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1215. Persecución
―¡…merengue!… ¡al rico mereng…! –proclamaba el vendedor a viva voz desde su puesto ambulante cuando su última palabra se la llevó el silbido rugiente de tres aerodeslizadores turbopropulsados que, en carrera despendolada a un par de metros por encima de la calzada, pasaron zigzagueantes a su lado a toda velocidad, rozando las fachadas de los edificios e, incluso, utilizando éstas, gracias al empuje de sus turbinas, como pavimentos verticales por los que conducir.
―¿Pero qué pasa? –preguntaba la gente que por los pelos lograba apartarse para no ser atropellado por aquellos desquiciados bólidos.
―¡Han robado el banco Central!… les persiguen dos coches de la policías… –dijo alguien.
El turbo de los ladrones sorteaba vehículos y viandantes, farolas y árboles (incluso edificios), con una pericia que denotaba, sin duda, su experiencia en aquellos menesteres ilegales y, como si hicieran milagros, los dos de la policía les perseguían como si no hubiera un mañana. Acelerando lo indecible enfilaron un rascacielos y, cuando todo parecía presagiar un choque mortal, la nave ascendió en vertical por la fachada en cuestión; la policía no se quedó atrás. A la altura de piso vigésimo cuarto se introdujeron por un ventanal abierto y salieron por la fachada noreste del mencionado nivel llevándose por delante, eso sí, un par de columnas y tres paredes, un sinfín de lámparas, sillas, mesas, puertas y un par de aparadores rococós (resultaba evidente que su auto había sido customizado); casi ídem la policía (aunque los turbos patrulla eran así de robustos ya de fábrica por razones evidentes). Los ladrones condujeron en picado y, a un palmo del suelo, enderezaron el vuelo y se introdujeron por un túnel; y los agentes detrás. Así arriba y abajo, a derecha e izquierda, atravesaron la ciudad como almas que llevara el diablo, hasta que, al girar una esquina, se toparon con una red que, como tela de araña gigante, les estaba esperando (la policía había conseguido redirigir el rumbo de los ladrones sin que estos pudieran sospechar que les estaba llevando a una trampa que, mientras sucedía la persecución, estaban montando otros agentes). Los ladrones fueron detenidos y el botín recuperado. Afortunadamente no hubo que lamentar ni heridos ni muertos en tal arriesgada operación. «¿Quiénes son vuestros compinches?, ¿con quienes habéis planeado todo esto?, ¿quién os paga?», les preguntó el jefe de policía. Pero na. Lo único que se les escuchó decir a los atracadores antes de ser metidos en el furgón policial fue un contundente «¿hablar?, ¿delatar?… ¡neles!».
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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