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1200. ‘Un trabajo con vistas’ y otros cuentos sin importancia [febrero-2021]

1200.1.- Los amores de Poly’sh y Est’ieë
En un recodo del bosque Poly’sh –un elfo– y Est’ieë –una hada– proclaman sus cuitas.
―En la comedia de la vida hallamos el llanto; en la tragedia del vivir, la alegría. ¡Ser o amar, he ahí la cuestión, oh, Est’ieë! –dice Poly’sh con hondo sentir.
―¡No desesperes, mi amado, que la aurora vengará nuestra afrenta! –le responde Est’ieë.
Y, muriendo, cae el telón; y, con un atronador aplauso, toda la clase de 2ºB del colegio feérico les felicita su magnífica interpretación teatral.

1200.2.- El Arca, una sembradora de bioguerra
―¡Órale, que me aspen si sé lo que es eso!, será mejor que vengas tú misma a verlo –exclamó el centinela fronterizo cuando avisó a Tetera Ma, la gerente de aquel antro, de mi llegada.
Era la segunda vez que anclaba en aquel hormiguero –La Colmena, la megaestación espacial sita en el asteroide Galímedes II de la nebulosa Osetia–, pero esta vez lo hacía a bordo de una nave mucho… mucho más grande.
―Es El Arca, una sembradora de bioguerra del Cuerpo de Ingeniería Ecológica del viejo Imperio Federal, de unos treinta kas de largo –le expliqué a mi vieja amiga.
―¿Una de esas que podían fabricar cualquier tipo de catástrofe ecológica a medida?, ¿pero no fueron destruidas todas tras La Caída? –me preguntó Ma.
―Sí. Tuve suerte, la encontré a la deriva en el Cuadrante 3K9; y además funciona a pleno rendimiento.
―¿Y qué haces por estos lares, capitán?
Y mientras saboreábamos una delicatesen en su suite privada, le fui explicando mis últimas andanzas.
―Me contrataron para solventar un conflicto territorial entre los dos países del planetas Endoit’e.
―¿Lo resolverías, verdad?
―Ya me conoces, incluso logré que se unieran en un solo país. Por eso he venido a esconderme aquí una temporada: de entre mis enemigos, ahora el planeta Endoit’e –todo él– es mi más acérrimo.

1200.3.- Ocaso de nubes desgarradas
Ocaso de nubes desgarradas y silencio envolvente como bandada de estorninos de moldura ahormada deambulando de aquí para allá en filigranas sin final; el sol rasurando el horizonte escarpado en un cielo rosicler en conjunción simétrica al vector elipsoidal de poniente que, despidiéndose del día, da la bienvenida a la dama nocturna; la brisa se torna recia, la luz se ahoga y un rayo esmeralda cruza el firmamento rumbo a lo desconocido en un eco de agónico rugir como rúbrica testimonial en un manuscrito de un gigante enamorado. Y, para concluir, como secuencia cumbre de una película inmortal, tres escenas se muestran ante el observador eterno para su deleite: sea la primera una dama guerrera que, entre nubes de niebla baja, extiende su brazo y grita y expulsa su lanza con la férrea intención de atravesar el corazón del rugiente dragón; sea la segunda un demonio alado surgiendo del inframundo y que, aunque oculta con el casco su pérfida mirada, muestra, no obstante, su brutal sonrisa; y tercera sea una criatura ciclópea que, descendiendo de entre las tormentosas nubes, anhela devorar el ígneo navío de mil púas. Sea esta, pues, la descomunal sentencia y declaro: «que todo lo que es, sea; y, que lo que no, fuese –amén– en el extremo opuesto a Júpiter».

