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395. Los escachifurciantes.

El otro día encontré este sorprendente anuncio en la prensa:
«¿Tienes un artefacto megalítico y no sabes qué hacer con él?, ¿necesitas deshacerte de algún crónlech hiperingente y no sabes cómo?… ¡tranquilo!… nosotros nos encargamos. ¡Llámanos! Escachifurciamos todo tipo de monumentos inimaginables, desde una cumbre armatóstica antediluviana hasta una caverna del cromañón, e incluso cualquier tipo de asteroide titánico galvanizado. Hacemos presupuestos sin compromiso. Módicos precios. Recuerda, somos: “Los escachifurciantes”.
A pesar de nuestro tremebundo aspecto somos muy amables. Ya no nos comemos a nadie. Puedes llamarnos al teléfono: 5555-333-444, o visítanos en la calle del Ogro, 33.»
Lo de “tremebundo aspecto” y “comerse a nadie” me desconcierta, he de admitirlo.

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396. En el silencio de la noche.

En el silencio de la noche escucho suspiros en la distancia: livianos aleteos de un alma que, en brazos de un ángel, eleva el vuelo hacia la eternidad.

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397. Alguien corriente.

Mis padres no son de este mundo, y yo nací con poderes… digamos inconcebibles. ¿Cómo diría para que me entendieras?…, por mis venas corre fuego y mi mente multidimensional es fría como el nitrógeno líquido y precisa como un haz de átomos. He crecido en este planeta y mi aspecto es el de alguien corriente –nadie podría imaginar lo que mi apariencia oculta–, y, mientras aguardo el regreso de mis padres, realizo la misión que ellos me encomendaron: cuidar y proteger a la humanidad, sin que ellos lo adviertan, del maligno poder de la Oscuridad.

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398. Mi abuelo.

Muchas veces, cuando yo era muy pequeño, mi abuelo me contaba preciosos cuentos, cuentos de extraordinarias aventuras e increíbles misterios, donde al protagonista le sucedían mil sorprendentes avatares, sufría mil espeluznantes peligros, de los que siempre conseguía salir airoso, luchaba contra inconcebibles archienemigos y donde el final era feliz por siempre jamás, como en los cuentos de hadas; pero ya no recuerdo los detalles de esos cuentos –fue hace mucho tiempo–, y lo cierto es que ya no me importan; pero lo que sí recuerdo es lo que me gustaba que me los contara mi abuelo, pero no por los cuentos en sí, sino por ser mi abuelo, al que tanto quería y admiraba, porque… todos estaban basados en hechos reales que él mismo protagonizó cuando era un joven superhéroe, literalmente.

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399. Conjuros sigmatróficos grandilocuentes.

En ocasiones, cuando el escribiente buscaba que la esquiva inspiración le hiciera caso, suscribía quimeras sin sentido –pero que sanaban bien, o quizá no tanto–, como, por ejemplo, la subsiguiente entelequia:
«Conjuros sigmatróficos grandilocuentes.
Entre los dulces prosoperpios que asoman la corcuspicia por el angosto turbasco, destaca el elegante tártano donde las laboriosas abejas elaboran su portentoso elixir con el que subsanar conjuros sigmatróficos grandilocuentes sin tener que obnubilar al mostrenco.»

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia