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1197. De guerra y paz
Yo nací predestinado a ser carne de presidio, lo admito, y, sin embargo, acabé siendo galardonado; ¿tuve suerte?, no lo sé, no creo en la suerte, prefiero pensar, en todo caso, en que la Divina Providencia tenía previsto que mi vida discurriera por otros… derroteros.
«A todas las unidades, a todas las unidades: cierren todos los accesos; sospechoso huyendo por vía 35 perdiéndose entre la población; va armado. Orden de captura… vivo o muerto. Preciso recuperar matriz robado. A todas las unidades…»
―¿Dónde estabas?… ¿Lo has conseguido?
―Sí, aquí está; unos agentes me han entretenido más de la cuenta –le dije, aún resoplando por la carrera, mostrándole la matriz cartográfica.
―¡Jo, tío, eres la hostia!
Hacía ya cinco años que el Sumo Gobernante Ray’dan había alcanzado el poder en el planeta Om’mos –mi hogar– dando un golpe de estado, y el consiguiente alzamiento popular que provocó su tiránico gobierno no tenía visos de alcanzar el noble objetivo de restablecer la democracia perdida. «Necesitan una ayuda», pensé. Por eso acabé apuntándome a la resistencia –sin duda la Divina Providencia, que intervenía en mi vida–. No es que sea un valiente, es que odio la tiranía. Me llamo Nowa y soy lo que se podría llamar un freelance del contrabando espacial, un mercenario, un mercader… bueno, lo era hasta que me metí en asuntos más… «trascendentes para la estabilidad de la galaxia», como diría quien yo me sé. Lo cierto es que el tal Ray’dan es un tipejo de lo peorcito: déspota, arrogante, egoísta, soberbio, corrupto, un mala pieza… y así podría seguir hasta el infinito. Debe tener algún trauma que arrastra desde su infancia porque, si no, no se explica; y, naturalmente, tiene su propio ejército –impresionante, la verdad–, por eso está donde está, porque físicamente no tiene ni medio sopapo. Bueno, a lo que iba. Había llegado la hora de poner en marcha la ofensiva definitiva. No se podía esperar más tiempo. Teníamos que conocer la ubicación de sus instalaciones estratégicas, por dónde acceder a ellas y qué dispositivos neutralizar y cómo, y, para eso, era imprescindible entrar en su cuartel general y hacernos con la información de su matriz cartográfica.
La misión no fue un simple veni, vidi, vici*, desde luego, y costó lo suyo –incluyendo vidas de valientes compañeros de armas–, y, a pesar de los inesperados obstáculos que tuvimos que solventar, sin duda la mayor sorpresa estuvo en que fuera yo quien lograra hacerse con el preciado objeto –de nuevo, la Divina Providencia–. Yo sólo era un peón más en esa compleja maquinaria bélica, pero las cosas vienen como vienen sin saber el porqué o el porqué no y, tras escabullirme de unos soldados enemigos que nos disparaban a matar, acabé dándome de bruces con la matriz cartográfica. Tuve que desencriptar la clave de acceso, claro está, pero, dada mi experiencia en tales asuntos, lo conseguí en pocos minutos –de algo me tenía que servir mi habilidad como contrabandista–. El caso es que, a los pocos días, fui uno de los galardonados por el éxito de la misión. Sin duda fue un gran paso en nuestra estrategia de cara a derribar al despótico Ray’dan y a mí me hizo ganar puntos en mi reciente relación con la teniente A’era –recordáis a ‘quien yo me sé’, ¿verdad?–. Y en esas estamos: la guerra avanza bien, me han ascendido a Jefe de Comando y el Sumo Gobernante Ray’dan empieza a notar la presión. Si todo sigue igual pronto gritaremos ¡victoria! Así están las cosas. Pero… ¿mi vida discurre por derroteros insospechados –la Divina Providencia lo sabe, quizá– y yo sólo puedo dejarme guiar?; no lo sé, aunque, como me ha dicho A’era en alguna ocasión, «ya lo dijo un hombre sabio: “se nace siempre bajo el signo equivocado y vivir con dignidad significa corregir día a día el propio horóscopo”».
[* Veni, vidi, vici: Vine, vi, vencí]
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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