1200.4.- Carmen Irina Mihalca de Dolha y Petrova
Carmen Irina Mihalca de Dolha y Petrova nació en una remota comarca en el corazón de los montes Cárpatos en el seno de una familia de rancio abolengo, aunque para ella eso ya no significaba mucho. Sabe que en tiempos antiguos sus antepasados –que habían sido los condes del lugar– habían habitado en un soberbio castillo, allá en la cima desde donde dominaban el valle, en lo que ahora sólo son ruinas, y que hubo un tiempo en el que habían sido respetados, incluso temidos. Las cosas ya no son lo que fueron, claro, y, en la actualidad, Carmen, una joven vivaracha de cabello pelirrojo y mirada incisiva, vive en un coqueto apartamento en la pequeña ciudad surgida en la falda de aquellos montes y trabaja de bibliotecaria. No obstante Carmen se sabe distinta pues aún conserva en su interior un no sé qué fugaz y siniestro que en cierto modo le conecta aún con sus ancestros, pues, en ocasiones, se transforma y, como impulsada por un estremecimiento vital, se convierte en otro ser y vuela; pues dicen que sus antepasados también poseían dicho don aunque ellos se tornaban en murciélagos y en lobos negros, y, mientras su familia aullaba en las noches de luna llena –pues se dice que eran vampiros–, ella se tiene que conformar, cual paloma torcaz, con zurear.

1200.5.- De una flor surge el abismo
De una flor surge el abismo; de un PAISAJE, la LUNA; del FRÍO EMBELESO, la PASIÓN desbordada; del fuego, el hielo; de la niebla, el universo; y del caos, la vida, cual ave fénix que remontara sublime la fosa ininterrumpida a la que fuimos enviados al tomar la salida o cual prosista poético en actitud eucarística. Pues ¿acaso no es meritoria la victoria que nos forjará el alma?, ¿no es retribuida la recompensa prometida? Dicen que una puerta se cierra y se abre una ventana cual universo infinito de finitud engañosa, y, sin embargo, va y viene la marea promovida por una fuerza invisible mas ponderable. No aguardemos a que la luz se nos apague y mantengamos, pues, viva la llama y, ojo avizor, sustentemos la esperanza en la vida por venir. Así sea.

1200.6.- Poco
—A veces escribo poco, muy poco.
—¿Cómo de poco?
—Como un punto y coma; con eso me basta.

1200.7.- Secretos inconfesables
―Alfombra, moqueta, tapiz, tapete, estera, esterilla, felpudo, llámalo como quieras, el caso es que volaba.
―¿Y la lámpara mágica?… ¿y el Genio?… ¿hablaste con Aladino?…
―¿Qué te crees?, eso sólo es un cuento de hadas.
―¿Y la alfombra voladora no?
―¡Pues claro que no!, pareces tonto; la alfombra voladora junto a la capa de levitación del doctor Strange y la capa de invisibilidad de Harry Potter forman El Trío Místico y es tan real como el Área 51 o Hellboy.
―¿Y volaste?
―Volé.
―¿Me puedes dar una vuelta en ella?
―Pero no ahora. Se la han llevado Hansel y Gretel para capturar brujas en los montes Cárpatos.
―Hansel y Gretel. Brujas.
―Hansel y Gretel. Brujas. Sí.
―Las brujas no existen, ni Hansel ni Gretel; ellos sí que son un cuento de hadas.
―Sí, esa es la idea: hacer creer que no existen; es la táctica de la Agencia de Investigación y Defensa Paranormal.
―Ya.
―No son trolas, créeme; y te lo cuento a ti precisamente porque nos conocemos hace mucho, y porque si no se lo cuento a alguien reviento. Déjame que te enseñe algo; mira aquí.
Y un fugaz flash iluminó su cara y, guardando el neuralizador, dejé a mi amigo en el parque; no sin antes recordarle que le llevara –hoy era su cumpleaños– unas flores a su mujer, Rocío.

1200.8.- Eneidadas I
―Fue el torvo Abante, jefe etrusco, un aliado de Eneas, muerto por Lauso al hacerle frente.
―Y hubo un soldado griego de escudo de cavo bronce de ídem nombre: Abante también.
―Lo sé; y, en su poderosa nave, otro llamóse así mismo Abante, compañero igualmente de Eneas.
―Y, no obstante, fue Abaris un rútulo muerto por Euríalo.
―¿En Abela, ciudad aliada de Turno?
―No, en campo troyano.
―¿Quién lo diría, no?; soplaría el ábrego, desde África, supongo.
―Es de suponer; así es la vida, sin duda.

1200.9.- Fogonazos de arcoíris
Era un duende y vivía camuflado entre los humanos, en un acogedor piso de la ciudad. Al no encontrar ningún bosquecillo donde pudiera ocultar sus ollas mágicas llenas de monedas de oro –el cemento de la ciudad lo engullía todo– el leprechaun las escondía en su casa, bajo su cama o en un armario o bajo la alfombra del salón. Ninguno de sus vecino, sin embargo, solían percatarse de aquellos fogonazos de arcoíris –los humanos ya no solían mirar al cielo– que, en ciertas ocasiones, emanaban desde su casa –sita en el ático de una torre de quince pisos– y buscaban alcanzar el cielo; y, quien lo hacía, sólo lo consideraba una simple irregularidad atmosférica sin asociarlo, naturalmente, a ningún fenómeno mágico –los humanos, sobre todo los adultos, tampoco creían en esas cosas–.

1200.10.- Junta vecinal a la deriva
―Invertir la potencia del vórtice, eso fue suficiente.
―Mira por dónde.
Todo se fraguó en la última reunión de vecinos de mi comunidad. Ya sabéis cómo son estas cosas: se propone algo simple, no sé, reparar las calderas, por ejemplo, y alguien sugiere instalar un modelo de condensación que, al parecer, es barato y fiable; «parece una buena idea», dicen algunos. Pero el del 10ºC prefiere que sea de compresor no binario, que le han dicho que, aunque más caro, a la larga sale mejor de precio percápita; y entonces surge la discusión entre la vecina del 7ºA y el del 9ºB, y alguien exige que se cumpla el reglamento y que el ajuste tangencial sea termonuclear trifásico, y una cosa lleva a otra y cada propuesta sobrepasa la anterior –y es más cara, naturalmente– y, al final, lo que se aprueba instalar es un compresión geomagnético que obtenga el gas de una bolsa de magma de la astenosfera.
―O sea, la releche.
―Sí. Y lo peor es que, en la prueba de prospección, casi hacemos explotar media ciudad. Menos mal que logramos invertir la potencia del vórtice. Pero tranquilo, al final lo conseguimos.
―¿Alcanzasteis magma?
―No. Finalmente instalamos el modelo de condensación; me empeñé y ¡vive Dios que conseguí convencer a la junta vecinal, que para eso soy aragonés!

1200.11.- La primera comida de la noche
La luna asoma lúgubre y la noche se abre paso entre la niebla fría. En la lejanía se escucha el aullar quejumbroso de unos lobos.
―Ámame –le susurró deseosa Marishka.
―Sedúceme –le imploró voraz Aleera.
―Quiéreme, amor mío –le pidió Verona con ademán escabroso.
―Mírame y hazme tuya –le suplicó ardiente Aleera, de nuevo.
―Bésame, demonio mío –le rogó insistente Verona.
―Muérdeme, príncipe de la oscuridad –le impetró Marishka con ansias desbordadas.
―Oh, queridas, sois insaciables; dejadme al menos que vuele hasta el pueblo y desayune antes la sangre tibia de algún aldeano; ya sabéis que la primera comida de la noche es la más importante –les dijo Drácula a sus novias con una sonrisa maliciosa.

1200.12.- A la desesperada
―¡Teclado, escribe! –le ordené.
Esperé impaciente, pero el teclado no escribía. Esto tampoco funcionaba. Ya no sabía qué hacer. Lo había probado todo y seguía in albis. No se me ocurría nada interesante que escribir: mi mente no daba más de sí; mi imaginación ya no funcionaba; mi musa debía haberse ido de vacaciones; el genio de la lámpara que había comprado en un mercadillo de Bagdag seguía ilocalizable; y algo debía estar haciendo mal con el hechizo ‘piertotum locomotor’ para dar vida a los objetos –que acababa de utilizar con la máquina de escribir de mi abuelo– porque tampoco, ¡ni con esas! Empezaba a impacientarme. Sólo me quedaba una opción. Era actuar a la desesperada, lo sabía, pero no había otro remedio. Tenía sólo tres horas para entregar en la redacción del periódico mi cuento de ficción semanal, así que me puse manos a la obra y empecé a escribir sin ton ni son lo primero que se me pasaba por la mente; «¡que sea lo que Dios quiera!», pensé al enviarlo a la rotativa. A la mañana siguiente, cuando llegué a la redacción, me topé con mi jefe: «¡chaval!», me dijo, «¿qué es eso de escribir sobre un hechicero que se queda sin inspiración para elaborar nuevos conjuros?; ¡enhorabuena!, ¿de dónde sacas esas geniales ideas de historietista?»

1200.13.- Innumerables
Innumerables esperan el juicio. Siento la velocidad de desplazamiento, estoy acostumbrado; soy uno con el sistema y acelero. Se escucha llegar un camión de bomberos. ¡Fuego! Hoy es el aniversario del emperador; ¿escuchas?, suena la melodía como una anacrusa.

1200.14.- Negociación en el planeta Y’emunt
Partitura a cien bandas intercaladas con resonancia marcial y ritmo subyugante y el eco de un millón de voces polifónicas como recibimiento solemne a las dos comitivas.
La reunión tuvo lugar en el planeta Y’emunt pues aún se consideraba territorio neutral. Imaginad: un planeta desierto y sólo un edificio construido en él; pero un edificio imponente, grandioso, cíclope, con forma hipercúbica de trescientos kas de flanco, y, en su núcleo, un paraninfo de diez kas de lado y mil milikas de altura sostenido con soberbias columnas y decorado con inefable magnificencia.
Por un lado, el séquito del Dios-Emperador Eneav’rr, sumo gobernante del planeta Ar’ene; por otro, la cohorte del Altísimo y Excelso Señor del planeta Iss’gha. Eran tiempos prebélicos, donde la apariencia lo significaba todo. Y allí estaban. Frente a frente. Con sonrisa amable e intención deshonesta. El objetivo: repartirse un nuevo planeta recién descubierto; un planeta rico en agua y en campo magnético; todo lo que les faltaba a ellos en sus respectivos imperios –un pequeño planeta llamado por sus aborígenes: Tierra–. Y allí se declararon la guerra, pues ambas comitivas no lograron ponerse de acuerdo en el reparto. Imaginad: toda una guerra galáctica por causa de un porcentaje.

1200.15.- El silencio oxida
El silencio oxida la cúpula cubierta por el cielo azul y la deslumbrante orilla del río mira hacia la ventana desde el fondo de la noche cuando toda la gente insomne se reúne.

1200.16.- Don Teodorato y Meditativo
Don Teodorato Garagarza von Richthofen se compró un robot de aleación y fibra de vidrio para que fuera su mayordomo. Le llamó Meditativo porque decía que le recordaba al semáforo de la esquina. Lo cierto es que nadie salvo él comprendía la semejanza.
―Meditativo –le preguntó un día don Teodorato–, ¿qué te parece la idea de la existencia del más allá?
―No sabría qué decirle, señor… ¿allí también tendría que servirle, señor?
Don Teodorato se quedó pensativo.
―No, supongo que no, Meditativo.
―Pues entonces sí me gustaría que existiera, señor.

1200.17.- Una cita en el museo
La semana pasada fui de compras acompañado de mi robot-mayordomo y a la vuelta entramos a ver el museo de arte. Desde entonces todas las tardes, con la excusa de tener que salir a comprar algo en el mercado de la esquina, mi robot entra en el museo. Al enterarme, le pregunté:
―¿Por qué vas todos los días al museo?
―Es que he quedado prendado de la estatua en mármol de una bella doncella –me respondió– y voy allí a visitarla, señor.

