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1217. Una luz de esperanza

―¡Troya arde!, ¿es que no os habéis dado cuenta aún?… ¡no podemos perder más tiempo! –exclamó la doctora Eliseë.
―¡Esa es la idea más inaudita y desquiciada que he oído en mi vida! –dijo el profesor Ech’chai; y el resto del Consejo presente en la sala asintió a coro.
―No podemos permanecer simplemente observantes ante su extinción… no nos lo perdonaríamos; debemos salvar a la humanidad –añadió Eliseë.
―Los humanos se lo han buscado.
―¡Pero son una especie única!
―¡Precisamente!… yo también los he estudiado, doctora, y he leído los informes y he llegado a la conclusión de que no hay nada bueno en ellos; no hay nadie en la galaxia como ellos… nadie tan peligroso: son egoístas, vanidosos, orgullosos, altivos, arrogantes, presumidos, engreídos, fatuos, fanfarrones, jactanciosos, presuntuosos, soberbios, engolados, petulantes, falsos… y lo que es peor, beligerantes hasta el suicidio… ¡si aún se matan entre ellos en guerras sin sentido!… ¡Son ácido y muerte! La historia humana se reduce a una palabra: ¡guerra!
―Así eran nuestros antepasados… ¡y mírenos ahora!
―¡Pero no es lo mismo!… ¡no!, ¡no!… ¡los humanos son fieras indómitas!… Nosotros…
―¿Ha visto los registros de los tiempos antiguos, profesor?; sí, claro que los ha visto. ¿Recuerda el testimonio del propio líder gandyxiano, I’ingghaa, referente a nosotros?… Permítame que lea…: «…es por ello que decidimos enviar una misión diplomática al planeta A’echden y contactar con sus habitantes, los indómitos a’echdenianos, especie ruda y montaraz que, sin embargo, está llamada a grandes y gloriosas empresas en torno a la paz y el progreso en la galaxia; así lo creo yo y así lo ha decidido la Asamblea. Firmado: I’ingghaa, presidente del planeta Gandyx».
―¿Nos está comparando con los humanos, doctora Eliseë?… ¿con ‘esos’ humanos? –gritó iracundo el profesor Ech’chai.
―No, profesor –dijo la doctora modulando su voz hasta alcanzar en la sala un nivel de calma nivel 3, más propicio para el entendimiento–, pero… y usted lo sabe bien… fue precisamente al constatar que no estábamos solos en el universo que evolucionamos y ello nos cambió en lo más profundo de nuestro ser tanto como para llegar a ser los adalides de la paz y el progreso que somos ahora. Eso es lo que pido: que demos a los humanos la misma oportunidad que nos dieron a nosotros los gandyxianos, nada más pero también nada menos, profesor. Somos su única luz de esperanza, pues sin nosotros la humanidad se autoextinguirá en poco tiempo.
―¿Tanto confía en los humanos, doctora?
―Sí, profesor, tanto.
Cuando la doctora Eliseë salió de la sala se la veía satisfecha. Había conseguido que los humanos tuvieran la ayuda que precisaban. Finalmente, aunque a regañadientes, el profesor Ech’chai había dado su brazo a torcer. El primer contacto de los humanos con otra especie inteligente se había programado para dentro de un ciclo. Con él la humanidad alcanzará el nivel evolutivo que está llamada a ostentar en el futuro; y eso será suficiente, sí, y la doctora Eliseë lo sabe bien.
Eliseë llegó a su casa, a las afueras de la ciudad, y se dispuso a desnudarse para tomar una ducha. Aquella era una operación delicada; no tanto como convencer al profesor Ech’chai, pensó sonriente, pero delicada, sin duda, porque la segunda piel, la que le permitía tener un pleno aspecto a’echdeniano era difícil de quitar. Sin embargo, con del tiempo que llevaba en A’echden, ya tenía cierta práctica así que la doctora Elisabeth tardó poco en volver a ser plenamente humana.
Hacía ya casi cinco años. Fue entonces cuando Elisabeth conoció a la doctora Eliseë, aunque al principio no sabía que era una extraterrestre, claro, pues iba camuflada con un biofiltro epidérmico que le confería plena apariencia humana, de ahí que pasara desapercibida cuando salía de exploración. Eliseë estaba en la Tierra en misión de estudio, se podría decir, decidiendo si los humanos debían o no pasar a la siguiente fase.
El caso es que intimaron, lo cual, todo sea dicho, fue un golpe de suerte para la humanidad.
El día del accidente iban ambas en coche –un viejo Audi A4 del 95–. Conducía Elisabeth. Aquella mañana Eliseë le había contado quién era, de dónde venía y por qué estaba en la Tierra, y ahora se dirigían a donde estaba camuflada su nave. Quizá fuera el nerviosismo, o quizá fue culpa del camionero, no importa; el coche se despeñó por el acantilado y Eliseë se llevó la peor parte. Sin embargo pudo transmitirle a Elisabeth por telepatía sináptica la decisión que había tomado y lo que tenía pensado decir para convencer al Consejo.
―Los humanos como tú, Eli, deben tener una oportunidad, la humanidad se lo merece… también hay gente buena entre vosotros… –susurró Eliseë antes de morir en sus brazos; y Elisabeth tuvo claro lo que debía hacer, pues, al compartir la psique de su amiga, había adquirido al instante mil y un conocimientos a’echdenianos tales como el manejo de la nave, hablar su idioma e, incluso, cómo usar el biofiltro epidérmico para adoptar una plena apariencia a’echdeniana y pasar desapercibida en A’echden.
Así es cómo Elisabeth conoció a los a’echdenianos y cómo salvó a la humanidad de su propia extinción.
Adoptada, pues, la decisión por parte del Consejo de contactar públicamente con los humanos, había llegado el momento de regresar a la Tierra, y, una mañana, la doctora Eliseë desapareció del planeta A’echden sin dejar rastro.
Al llegar a la Tierra ocultó la nave y se dispuso a esperar paciente la llegada de los alienígenas. Se lo debía a Eliseë; ella hubiera hecho lo mismo en su lugar. De una cosa estaba segura: que contarían con ella para intermediar con los recién llegados; «después de todo soy doctora en antropología y zoología exótica, miembro del Consejo Interdisciplinario de la ONU y domino plenamente las costumbres y el idioma a’echdeniano», se dijo, esperanzada, Elisabeth.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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