy sencillos, pero con el tiempo mi abuelo fue ganando en habilidad y sus autómatas llegaron a ser increibles. Sin embargo nadie queria comprar un autómata. ¿Para qué? le preguntaban a mi abuelo… Ya tenemos los robots. Ellos hacen todo el trabajo, y, además, no necesitamos entretenernos…, ya tenemos el holovisor. No queremos un juguete nuevo, decían.
– Si…, el holovisor… ¡menudo lavacerebros! – pensaba mi abuelo.
La sociedad de entonces no era una sociedad…, al menos no cómo es ahora gracias, entre otros, a mi abuelo…, no. La sociedad de entonces era decadente y superficial…, snob y pusilánime…, moralmente decrèpita…, caduca y estereotipada…, avariciosa y ciega… Sin embargo mi abuelo no se desanimó… ¡no señor!… él prefería seguir con sus autómatas y no ser como sus vecinos, incapaces de pensar por ellos mismos ni de imaginar la más mínima aventura… ¡a eso había llegado la civilización!… si es que a eso se podía llamar civilización…, pensaba mi abuelo.
Sin embargo, la gente estaba equivocada. Lo que fabricaba mi abuelo no eran juguetes… Eran obras de arte. Y mi abuelo creía que la sociedad aun tenía solución…, que aun no estaba todo perdido… Mi abuelo utilizó sus autómatas como herramienta para salvarnos a todos…
Además de poder jugar con él, a un autómata se le podía dar cuerda, su corazón, y el autómata iniciaba sus movimientos. Unos movimientos delicados. Unos movimientos que parecían evitar las leyes de la gravedad. Unos movimientos que hacían que el tiempo pareciera discurrir más despacio… o más deprisa. Por eso los autómatas eran especiales. Y sobre todo porque los autómatas no usan ningún tipo de energía cuántica…, ni siquiera energía eléctrica para funcionar… ahí radicaba su excepcionalidad. Un autómata era capaz de moverse…, casi vivir diría mi abuelo, solo con energía cinética. La más prosaica de las energías, según algunos.
¿Cómo había llegado la sociedad a ser como era?, os preguntaréis… Pues, entre otras razones, mi abuelo creía que había sido por los robots… No por los propios robots, evidentemente, sino por el uso que las personas hacian de ellos.
A mi abuelo no le gustaban demasiado los robots. Los aceptaba porque sabía que eran necesarios en la sociedad. Los robots eran una ayuda muy útil para la gente. Les ayudaban en las fábricas, en los almacenes, para trasportar objetos pesados, eran muy útiles para realizar cálculos complejos…, incluso eran útiles en las tareas domésticas, para ayudar a las personas en las casas. Todo eso era evidente, decía mi abuelo… pero había algo que seguía sin gustarle. Mi abuelo pensaba que no era bueno que las personas dependiéramos tanto de los robots para todo. Sobre todo porque, pensaba mi abuelo, la gente cada vez hacía menos uso de su imaginación. Dependíamos tanto de los cerebros cuánticos de los robots, que estábamos empezando a olvidar los nuestros.
– Nuestros cerebros siguen siendo los objetos más complejos que existen. ¡Hagamos uso de ellos!… ¡Carajo! – decía mi abuelo.
Por eso abrió mi abuelo la tienda y por eso comenzó a fabricar y vender autómatas. Porque sabía que no hay nada más importante que nuestra imaginación. Mi abuelo quería cambiar la sociedad. Quería despertar la imaginación dormida de sus vecinos. De la humanidad entera. Y sabía que los autómatas podían ser la llave que abriera las mentes de las personas.
Cuando mi abuelo intentaba explicárselo a las personas, éstas se reian de él. En el mejor de los casos le ignoraban. ¡Tan ciegos estaban!…
– Yo tengo imaginación. – le decían a mi abuelo. – Ayer mismo soñé con un cuaderno de hojas. Incluso me imaginé escribiendo en él.
A lo que mi abuelo le preguntó: – ¿A qué se dedica usted?
– Llevo la contabilidad en una empresa de seguros. Y apunto en un holo-log las incidencias del Sistema Breirräy-92.
– Pero eso no es tener imaginación. ¡Eso es tener una pesadilla! – le respondió mi abuelo. – Tener imaginación es soñar que viajas al Cuadrante Delta-7 de la Galaxia Lissëm, más allá de las Murallas de Ydräo, y descubres una Nube de Plasma Yatäsler-34… O que comandas una exploración al Planeta Chroeg y te raptan los Guerreros Owöry de la Tribu Thërt y te enamoras de la hija del rey de la tribu, la bella Atani, y te escapas y te llevas contigo a la Princesa Atani… O que te enfrentas en singular batalla contra el Sumo Emperador del Planeta Cryg, el malvado Kinwära, porque se había burlado de tu hermana llamándola nada menos que Profesora Sustituta de Física Modular Aplicada…
Mi abuelo sabía que para alcanzar su objetivo, y que la sociedad volviera a alcanzar el nivel moral e íntegro que tuvo antiguamente era necesario que antes tuviera imaginación…, el tipo de imaginación creativa que había conseguido que la humanidad evolucionara a lo largo de la historia…, y para ello no podía imponer por la fuerza que los adultos compraran y jugaran con sus autómatas. Cuando a los adultos se les intenta imponer algo a la fuerza, la mayoría de las veces lo único que se consigue es que hagan lo contrario. Así es la naturaleza humana. Sin embargo, si podía hacer que los niños jugaran con ellos, y, a través de ellos, que los adultos vieran con buenos ojos a sus autómatas, y que, con el tiempo, incluso ellos empezaran a interesarse por ellos, con lo cual, finalmente, se podría lograr el fin tan deseado por mi abuelo. Por eso se le ocurrió anunciar sus autómatas como “Juguetes Clásicos”: A los niños les gustan los juguetes, y los adultos sienten especial predilección por las cosas clásicas… ¡como si lo clásico fuera mejor que lo moderno!
Mi abuelo se pasó la vida promoviendo la imaginación entre sus vecinos. La ciudad de Wohän ha experimentado un avance sin igual gracias a que sus habitantes usan la imaginación. Y los autómatas han tenido un papel primordial en todos estos años. Primero fueron los autómatas, después la literatura, después el cine y el teatro, después el arte pictórico y escultórico, la música, el canto…, y, finalmente, aunque no por último, el arte de la conversación entre las personas… Y todo ello se ha conseguido a partir de unos autómatas que no hacen nada… Asombroso ¿verdad?
¿Y los robots?… os preguntaréis… ¿Qué ha sucedido con los robots?… Pues los robots siguen igual. Son un instrumento útil para las personas siempre y cuando no se transgiverse su utilidad. Los robots son el medio, no el fin. Y el fin es que los humanos evolucionemos hacia algo mejor. Ahora sabemos lo que somos, pero seguimos desconociendo lo que seremos. Pero de lo que estamos seguros es que sin imaginación no seremos nada.
– ¿Y, entonces, porqué construyó tu abuelo un robot cuando se jubiló? – le preguntó un alumno a su profesora.
Toda la clase había permanecido atenta mientras la profesora les contaba la historia de su abuelo. La profesora Arishü siempre contaba historias curiosas e interesantes. Les daba clase de Historia Antigua, y, de vez en cuando, para ilustrar algún ejemplo, les contaba una de sus historias. Esta vez fue la historia de Hoshi, su abuelo…, el Fabricante de Autómatas… Les gustaban las historias que contaba su profe…
– Veréis…, mi abuelo empezó a construir autómatas para mejorar la sociedad. Él comprendió muy pronto que sin imaginación nuestra sociedad no avanzaría. Los autómatas ayudaron a enderezar el devenir de la sociedad de forma que llegara a ser mejor, como ahora. Una vez conseguido el fin deseado, digamos que mi abuelo supo retirarse a tiempo…
– Ahora es el momento de que otros tomen ni lugar… – decía mi abuelo.
Y simplemente mi abuelo buscó algo con lo que pasar sus últimos años.
Como os he dicho antes, mi abuelo era consciente de que los robots tenían una gran utilidad para la sociedad, siempre que fueran usados correctamente. Al fin y al cabo, sus autómatas no eran inteligentes. Sus autómatas servían, y aun sirven, para potenciar la imaginación de los que los usan. Para eso eran inmejorables. Para que alguien, niño o adulto, potencie sus capacidades imaginativas no hay nada mejor que proporcionarle un juguete que no haga nada. De esa manera el niño o adulto lo tendrán que hacer todo ellos mismos. De lo contrario corremos el peligro de convertir al niño o al adulto en un mero observador, y que se acostumbre a que se lo den todo hecho, lo cual es un mal camino para la sociedad.
Evidentemente, no se puede mantener una conversación con un autómata de igual manera que con un robot. Un robot dispone de un cerebro cuántico que permite una interaccion con los humanos sin igual.