1200.18.- El niño travieso
Vladislao Odonic, duque de Dworzaczek, científico de gran renombre y fama donde los haya –inventor del propulsor estelar Odonic y descubridor del Principio de Aceleración Supralumínica–, siempre había sido muy previsor y ordenado en sus costumbres. Una de ellas, quizá la que más ha llamado la atención entre aquellos que se dedican a estudiar su vida y su obra, concierne a sus hábitos de lectura. Su biblioteca era legendaria; desde su más tierna infancia guardaba todo lo que había leído, que había sido mucho. Al parecer, a partir del día en que cumplió los cincuenta decidió volver a releerse, pero en orden inverso, las novelas, las obras de teatro, las poesías y los cuentos que ya había leído a lo largo de su vida –«ya he leído suficiente; ha llegado el momento de disfrutar del placer de la relectura», decía–, de modo que entre los 50 y los 60 releyó los libros que había leído entre los 40 y los 50; entre los 60 y los 70 releyó los que había leído entre los 30 y los 40; entre los 70 y los 80, los que había leído entre los 20 y los 30; entre los 90 y los 100, los leídos entre los 10 y los 20; y a partir de los 100 regresó a los tebeos. Murió a los 103 de un ataque de risa mientras leía «El niño travieso», de Hans Christian Andersen.

1200.19.- Érase una vez un asesinato
―…y dicen que también estuvo presente sir Duncan Granwell, y que fue una de sus incontenibles peroratas de costumbre donde habló de todo un poco: de pintura sumi-e japonesa, de las cerámicas de Albacete, de los tapices de la Real Fábrica de Madrid, de los pintores impresionistas alemanes, de jazz y de las teorías de Schrödinger… o de las de Maxwell, no recuerdo bien; ¡uf, fue agotador! Dicen que también contó un cuento…
―¿Un cuento?
―Sí, «Érase una vez…», comenzó a decir, «que se celebraba una fastuosa cena en el vetusto castillo de un lord inglés, y uno de los invitados se percató, ya a los postres, de que “fuimos trece a la cena porque alguien faltó”, dijo después en el interrogatorio. “¿Quién será, pues, el primero que se irá al otro mundo?”, recuerdo que le preguntó aquel invitado.» Dicen que sir Duncan soltó una risita nerviosa y que contestó: «yo»; y ahí estuvo lo extraño.
―¿Por qué?
―Pues porque a la mañana siguiente le encontraron muerto en su casa, acribillado a balazos.

1200.20.- Tras una vida de muerte
Silenciar los pasos recorridos aún sin remordimiento de culpa pero consciente de los errores que he cometido –alcanzada ya la edad de la prudencia–, ese es el resultado al que dedico ahora mi tiempo tras una vida de muerte. Me reclutaron joven recién salido del orfanato, inocente de mí –si sirve de disculpa–, primero con pequeños hurtos, sisas y timos; luego aprovecharon mis ansias de venganza por el asesinato de mi maestro para hacerme entrar en la nebulosidad del crimen sin falta; y, al final, convertido en un freelance del asesinato a sueldo, obtuve fama de infalible en el mundillo del delito. Fueron años que navegué sin prejuicios y del que obtuve pingües beneficios, sin duda, pero todo tiene un límite en esta vida y llegó el día en que dije basta. Ahora obtengo de mis canas, y de mi dinero bien invertido, el anonimato buscado; y, en la paz de mi refugio, paso los días leyendo, cuidando de mis abejas y, en mi huerto, de mis moras y tomates.

1200.21.- Estrategia de marketing
«¡Camaleónico cual felino al acecho en pos de una presa, sigiloso, implacable, sutil, disciplinado, respetuoso, obediente, eficaz!», así le vendían a la opinión pública los beneficios de las nuevas legiones de robot-soldados clase ADR-9 destinadas a los planetas fronterizos del cuadrante Sigma, donde la guerra contra los che’age’ab del sistema Dena’p alcanzaba ya los tres años y cinco meses terrestres.
Finalmente, y siguiendo derroteros no del todo claros –valga el eufemismo–, se alcanzó un acuerdo de paz humano-che’age’abiano, y los que habían sido acérrimos enemigos se dieron un apretón de manos –bueno, o lo que sea que tuvieran aquellos extraterrestres–. Siete meses más tarde llegaron a la Tierra las tropas ADR y la empresa fabricante de aquellos eficientes robots se encontró con el problema de qué hacer con el stock sobrante. Tras un exhaustivo análisis en busca de una estrategia de marketing favorable, y ciertos cambios en el uniforme y en la matriz neurológica, encontraron una muy rentable solución.
«¡Servicial cual fiel mayordomo en pos de un servicio eficaz, discreto, preciso, inteligente, disciplinado, respetuoso, obediente!», así le vendían a la población el nuevo robot-mayordomo ADRIAN. Los primeros en comprarlo fueron un anciano matrimonio.

