Etiquetas
[1209]
1209. Cuando el infierno clama
Hace diez años ya… me resulta tan difícil… tan desgarrador… Quisiera olvidarlo, hacer como que no existió, pero al pasar junto a la zona cero… Aún me duele. Sucedió todo tan precipitado… ya me lo advirtió Antonio… que teníamos que haber esperado a que el coeficiente de estabilidad no fluctuase… y luego estaban… ellos, por supuesto… Había que evitar a toda costa que entraran, eso sería nuestro fin. Y la explosión… el fénix infernal… la muerte, el caos surrealista, la hecatombe… como si el infierno clamara su parte.
Era una mañana desapacible de abril que amenazaba lluvia, y aún así no pensamos que… bueno, ya qué más da. ¡Fue todo tan horrible!… todo tan… la explosión… el caos… los gruñidos salvajes… la amenaza… Los engranajes alcanzaron las mil flexiones por minuto. Era un proyecto top secret, naturalmente, en el que llevábamos trabajando casi dos años y todo estaba a punto… bueno, o eso creímos. El equipo éramos quince; de lo mejorcito en nuestros campos. ¿Mi nombre?… no importa; ya no me importa. Son lecciones que te da la vida.
―Aplica presión a los reguladores… –dije.
―¿Remite el módulo de alcance?… –preguntó Aurora.
―…a punto seis nueve tres y estabilizándose…
―Vórtice en apertura cíclica marca treinta y siete punto cuatro… no, punto tres siete… –añadió Antonio; el de verbo afable, como le llamábamos.
―Bien, activa el compensador de neutrinos a marca trece… Abre el vórtice –ordené.
No le vimos venir… bueno, no ‘les vimos’ venir, y cuando nos dimos cuenta su gruñido… vociferaban como fieras… cual guerrero endemoniado… No había tiempo que perder. Debíamos cerrar el portal. No debían entrar. Nada debía entrar. Aquella dimensión demencial… insana… El vórtice transdimensional de plasma ocupaba toda la sala presurizada y, no sé cómo, debimos… aquello no nos lo esperábamos; de hecho no creíamos ni que pudieran existir… ¡por el amor de Dios… eran!… ¿qué demonios eran? Les veíamos tras los cristales blindados… se estaban materializando ante nuestros ojos y aún así no podíamos admitirlo. Esos ojos crueles, esos colmillos retorcidos de jabalí, esas garras, esas hachas y espadas… vestían… no sabría explicarlo… parecían pieles ensangrentadas o algo así; gigantes de tres metros de alto y uno de ancho… todo músculo… malasbestias. ¡Madre mía!… ¡ogros, eran ogros! Como en los peores cuentos. Pero eran reales y daban miedo, sí, daban mucho miedo.
―¡Cerradlo! –grité.
¿Sabéis lo de cuando las cosas no pueden ir a peor y, sin embargo, empeoran aún más?; pues eso es lo que ocurrió. De improviso el cielo tronó y los rayos resquebrajaron el aire –¡por todos los demonios del infierno!–; una tormenta eléctrica lo abarcó todo y justo entonces un par de relámpagos dieron de lleno en los generadores de vacío.
―¡Los cierres automáticos no van! –advirtió uno de los técnicos.
Sólo nos quedaba el cierre manual. No teníamos otra opción; los ogros se nos echaban encima.
―¡Accionen los servohidráulicos!… ¡ya!
Y justo cuando la cabeza del primer ogro de la horda asomó dentro de la sala estanca el vórtice se extinguió (¿habíamos conseguido cerrarlo a tiempo?) y todo explotó por los aires. La onda expansiva se llevó por delante las instalaciones y el laboratorio colapsó como una supernova. La realidad se detuvo y, mientras volaba, por mi mente pasó el pensamiento fugaz de que todo era fruto de unos conspiradores locos. Locos… claro… no podía ser de otra manera, pues ¿quién se atrevería a tanta locura? Ni Moriarty en sus mejores tiempos… ni el satánico Fu Manchú… ni el mismísimo Joker en su más atroz locura. Murieron cinco de los míos: Sandra y Arturo, los dos enamorados; y Silvia y Clara, buena gente, aunque no te hubiera gustado tenerlas como enemigas; y Antonio, el actor, pues además de astrofísico, y de los mejores, hacía sus pinitos en el teatro –nada mal, por cierto–. El resto nos salvamos por los pelos. Tuvimos suerte de estar tras los cristales blindados. No quedó sano ni un ventilador. De eso hace ya diez años, pero la zona cero aún está desolada. Se formó un cráter inmenso. Dicen que van a construir un monumento in memoriam… no sé… quizá. Demos gracias porque ningún ogro llegó a entrar en nuestra realidad; de lo contrario hubiera sino nuestro fin –según el radar transdimensional aquellos monstruos formaban una innumerable legión, en el más bíblico de los sentidos–; pero no sólo el nuestro… el de toda la humanidad.
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia
![](https://observandoelparaiso.wordpress.com/wp-content/uploads/2024/04/cuentos-sin-importancia-1209-cuando-el-infierno-clama.jpg?w=1024)