Etiquetas

[1189]

1189. Espíritu humano

―Profesor, ¿cómo son los extraterrestres? –me preguntó uno de los escogidos.
―Verás, Arturo, son la cosa más inaudita que he visto nunca; me es difícil describirles. Son altos como una jirafa. Los alienólogos que los han estudiado dicen que es debido al exoesqueleto bioprotector que llevaban, y suelen desplazarse como acurrucados, casi aplastados, al menos así se movían cuando nos atacaron, aunque es posible que fuera a causa de nuestra mayor gravedad. Fuera de su bioescafandra, por así decir, tienen la tez lívida y, al erguirse… de noche sus cuerpos son bioluminiscentes… No tienen pelo, y sus ocho brazopiernas… Cómo os lo diría. No tengo aquí ninguna foto o video de ellos… Hanna, acércame el lapicero holodifusor –le pedí–, a ver si con un bosquejo os hacéis una idea. Recordarme que mañana os traiga alguno de los documentales que hemos editado sobre ellos.
Mis alumnos se arremolinaron a mi alrededor, con los ojos abiertos como platos, asombrados por lo que estaba dibujando: aliens con ojos como de muerto, sus incontables dientes como dislocados, su lengua bífida…
―¿Realmente son así, profesor? –me preguntó Inés con la voz asustada.
―Sí, así son. Pero tranquila, Inés, no temas, que ya se fueron –le dije.
Lo cierto es que les vencimos, si es que a eso se le puede llamar victoria.
Su llegada nos cogió por sorpresa. Era una mañana gris de octubre. Cuando los satélites les detectaron ya era demasiado tarde. La guerra duró cinco años. Fue atroz. Y, sin embargo, finalmente logramos destruir sus naves. Todas. El precio que pagamos fue, no obstante, excesivo: media Tierra devastada y, con ella, el holocausto de ¾ de la humanidad. No impedimos, sin embargo, que enviaran un último mensaje a su planeta de origen dando nuestras coordenadas y pidiendo refuerzos. Por eso sabemos que regresarán y lo harán más fuertes; y también sabemos que no seremos capaces de vencerles una segunda vez. Será nuestra extinción. Logramos averiguar, eso sí, que tardarían en llegar unos quince años. Es el tiempo que teníamos para prepararnos a morir.
Sin embargo, llamadlo espíritu inconformista, o invencible, o heroico, o simplemente espíritu humano, el caso es que no nos dimos por vencidos y nos dispusimos para la lucha. Y lo primero era conocer al enemigo. Aprendimos mucho de las autopsias que les practicamos: el alcoholímetro nos reveló sus hábitos alimentarios; su segundo corazón y sus tres estómagos nos hablaron de la gravedad y biodiversidad de su planeta natal; sus garras, de sus habilidades en la caza e insaciable voracidad, y así supimos también de sus puntos débiles. De sus propulsores estelares aprendimos a aplicar nuevas tecnologías que nos servirán en la futura lucha, con las que aprendimos a construir armas más potentes, nuevas naves más rápidas… De eso hace ya cuatro años.
A mis alumnos les suelo decir que el trabajo bien hecho siempre trae algún regalo, y, en nuestro caso, nos trajo todo un planeta. Naturalmente en estos años ha aumentado nuestra afición a observar las estrellas –supervivencia obliga– y, como premio a nuestros desvelos, localizamos un exoplaneta –el Hauss 37– oculto en una lejana nebulosa con las condiciones de habitabilidad precisas para que la humanidad pudiera sobrevivir en él. Al conocer que teníamos una puerta de escape a nuestra desventura, la gente sólo pudo deschavetarse de alegría y nuestros niveles de resiliencia alcanzaron máximos históricos; era como vivir en un mundo berlanguiano. Al menos de momento, porque el tiempo se nos echaba encima. Marcada con un asterisco nuestra fecha de caducidad, pronto nos dimos cuenta de que los menos de diez años que nos quedaban hasta la llegada del enemigo eran insuficientes para construir las naves necesarias para trasladar a toda la humanidad superviviente a nuestro nuevo hogar.
―¿Es por eso que fuimos elegidos, profesor? –me preguntó otro de los escogidos.
―Sí, Esteban, así fue –le respondí.
Sólo cabía una opción: seleccionar para el viaje a Hauss 37 –al que ahora llamamos Tierra 2– sólo a aquellas personas relevantes para asegurar la continuidad de la especie humana.
―Profesor, ¿y usted viene con nosotros? –me preguntó una joven pelirroja.
―No, Leonor, no puede ser –le respondí con una sonrisa–; habéis sido elegidos los mejores. Sois un total de quince mil personas de todas las profesiones, credos e ideologías, razas y culturas, de un rango de edad entre los 15 años –vosotros– y los 50 –los mayores–; mujeres y hombres de los que resurgirá la nueva humanidad. Vuestra nave, basada en nuevos principios científicos alienígenas, estará terminada en unos cinco años; mientras tanto seréis formados en diversas escuelas y universidades. El resto, como coroto en vanguardia, seremos vuestro escudo y permaneceremos aquí, en la Tierra, y, cuando llegue el momento, lucharemos a muerte sabiendo que la humanidad aún tiene un futuro en vosotros. Y ahora, ¿quién me acompaña al bar a tomar un piscolabis? Invito yo.
―¿Y café? –me preguntó Nicolás.
―Vale, pero descafeinado –le respondí entre risas de sus compañeros.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia