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1018. La telefonista del hotel

En el antiguo hotel, ahora rehabilitado, existe aún una habitación que permanece tal y como estaba originalmente cuando se inauguró, a finales de 1800. Se trata de la habitación de la primitiva centralita telefónica. Hoy nos puede parecer algo normal, pero en su época fue todo una innovación tecnológica el tener teléfono en todas las habitaciones. Años después, el hotel fue medio derruido por los bombardeos de la guerra –aunque sorprendentemente la sala de la centralita salió indemne de todos ellos, como si estuviese protegida por algún tipo de campo de fuerza o algo parecido– y posteriormente fue rehabilitado en varias ocasiones; sin embargo la habitación de la centralita nunca ha podido ser reacondicionada, y no porque existan inconvenientes arquitectónicos, no, el caso es que cualquier tipo de remodelación que se haya intentado llevar a cabo en ella ha sido sistemáticamente deshecha por la señorita Rosalinda Álvarez, la telefonista del hotel, la misma que fue contratada hace más de cien años, de modo que, a la mañana siguiente de iniciarse las obras, la habitación vuelve a recuperar, como por arte de magia, su aspecto original.
El hecho es que llega todos los días a primera hora, ficha, se sienta frente a su centralita –porque la centralita es suya, de eso no cabe ya ninguna duda– y comienza a trabajar; y eso que la señorita Álvarez ya no está viva, ni mucho menos, pues falleció hace ya más de sesenta años, pero muerta y todo ahí sigue. Con todo, lo más asombroso es que recibe llamadas, y eso que el viejo mueble ni siquiera está enchufado a la red eléctrica; tampoco se la ve, pero las luces de la centralita se encienden, eso sí, y los cables se enchufan y desenchufan, y a veces se llegan a escuchar psicofonías a través de sus auriculares, eso también, pero a ella nadie la ha visto realmente. Bueno, una vez, una noche de invierno –como responsable de la seguridad del hotel tengo la obligación de realizar rondas de vigilancia–, bajaba las escaleras del primer piso y me la crucé. Ella me miró y se fue atravesando la pared, pero no dijo nada. Aparentaba unos veintitantos años, los mismos que tenía cuando entró a trabajar aquí. Sólo lo sabe el director del hotel.
Fue por todo ello que se tomó la decisión de no volver a intentar restaurar la habitación y dejarlo todo como estaba originalmente; por eso y porque la señorita Álvarez es un espectro con muy malas pulgas si se le lleva la contraria –ya os lo podéis imaginar: objetos volando, gritos, corrientes de aire…, y cosas así, aunque no hay que lamentar aún ningún incidente con los clientes–. De todas formas la existencia del fantasma se ha convertido en un fabuloso reclamo turístico, y muy beneficioso para el hotel. Incluso se han llegado a hacer sesiones de espiritismo para poder contactar con ella y averiguar los motivos de su permanencia en nuestro plano de la realidad, aunque sin éxito por el momento. Los clientes del hotel, naturalmente, piensan que sólo es un montaje o, en el mejor de los casos, una leyenda sin ningún fundamento, la mayoría al menos, pero lo cierto es que hay quienes no se atreven a entrar en la habitación maldita, como se la conoce.

©Luis Jesús Goróstegui Ubierna
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