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Hoy comienzo una nueva serie. La he titulado “Las enseñanzas de Fray León”. En ella, Fray León, un experimentado fraile, responde a las preguntas que le formula un joven. Se trata de micro-relatos de temática básicamente religiosa, aunque también incluirán asuntos científicos, filosóficos, etc… Cada uno de estos micro-relatos corresponde a una de dichas conversaciones. Aunque están enmarcadas en un escenario de ficción, las preguntas son mías y las respuestas también. Yo soy, por tanto, el único responsable, por lo que pido disculpas por los posibles errores, inconsistencias o incongruencias que pueda cometer. Espero que os gusten.
• Prologo:
Llegué bien entrada la noche. Llovía a mares. Encontré el monasterio casi de casualidad…
Pero es mejor que empiece por el principio: Ese año había decidido hacer algo especial en mis vacaciones y ya hacía dos semanas que había comenzado el Camino de Santiago. Llegué, con retraso y muy cansado, a un pequeño pueblo. Llamé a la puerta del único albergue que encontré. Tardaron en abrirme. El dueño me miró con desconfianza.
– ¿Tienen una cama libre? – le pregunté.
– Llegas muy tarde. Está todo lleno. – me respondió con cara de sueño.
– Aunque sea en un rinconcito… – supliqué.
– Tenemos llena hasta la despensa. Es temporada alta. Lo siento.
– ¿Hay algún otro albergue u hostal en este pueblo? – le pregunté esperanzado.
– No. Este es el único. – Se notaba que se estaba empezando a cansar y que quería irse a dormir. – Quizás encuentres algo en el monasterio…, está solo a un kilómetro de aquí, a las afueras del pueblo. No tiene pérdida. Sigue la carretera principal y lo encontrarás.
Y antes de que pudiera contestarle, cerró la puerta y se fue.
Como no era cuestión de pasar la noche a la intemperie, sobre todo con la que estaba cayendo, me dirigí al monasterio.
Y como dije al principio, llegué bien entrada la noche. Llovía a mares. Encontré el monasterio casi de casualidad… Es posible que de día el monasterio fuera fácil de encontrar, pero en plena noche y lloviendo a cántaros fue más difícil de lo que supuse. Llamé al portón. Tardaron en abrirme. Al principio pensé que me había abierto la puerta un gran oso pardo…, grande, alto, con una piel peluda y marrón… pero no, no era un oso, era uno de los hermanos del monasterio con una gran capa. Le expliqué lo que sucedía y me dejó entrar. Me ofreció un vaso de leche caliente y me mostró una pequeña habitación con un humilde jergón. Me pareció la cama de un hotel de cinco estrellas. Tarde dos microsegundos en quedarme dormido.
A la mañana siguiente me desperté temprano y, sorprendentemente, muy descansado. Tardé unos segundos en recordar donde estaba. Salí de la habitación y me dirigí a la entrada principal del monasterio. Allí estaba el hermano que me había abierto el portón.
Mi intención era comer algo y reanudar la marcha. La siguiente parada del Camino estaba, según el itinerario previsto, a unos 30km. Sin embargo las cosas no sucedieron así…, gracias a Dios. Haré un breve resúmen para no alargarme mucho:
Los hermanos me recibieron muy amablemente. Comí lo que traia en mi mochila, pero, sin embargo, en lugar de irme, decidí quedarme todo el día allí para conocer mejor aquello. Total, un día más no me supondría mucho retraso. Tenía tiempo de sobra. Me gustó lo que ví. Yo me considero creyente y siempre me había visto atraído por el estilo de vida religiosa, aunque era la primera vez que convivía con un grupo de frailes. Fue con fray León con el que tuve más relación, supongo que porque era el encargado de la portería. El resto de hermanos principalmente se dedicaban a sus rezos. El caso es que me quedé en el monasterio. No continué con el Camino de Santiago. Durante las siguientes tres semanas me alojé en la hospedería del monasterio. Ayudaba a fray León en sus tareas y manteníamos conversaciones muy interesantes. Principalmente, yo le preguntaba y él me enseñaba. Como un maestro con su alumno.
Fray León era natural de un pequeño pueblo de Asturias y no parecía un fraile. Al menos no como yo me imaginaba que debían ser los frailes, ya me entendéis… Fray León era alto, al menos 1,90m, fuerte y pelirrojo. Realmente su nombre, León, le viene como anillo al dedo y, ahora que le conozco mejor, no me extraña que me pareciera un gran oso el día que llegué al monasterio y me abrió el portón. Cuando le conocí, Fray León tenia, según me dijo él, 63 años, pero podéis creerme si os aseguro que aparentaba muchos menos. Según me comentó, tenía una salud de hierro y nunca había tenido que tomar medicina alguna. También me contó que antes de ingresar en la Orden, había sido, como se suele decir, cocinero antes que fraile… Supongo que eso también había influido en su carácter abierto y fraternal. Tenía una gran risa contagiosa y un sentido del humor extraordinario. Pero lo que más me llamaba la atención de él era su sabiduría…, no sé si me explico bien…, a lo largo de nuestras conversaciones pude apreciar en él un sentido común, una fe y una lógica que realmente me hicieron comprender la vida como algo único y asombroso. Y de todo eso hace ya 22 años. ¡Como pasa el tiempo!…
Al final ingresé en la Orden, claro. Pero eso os lo contaré en otra ocasión. Lo que me interesa ahora es compartir con vosotros lo que hablamos, y aun seguimos conversando hoy día, fray León y yo, para que podáis comprender lo que os digo…, porque fray León, a pesar de sus 85 años sigue hoy tan joven y sano como siempre, jajaja… ¡de verdad, no es broma!… os aseguro que yo aparento, a mis 49 años, más edad que él, ¡no sé cómo lo hace!… jajajaja…
No os preocupéis, no son conversaciones largas. Haré un resúmen de cada una de ellas. Intentaré quitar toda la paja posible y solo leeréis el grano. Eso sí, os aclaro que no están publicadas en orden cronológico e incluyen conversaciones que sucedieron a lo largo de estos 22 últimos años, es decir, desde que conocí a los frailes del monasterio hasta hoy.
Las he llamado: “Las enseñanzas de Fray León”. Espero que os parezcan tan interesantes como a mí.
• Las enseñanzas de Fray León, nº1:
Una mañana soleada de junio, mientras reparábamos unos muebles viejos en el taller del monasterio, le pregunté a Fray León:
– Fray León, ¿Cuál es la prueba absoluta de la existencia de Dios?
Fray León me miró fijamente y me respondió:
– ¿La prueba absoluta?… La prueba absoluta de que Dios existe eres tú.
– ¿Yo?… no entiendo, Fray León.
Y con una sonrisa algo enigmática me dijo:
– Dios no se esconde. Siempre está a la vista… en tu familia…, en tus amigos…, en las montañas y los animales…, en el sol y los planetas…, en las galaxias…, en el universo…, en las circunstancias de la vida…
Dios siempre actúa a través de todo lo que nos rodea. Dios actúa en ti. Por eso, tú…, todos nosotros, somos la prueba absoluta de que Dios existe.
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