1200.22.- Adiós, palabras
Parece sólo un árbol, lo sé, un árbol solo, con la luna que se asoma a través de los espacios vacíos, infinitos, entre otros árboles con hojas caídas, sin pasión, con la mirada en lo intangible, al son de la brisa, eco de lo sublime. Y ahora lo siento, pues desperté a un sueño tras dormir en el espacio de un beso, entre las sombras de Fuyukawa. Adiós, palabras, adiós, conjuntos vacíos que han extraviado su correspondencia con el viento amable que una vez fuera esencia del todo y ahora son nada. Adiós.

1200.23.- Filigranas
¿Ves la sombra del árbol hecha de filigranas por la luz del sol recortada sobre el suelo? Pues así son las palabras que escribo, así los intrincados recovecos de la trama imaginada y plasmada sobre el papel.

1200.24.- Cuando el ocaso se despereza
Cuando el ocaso se despereza y el manto de niebla se tiende sobre el prado verde, los florales aqua’lyea y los alados y’nyques centelleantes salen de entre los pétalos de las flores y los troncos de los árboles y juguetean con las luciérnagas al son del murmullo del riachuelo.

1200.25.- El horror surge
Rayos destellando en el cielo borrascoso; truenos, uno tras otro en sucesión infinita, retumbando con indecible potencia hasta hacer retemblar el pavimento empapado por la incesante lluvia, resquebrajándolo, como queriendo perforar el suelo, alcanzar el infierno y dejar libre a la bestia. Era el ambiente propicio para mi estado de ánimo, sin duda. Atardecía, y allí estaba yo corriendo bajo la lluvia, desesperado, con el ansia rota, la mirada malherida y el corazón desgarrado.
Dicen que existe un lugar perdido de la mano de Dios, en lo profundo de un bosque negro, donde habitan monstruos, donde las sombras proclaman su reinado eterno. Pues allí preferiría estar y no experimentar la zozobra que atraviesa mi alma como espada lacerante. Pues, por muy horrible que sea, nunca será más terrible que lo que acabo de descubrir.
Trabajo en una prospección minera a las afueras de la ciudad. Tras una explosión –fortuita, quiero pensar– les vi surgiendo del infierno. Una legión de… ¡es tan horrible! Sólo pude salir corriendo. Pero me detuve. Tenía que avisar a la policía, a los bomberos, al ejército… Y, haciendo de tripas corazón, regresé a la puerta del abismo, y, enfocando la cámara de mi móvil, llamé a Emergencias y les mostré el horror por videollamada.

1200.26.- En busca de la libertad perdida
―¿Bandada lo llama usted?… curioso apelativo, comisionado; ¡válgame el cielo, si sólo ha sido un pequeño convoy con unos cuantos conciudadanos suyos en viaje de turismo! ¿Acaso su Gobierno no alienta el intercambio cultural y no promueve la libertad, y cito su último discurso en la sede de la Federación de Planetas Unidos, «con objeto de demostrar cuan equivocados están aquellos que acusan falsamente a mi insigne Gobierno de impedir a nuestros conciudadanos ejercer plenamente su derecho a la libertad de conciencia así como de movimientos con el resto de la galaxia»? –dijo el presidente de la FPU.
El comisionado, representante plenipotenciario del planeta Libertad ante la propia Federación, no pudo reprimir un gesto de disgusto al escuchar aquellas palabras, pues si bien es cierto que era de sobra sabido por todos la flagrante ausencia de democracia implantada por el recientemente impuesto gobierno despótico de aquel planeta –cuyo nombre original, E’hatkin, de grato recuerdo, fue oportunamente sustituido por el eufemístico de Libertad–, no era menos cierto que aquel ‘pequeño convoy’ fue de hecho una multitudinaria fuga de ciudadanos e’hatkinianos, auspiciada por la propia FPU, en busca de la libertad perdida, la verdadera y tradicional.

