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751. Hechicero
Fue entonces cuando entré en una droguería de las de antaño. No sé si os pasará igual a vosotros, pero siempre espero que salga a atenderme un hechicero; entonces me atiende una amable farmacéutica y me imagino que debe ser la bisnieta de la bisnieta de Gandalf.
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752. Letras nuevas
Rasga una poesía el papel en blanco con letras nuevas, cual diana prefigurada al que un rayo de luz fulminante, entre espacios de oscuridad sin límites, hiere inmisericorde; pues si el abismo infinito de un sentir profundo se yergue impasible, es entonces cuando el temblor más íntimo vence al hielo y el torrente indomable cabalga hasta sangrar. Es por eso que, buscando una senda en un bosque oscuro, encuentra el caminante, en un rincón, una farola de fuego que irradia, a la vez, sentido y arrebato por igual, y, perplejo del devenir confuso de su vida, batalla indómito hasta la victoria final.
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753. Inagotable
Que la lluvia no oculte tu esperanza, que el destello fulgurante del relámpago ilumine la frontera última de tu despertar y el palacio donde habita tu futuro se abra de par en par inagotable; sólo así afrontarás con garantías la indecible algazara que surge omnipotente tras todo prodigio inimaginable, pues hasta los pétalos de la flor más insignificante conquistan mundos. Ríe, llora, observa desde el más orante silencio el mar bravío; corre, salta, vuela y halla en lo más profundo de tu alma la certeza de una vida sin reproches ni desprecios ociosos.
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754. El cocinero
Había encontrado trabajo como cocinero en un pequeño restaurante, al otro lado del río. Era un buen barrio donde vivir, además en aquella época del año no hacía mucho frío, por eso, tras la jornada de trabajo solía quedarse a contemplar el cielo nocturno. Había una estrella, allí arriba, que brillaba sobremanera, y, sentado sobre el borde de la pared que separaba el patio trasero del restaurante con la casa vecina, se preguntaba si allí también viviría alguien. En ocasiones un pequeño gato se acercaba maullando, en busca de algo de comida. El cocinero le tomó cariño, así que le solía tener preparado un plato con algunas sobras del día. Entonces el gato se acercaba confiado. El cocinero se sorprendía al comprobar que un sentimiento de amistad surgía en él. Lo extraordinario es que no era normal que alguien como él se encariñara de nadie. Los de su clase no habían sido construidos con esa capacidad, pero él no era un robot como los demás, y eso le gustaba.
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755. El trovador
El trovador recorre las ciudades tocando su guitarra y cantando las proezas de los valientes soldados que luchan en guerras remotas, en aquellas en las que la humanidad combate contra alienígenas y se juega su supervivencia tras el cinturón de asteroides. El trovador es el único que se dedica a tan noble tarea; es necesario que alguien cante las gestas de aquellos soldados y él siente la necesidad de hacerlo –quizá influenciado por su propio nombre–; sabe que su labor es imprescindible para que la población civil permanezca orgullosa de sus tropas y mantenga el ánimo en la victoria. El trovador había sido uno de aquellos soldados, pero un accidente le obligó a regresar a casa. Por eso ahora canta las gestas de sus compañeros y está orgulloso de su trabajo, pues la mayoría de aquellos audaces soldados son robots, al igual que él: un robot modelo Trovador-500, el único de su clase.
©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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