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[Un #cuento, de Luis J. Goróstegui] #RetoAdagio 120.
En busca del sol abrasador, como exquisito fruto a las más de cien vidas que me han tocado vivir, he gritado ¡Absalom, Absalom! rastreando los límites del conocimiento humano. En 1984, así, sin ir más lejos, sobreviví a la habitación 101 del Ministerio de la Verdad. He subido al faro entre almas muertas, yo, descendiente de Ana Karenina, ‘beloved’ de un mundo esclavizado, he vivido en Berlin Alexanderplatz en busca de mi futuro; he reflexionado y he cosechado frutos en el huerto de mi vida –‘bostan’ lo llamaba el poeta– y me he ganado el sustento construyendo más de una casa de muñecas en mis cien años de soledad, no como crimen y castigo a los cuentos góticos de Poe o a los infantiles del Andersen inmortal, sino como recompensa merecida al ascenso a las cumbres borrascosas que, cual decamerón o diario de un loco, alcancé en la divina comedia en que convertí mi querer equipararme al sin par don Quijote de la Mancha. No he buscado, no obstante, ser cual Edipo Rey, pues el amor en los tiempos del cólera que sufrí sin buscarlo fue mazmorra suficiente en el castillo al que fui condenado. En mis penurias y alegrías siempre me acompañó el cuaderno dorado que usaba como registro fidedigno de mis avatares y que el extranjero sabio –el hombre invisible, el hombre sin atributos, incluso el idiota, como fue llamado– me regaló al salir absuelto tras el proceso al que, cual rey Lear entre el ruido y la furia, fui sometido injustamente. El sonido de la montaña habló, el tambor de hojalata dictó sentencia. Con el viejo y el mar, en busca del tiempo perdido, cual eneida portentosa inimaginable, cumplí lo prescrito en aquel ensayo sobre la ceguera que ni el mismísimo Montaigne se hubiera atrevido a profetizar al pactar con el Fausto desalmado. Ideé ficciones que hice realidad; luché contra Gargantúa y Pantagruel y, como ayuda de cámara, fui testigo fiel del ‘Genji Monogatari’ principesco. Viví una temporada entre gente independiente, allá por Islandia, y por el Gran Sertón: veredas transité, guerras combatí con grandes esperanzas de victoria y anhelos invoqué contra múltiples tormentos psicológicos de indudables fierezas sobrellevadas. Fue una guerra y paz de hambre insaciable, una hecatombe sideral, un ultimátum siniestro. Contra mi propio Hamlet combatí en dos ejércitos: por un lado los hijos de la medianoche, por otro los hijos de nuestro barrio, como hijos y amantes renegados inundados de hojas de hierba ya marchitas. Ilíada feroz con Jacques el fatalista como maestro de ceremonias, impropio siquiera de la conciencia de Zeno, pues, aunque la educación sentimental recogida en la historia insigne de la montaña mágica resultara acaso inverosímil, la muerte de Iván Ilich que la señora Dalloway presenció no encarecía ni un ápice las aventuras de Huckleberry Finn tras las metamorfosis de las mil y una noches subyugantes. Recuerdo que, meditando el libro de Job –libro de desasosiego y sufrimiento, conflicto entre el hombre bueno que sufre y del malo feliz– aquellos días en que conocí a Lolita en casa de los Buddenbrook, fui peregrino, cual los cuentos de Canterbury, y testigo de la contienda entre los endemoniados y los hermanos Karamazov. Aunque los inicié, no pude concluir los viajes de Gulliver ni visitar a madame Bovary, aunque me contaron sus cuitas –terribles, sin duda–. Reviví la epopeya Mahabhárata del legendario Viasa, el Masnavi de Rumi y la Medea de Eurípides. ¡Soberbios! De las memorias de Adriano busqué aquella melancolía del mundo antiguo ya perdida, si no desestimada; del Middlemarch, su ritmo pausado y ese tono ligeramente didáctico. Perseguí a Moby Dick con la locura de Ahab. En Molloy, Malone muere y el innombrable hallé la desnudez de la conciencia. Trabajé de nostromo y conocí el molde en el que me había fundido al sentirme condenado por la decepción y por mi dañado orgullo. Mi vida ha sido, sin duda, toda una odisea de orgullo y prejuicio, y yo un Otelo con aroma a papá Goriot e ínfulas de Pedro Páramo venido a menos. Conocí a Pippi Calzaslargas y me enamoré de su libertad. Quise emular el poema de Gilgamesh pero me pudo el gigante Humbaba aunque toreé al toro del cielo; con la diosa Inanna hice buenas migas. En un interludio ocasional, charlando con unos entendidos, comparamos los poemas de Celan con los de Leopardi pero no alcanzamos consenso. Con el Ramayana alcancé la mediación divina y el beneplácito de Rama. Reconozco que me perdí entre los cuentos de Chéjov y los de Kafka, pero hallé mi norte con Rojo y Negro. Siempre he sido un buen alumno. En mi viaje hice noche en el romancero gitano. De nuevo por el norte fui aliado de la saga de Njál y juré venganza en más de una ocasión. El sabio Nial es un buen tipo. Conocí a Shakuntalá y la ayudé en lo que pude. Eso fue antes de que llegara el tiempo de migrar al norte, de nuevo –sí, fue un tiempo de subidas y bajadas; norte va, sur viene–. Al llegar a África pensé «¡todo se desmorona!», pero reconozco que me precipité, pues no fue para tanto. Fue entonces cuando conocía a Ulises, el irlandés. Aquello fue el no va más. Aún estoy como en estado de shock, intentando comprender lo que viví aquellos tremebundos días. Fue como un viaje al fin de la noche. Gracias a que me topé con la vida y opiniones del caballero Tristam Shandy y su intrincado, humorístico y desarreglado talento. Aunque nada comparable a Zorba, el griego, sin duda; eso fue el acabóse. Pero esa es otra historia.
Sí, esa ha sido mi vida y esa sigue siendo. ¿Qué me deparará el futuro? No lo sé, ni quiero saberlo, la verdad. Ya llegará lo de deba llegar. En todo caso, como dijo Belli*, «tal vez, todos podemos vivir muchas vidas». Eso es lo que importa, y eso es todo (hasta el siguiente libro, por el momento al menos).
Luis J. Goróstegui
[* Laura Martínez Belli (Por si no te vuelvo a ver)]
[Lista de libros de: https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Los_100_mejores_libros_de_todos_los_tiempos,_seg%C3%BAn_el_Club_de_Libros_de_Noruega]
[Imagen: Caseta de la Cuesta de Moyano, Madrid]
![](https://observandoelparaiso.wordpress.com/wp-content/uploads/2021/03/leer-18-cuesta-moyano.jpg?w=1024)