1200.27.- Los detalles importan
―¿Por qué tardaste tanto en terminar de escribir ese cuento?
―Porque me costó más tiempo decidir quitar una coma que lo que tardé en sí en escribir el cuento entero.

1200.28.- Aguinaldo el excelso
Aguinaldo (en om’shyniano antiguo Akinaldw, que significa ‘honor de Akin’) o Dádiva (en la mitología a’uskurniana) fue un héroe de la mitología tad’esca. Era hijo de Irys’c (emperador del planeta Ya’umi; uno de los inmortales) y de Ard’samis (reina mortal de los tres sistemas pentasolares os’tanianos). Llegó a formar parte del panteón terráqueo en el 10590 de la Era Nueva cuando la post-humanidad conquistó el planeta Tad’es (heredero cultural primero del planeta Om’shy y posteriormente de la eminente civilización del planeta A’uskurn) y formó parte del Conglomerado Planetario del cuadrante galáctico T’honon (también llamado ‘el de las setecientas nebulosas o’aldshyanas’). [Datos obtenidos de la Enciclopedia Galáctica T’honon, 835ª edición, del año 15152 de la Era Nueva]. De carácter férreo, a Aguinaldo se le atribuyen numerosas proezas de naturaleza portentosa, pero, sobre todo, es conocido y venerado por su valentía y arrojo sin igual al conseguir salvar in extremis de una muerte segura y trágica al primogénito del rey I’issroth, regente del sistema planetario Et’engo (de ahí que se le conozca como Aguinaldo el Excelso), al lanzarse al abismo de Rh’asath desde un resbalín.

1200.29.- Alcanzando la imposibilidad posible
―No existe ejercicio más estimulante –ni más peligroso, sin duda– que pensar en cinco palabras efímeras de imposibilidad inequívoca y ponerlas en práctica en la mañana precoz de un amanecer vehemente.
―Mas maese búho… si son imposibles… ¿cómo?…
―¿Dudas de mi sabiduría acaso, joven hurón?
―No, venerable maestro; insinúo un inconveniente, sólo eso.
―Escucha, aprendiz, y aprende, pues no hay frontera que no pueda ser cruzada ni imposibilidad que no sea posible.
―¿Y cómo se alcanza la habilidad específica que abre la puerta que conduce a la realidad innata donde se cumple tal milagro latente, maestro?
―Recuerda que los pasos son cortos y muchos los necesarios que hay que andar para avanzar poco en la senda; pero no se llegará al final con las manos vacías, pues la humildad del aprendiz se verá recompensada y la habilidad en ella cultivada obtendrá sus merecidos laureles.
―Sí, maestro.
―Y, ahora, sigue practicando, joven hurón; aún te faltan cincuenta flexiones invertidas… y no te ayudes con las manos.

1200.30.- El germen del mal
Vino de lo profundo, de lo insondable del cosmos, de un planeta innombrable incluso para los que lo conocían. Huía de una guerra originada entre los suyos; de un enfrentamiento fratricida que había convertido su hogar en un infierno. Resultaba paradójico cómo en un cuadrante galáctico como aquel, poblado por civilizaciones pacíficas y sabias, había surgido una especie como la suya, tan sanguinaria, tan depravada… Y lo peor es que, con el tiempo, el germen del odio se extendió a otros planetas. Él, sin embargo, no era como ellos. Afortunadamente. Él no. Por eso, al darse cuenta de que el mal se extendía como un virus sin visos de ser vencido, decidió escapar; no quería ser testigo de cómo el mal destrozaba irremediablemente a gentes buenas. ¿Era aquel, acaso, el destino del universo? Por eso, cuando llegó a la Tierra creyó encontrar un paraíso. Y allí hizo su hogar. Un día, sin embargo, la guerra y la destrucción hicieron también acto de presencia en aquel pequeño planeta azul, y comprendió la verdad y constató que el germen de la desolación era connatural a la vida. Por eso lloró, lloró amargamente, y, en busca de la paz que debía existir en algún lugar –sin llegar a comprender que él era el portador de germen del mal–, volvió a darse a la fuga.

