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737. Me duele
Me duele cuando escribo, callado, entre las brumas del primer sol de día; me duele cuando recuerdo ese columpio vacío y que, al vaivén, proyecta la sombra de un niño que ríe al sentir el asombro de casi tocar el sol con los pies; me duele la joven que pasea ciega entre árboles con sombras infinitas, que se deja guiar por el canto lejano y fino de los pájaros que la observan desde las ramas de esos mismos árboles; me duele esa partida de ajedrez que juegan dos presos desde sus celdas vecinas, sin prisas; me duele la lluvia que cae sin ruido sobre el lago, mojando el agua; me duele.
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738. Cuentan
Cuentan que el cielo se niega a llorar, que la rosa añora el mar y que las nubes garabatean mensajes en la arena de la playa; que los niños meriendan pan con chocolate mientras juegan al «yo la llevo», que en el mercadillo de la esquina las manzanas recuerdan a Blancanieves y que la luz de la luna descubre tesoros escondidos en el bosque. Cuentan, eso dicen, mientras busco sin descanso todo aquello, aunque sin saber por dónde empezar. Quizá la niebla al amanecer oculte el secreto.
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739. Vértigo
Hacer fotografías es su vida y si para ello tiene que arriesgar la suya, pues eso. Lo mismo se sube a un árbol y se cuelga de la rama más alta; o se sienta al borde de la ventana, en lo alto de un rascacielos; o bocabajo desde un acantilado. Entre sus fotos, un león devorando una gacela, tan real que huele; un moribundo sangrando en una camilla, en plena guerra, tan sobrecogedor que duele; un niño ahogado, tan vívido que ahoga; unos padres llorando la muerte de su pequeño, tan estremecedor que aturde. Y él allí, jugándose la vida por la mejor foto, la más impresionante, la que mejor denuncia la injusticia, la que mejor capta la realidad, aquella imagen imposible que sólo él ve incluso antes de haberla hecho. «¿Qué buscas en tus fotos?», le preguntan. «Vértigo», responde.
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740. El firmamento en flor
De una rama surgen dos y de cada una de ellas otras dos y, de cada una de éstas, otras dos más y otras dos y otras dos y otras dos más, así hasta que es imposible contarlas, como los astros. Y entonces, de cada extremo de cada rama surge un brote de flor y el árbol simula la bóveda celeste. Y un pajarillo viene y se posa en una flor y picotea curioso y otro pajarillo viene y se posa junto a él y luego otro y otro y otro más y el árbol se llena de pajarillos y una bandada revolotea sobre el árbol y, como si recibieran una orden, aterrizan al unísono y colman las ramas y ya no se ven las flores; sólo las inquietas avecillas que miran y remiran a su alrededor, como inquietas en busca de algo que llevarse a la boca y cantan y suena un piar incesante, sinfónico, como si cada nota surgiera de cada flor del árbol, como el firmamento abarrotado de estrellas.
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741. Zona prohibida
Me compré veinte de esos dragones de goma que venden en las tiendas de juguetes, luego me los llevé a casa, los sumergí en la poción y los dejé en el alféizar de la ventana de mi cuarto. Al día siguiente fueron abatidas por el ejército cinco gigantescas criaturas voladoras; las quince restantes consiguieron huir a las tierras altas del norte. Aquel territorio es ahora zona prohibida.
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742. Interiores
Con la pasión con la que ríe un recién nacido, con el deseo con el que unos niños miran los juguetes en el escaparate de una juguetería; así, indómito, me lanzo a descubrir el infinito. Contemplo el mar y sus secretos, mientras una caricia recorre mi piel como un escalofrío; así, montaraz, caminando descalzo por la arena de una playa desierta, a solas pero nunca solo. Así, buscando en mis interiores.
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
@ObservaParaiso
#CuentosSinImportancia