El caso es que durante su vida, mi abuelo no necesitó la ayuda de un robot en su tienda para construir y vender autómatas. Cuando se jubiló eso cambió. Con 87 años mi abuelo necesitaba a alguien con él constantemente, o al menos eso opinaban mis padres…, sobre todo por motivo de sus problemas de movilidad…, su artrosis…, ya sabeís… Mis padres no podían estar constantemente con él, ya que tenían que atender la tienda. A mi madre, que era su hija, si le gustaban los robots. Así que entre ella y mi padre consiguieron convencer a mi abuelo de que era necesario que alguien estuviera con él para cualquier ayuda. Dado el alto coste que supondría que otra persona fuese la ayuda de mi abuelo, decidieron que era más conveniente que fuera un robot. Mi abuelo accedió siempre y cuando él mismo pudiera construir el robot y mis padres estuvieron de acuerdo con eso.
Mi abuelo no queria un robot extramoderno ni un última generación. Quería un robot más sencillo. Así que durante el invierno del año 17.364 mi abuelo compró las piezas del robot en varias tiendas de segunda mano. Ello provocó que el aspecto del robot, …y que por cierto lo llamó Snoinë, aunque no me pregunteís por qué…, no fuera demasiado agraciado físicamente, aunque eso no le preocupaba a mi abuelo, que siempre había preferido a alguien listo aunque feo que a alguien guapo y tonto. Mi abuelo tenia muy claro para lo que quería al robot y su aspecto externo no era importante. Lo más importante del robot era, evidentemente, su cerebro cuántico. Mi abuelo compró un modelo básico, uno clase Soth, que solo tenía implantadas las tres leyes y poco más. Es decir, lo básico para que el robot se pudiera mover e interactuar en casa con las personas. Compró también un módulo neuronal clase Eathë, que disponía de diversas aplicaciones, entre ellas múltiples juegos de mesa polidisciplinares… Ya sabeís… el Ajedrez, el Go, el Othello, las Damas, el Snorhin de Ikala, el Tawano Itetomi, y otros por el estilo… Justo antes de salir de la tienda de robótica donde compró el neuronal del robot, mi abuelo se fijó en un nuevo módulo recién aparecido en el mercado. Se trataba de un modulo que permitía que el robot tuviera la capacidad de imaginar argumentos para relatos de ficción. Es decir, convertía al robot en una especie de cuentahistorias, con diversos niveles de complejidad. A lo largo de la historia de la robótica han existido multiples neuronales capaces de permitir a un robot contar historias, sin embargo esta vez la publicidad de la tienda aseguraba que se trataba de un neuronal diferente al resto. Mi abuelo siempre había recelado de lo que prometía la publicidad, pero esta vez digamos que se dejó convencer y lo compró. A mi abuelo le gustaban las buenas historias, y cuanto más intrincadas mejor, y, supongo, esta vez prefería que alguien le contara una nueva historia, aunque fuera un robot, que ser él mismo el que se las inventara para contarlas a su familia y amigos…
– Creo que me lo he ganado… ¡Diantre! – decía mi abuelo.
Finalmente y tras varias semanas de trabajo en el taller, mi abuelo construyó a Snoinë. Aunque confiaban en mi abuelo, dada su amplia experiencia en la construcción de los autómatas, mis padres inicialmente temian que el robot pudiera ser peligroso. Sin embargo cuando mis padres comprobaron que el robot era fiable en todos los aspectos, se relajaron.
– No os preocupeís. – les decía mi abuelo. – Las Tres Leyes me protegerán.
A partir de entonces mi abuelo se pasaba el dia en compañía de Snoinë, entretenidos en algún juego de mesa. Incluso, cuando iba a visitarle, en alguna ocasión asistí a la narración por parte de Snoinë de algún relato de ficción verdaderamente interesante.
– ¿Cómo eran las historias que contaba el robot, profesora? – le preguntó Idyna, que estaba sentada en la primera fila de clase.
– Eran… increíbles… – le respondió Arishü.
– ¡Eso no puede ser, profe! – interrumpió Bowen, que era el más gamberro de la clase. – Todos los robots que tiene mi padre en casa cuentan el mismo tipo de historias aburridas de siempre…
– Escuchad… – dijo la profesora.
Y les empezó a contar alguno de los increíbles argumentos de las historias que contaba el robot de su abuelo…
Les contó aquel en el que el valiente guerrero Craigach, al ser perseguido por un comando enemigo Reodai, se adentró en los siniestros Pantanos Lyorwör, donde habitan las temibles Criaturas Chribque, capaces de descoyuntar las mandíbulas de un inmenso Ightundröd con un zarpazo de sus garras Igmeas, y como tuvo que descifrar la clave secreta del Hechizo Lelyeäck con el que el malvado Conde Wörch tenia atrapados al Pueblo Lehëd, para poder rescatar a la joven Asarëya, experta en Física Geodinámica Subnódal y única conocedora del Protocolo Kadira, capaz de generar un Escudo Geomístico Mynagot de Energía Draissgha con el que vencer a las Ordas de Malignos Enthömroth.
O ese otro en que el joven Kechi Seisojos encontró, mientras perseguía a un As’ena de Dos Cabezas, de camino a casa, un sendero escondido en el tronco de un enorme árbol Wawatsun. Un sendero estrecho que conducía a un extraño mundo subterráneo, llamado Emey’o, gobernado por espirituales seres Shinan, capaces de deambular por las multidimensiones cósmicas para atrapar Ogros S’radbur, y cómo tuvo que rescatar, de las mazmorras de la fortaleza del Rey Ogro Et’ough, a la joven En’saya, Princesa de las Hadas Ataus’p, y los múltiples peligros que tuvieron que solventar para llegar sanos y salvos al castillo del Rey Y’emom, padre de la Princesa En’saya.
O ese en el que un Uyuyone Wonara de Clase Suwo fue de visita a casa de su tía abuela Iresan, que vivía en la suit Tasdäw de la Subestación Interplanetaria Emadünt, pero no pudo llegar porque le raptaron un grupo de Echiwones Asarikes de Piel Azul para pedir un rescate a sus padres, que eran los dueños del Planeta Këya, único lugar del Universo Transaccional donde existen los Hipodragones Namuken de Ala Azulfuego, cuya sangre es el ingrediente esencial para la fabricación del Elixir Anurani, capaz de ralentizar el envejecimiento de las células de cualquier ser vivo y curar todas las enfermedades.
– ¡Waw!… – exclamaron todos los alumnos cuando terminó la profesora. – Realmente son increíbles
– ¿Cómo puede ser que un robot cuente este tipo de historias, profe? – preguntó Drystan.
– Mi abuelo me dijo que había hecho algunos ajustes en el cerebro del robot…, para mejorar la calidad de las historias que contaba. – Respondió Arishü.
– ¡Pero un cerebro es muy complicado para poder modificarlo!… ¿verdad, profe?
– Eso mismo le pregunté un día a mi abuelo. ¿Y sabéis que me contestó? – respondió Arishü.
– ¡No! ¿Qué? – dijeron todos a la vez.
– Dijo…: Para un buen fabricante de autómatas, un robot no tiene secretos.
– Bueno…, por hoy ya está bien. – dijo la profesora. – Mañana continuaremos. Marcharos a casa y no os olvidéis de hacer los deberes ¿vale?
– ¿Qué le pasó al robot Snoinë, profesora?… ¿Sigue contando historias? – le preguntó Mina.
– Sí, sigue contando historias, Mina. – le respondió Arishü.
– ¿Nos contarás alguna vez alguna de esas historias? – preguntó Mina.
– Si os portais bien…, si os portais bien… – le respondió Arichü con una gran sonrisa.
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INFORME: “Tureack’e625/Sul’ora851-H35”
Localizar la ciudad de Wohän y buscar la tienda de Autómatas de Hoshi. Analizar los restos que pudieran aun hallarse allí. Incluir protocolo Enikan de clase Asamin-64.
¿Existe registro de las historias del robot Snoinë? Analizar impliacaciones Kumöhe nivel Alfa. ¿Cómo se juega al Snorhin de Ikala?…
• Hoshi Kihoru Larak (17277 d.C. – 17372 d.C.): Abuelo de Arishü. Fabricante de Autómatas, en la ciudad de Wohän.
• Arishü Kihoru Ir’lye (17355 d.C. – 17448): Nieta de Hoshi. Profesora de Historia Antigua.
• Snoinë: El robot que construyó el abuelo Hoshi. Cuentahistorias.
Las Tres Leyes:
• 1ª ley: Un robot no puede causar daño a un ser humano ni, por omisión, permitir que un ser humano sufra daños.
• 2ª ley: Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos, salvo cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
• 3ª ley: Un robot ha de proteger su existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
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N. del A.:
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