1200.31.- Sólo pesadillas
El pueblo tembló; y la gente, asustada, corrió a protegerse.
―¡Corra, abuelo, corra! –le gritó un vecino.
―No, hasta dentro de 300 años no se vuelve a despertar el gigante –le respondió sentado a la puerta del bar–; lo de hoy sólo son pesadillas que tiene.

1200.32.- El peluquero
―¿Liebre para desayunar?, desde luego que es usted un extravagante, don Nikolay –le dice el peluquero mientras le rasura la nuca con la navaja.
―¡No crea, don Jaime… en su salsa y con un vasito de moscatel es un soberbio estimulante, pruébelo! –le contesta don Nikolay soltando una carcajada, recostado en la butaca de una de las salas de la embajada.
Don Jaime Salvatierra es un afamado peluquero de Madrid. Es educado, de carácter tímido y muy reservado, en quien se puede confiar, por eso se ha ganado la confianza de don Nikolay Lébedev, el embajador ruso, y ha sido elegido como su peluquero personal teniendo acceso a las dependencias privadas de la embajada. Su prestigio alcanza a las más altas esferas sociales, económicas y políticas del país, y quien se considere alguien en el panorama VIP es cliente suyo. Don Jaime tiene la agenda llena y cada día recorre mansiones, embajadas y periódicos y allí charla de todo un poco con sus anfitriones y se entera de cosas y consigue información sensible de alto secreto que de otro modo sería imposible obtener, y todo ello luego se lo transmite a quien le reclutó para ser espía. Hoy, por ejemplo, ha dejado disimuladamente en un cajón de la embajada rusa unos nanomicrófonos ocultos en unos bolígrafos.

1200.33.- Miedo verde
―…pizza…
―Perdona… ¿decías?
―Que esta noche he soñado que me comía una pizza.
―¿De qué?
―No lo recuerdo, pero volaba en un dirigible rumbo a Marte.
―¿Y por qué?
―No lo sé, era un sueño.
―¿Y llegaste?
―Eso creo, recuerdo pisar suelo y decir algo como que «he recuperado mi vida de antaño; ahora, ya de muerto», o algo así.
―¿Llegaste muerto?
―No, claro que no, ¡qué cosas tienes!
―Entonces ¿a qué vino eso?
―¿Qué quieres?, es lo que soñé.
―¿Y qué tal en Marte?
―Vi a un marciano.
―¡Hostia!, ¿y te habló?
―Pues sí, y en español.
―Sería políglota; ahora el español está muy de moda, dicen. ¿Y qué te dijo?
―Me miró con sus tres ojos…
―¡No fastidies!, ¿tres ojos?
―Sí, tres, ¿pasa algo?
―No, nada, perdona; continúa.
―Me miró con sus tres ojos… y con voz de barítono me dijo: «sólo en el escribir sosegado se alcanza la perfección vehemente».
―¿No sería al revés? No sé, me suena mejor al revés.
―Pues no, lo dijo como te lo he dicho.
―Mola.
―Pues me asusté.
―¿Era feo?, ¿tenía brazopiernas?, ¿se le veía el cerebro como en Mars Attacks!?
―No… pero no era rojo.
―¿Y por qué tenía que ser rojo?
―Hombre, como Marte es el planeta rojo…
―¡Bobadas! Bueno, ¿y por qué te asustaste?
―No lo sé, entonces desperté; pero como en las pelis de miedo el monstruo siempre es verde…

1200.34.- Un trabajo con vistas
―¿Qué tal es tu trabajo?
―No está mal. Lo mejor son las vistas –le respondió el astronauta.

[FIN]

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia